Cine, Cine estadounidense, Arte 7
El camino hacia el ciudadano
Con una fabulosa y precisa reconstrucción de los años treinta que se siente natural, esta película es un placer visual
En 1971, la crítico de cine Pauline Kael, publicó en The New Yorker un largo ensayo de 37 páginas titulado “Raising Kane”, en el cual resucitaba la vieja polémica sobre la autoría del guion del filme El ciudadano, considerado por muchos como el mejor de todos los tiempos.
El debate es viejo y real. Herman Mankiewicz fue contratado para escribir el guion, pero se le estipuló que su nombre no aparecería en los créditos y que por cierta suma de dinero, cedía todos sus derechos a Orson Welles y a su compañía The Mercury Theatre. Tras varias escaramuzas, al final los créditos mencionaban primero a Welles y luego a Mankiewicz como autores del guion.
En su artículo, Kael trata de desacreditar la autoría de Welles, en parte porque andaba en una cruzada contra Andrew Sarris, uno de los principales sostenedores de la teoría del auterism en el cine, popularizada por Francois Truffaut y los críticos de la revista Cahiers du Cinema. Sus acusaciones contra Welles no estuvieron bien fundadas y no aportó nada nuevo a una discusión que surgió desde que se estrenó el filme.
El guion obtuvo el único Oscar que se le concedió a El ciudadano, a pesar de haber sido nominada en otras ocho categorías, incluyendo mejor película y mejor dirección. Ni Welles ni Mankiewicz estuvieron presentes en la ceremonia. Ya no se hablaban y emitieron declaraciones de agradecimiento por separado.
La trama de Mank, el ambicioso filme de David Fincher (Se7en; Fight Club; The Social Network) gira alrededor del proceso de escritura de El ciudadano, al menos en su tiempo presente. Pero lo que en realidad parece interesarle a Fincher es explorar las razones que llevaron a Mankiewicz, uno de los guionistas mejor pagados de su época y ya para entonces bien establecido (It’s a Wonderful World; The Wizard of Oz), a colaborar con un grupo de jóvenes desconocidos y ceder, al menos inicialmente, a sus demandas.
En su argumento central, vemos a un Mankiewicz alcoholizado y postrado en una cama debido a un accidente, que se encuentra en una casa en el desierto, acompañado de su secretaria, Rita Alexander y de una enfermera alemana. Allí recibe la frecuente visita de John Houseman, quien fuera colaborador de Welles desde que juntos trabajaron en The Mercury Theatre. Mankiewicz escribe con lentitud y Houseman lo presiona bajo órdenes de Welles, quien llama por teléfono de vez en cuando. Tienen un plazo fijo para terminar el libreto y Mankiewicz no parece avanzar.
Pero el filme está lleno de flashbacks que establecen la relación de Mankiewicz con William Randolph Hearst, el magnate de la prensa en quien se basa la figura de Kane, así como con su amante Marion Davies, una corista a la cual Hearst trató en vano de llevar a la fama. Mankiewicz era asiduo a fiestas y reuniones que se celebraban en el palacio de San Simeón, la fastuosa construcción que encargó Hearst y que contaba con un inmenso zoológico privado, y fue un protegido de este hasta que el millonario quiso.
Los flashbacks también se mueven para mostrar las intrigas palaciegas detrás de las producciones cinematográficas y aborda el uso que se hizo del cine para destruir, con un falso documental lleno de testimonios creados para la pantalla, la candidatura del escritor y socialista Upton Sinclair a la gubernatura de California. Fincher trata de utilizar el registro de ecos lejanos para aplicarlos a la disyuntiva de nuestros tiempos y al trumpismo, pero su no muy sutil arenga política es demasiado maniquea. Son los peores momentos del filme, donde utiliza incluso los peores recursos del cine comercial y del agit-prop.
Filmada en blanco y negro, con tonalidades que asemejan a los que usó Welles en El ciudadano, y con una fabulosa y precisa reconstrucción de los años treinta que se siente natural, la película es un placer visual. Está llena de diálogos inteligentes, a veces demasiado inteligentes, y referenciales del cine y la política de la época.
Al principio tropieza un poco en el desarrollo de los personajes. Da la impresión de que uno va a necesitar una guía y un mapa para poder distinguir personajes y locales, pero pronto va ganando en coherencia. Aunque es una película que van a disfrutar primeramente los cinéfilos, no hay que conocer la historia de la Historia para disfrutar el desarrollo dramático del filme. Por supuesto, mientras mejor informado se esté, más se disfruta, pero el filme puede leerse en diferentes niveles.
Mank descansa mucho sobre los hombros de Gary Oldman en el papel protagónico, y los de Amanda Seyfried (Chloe; Lovelace) como Marion Davies y Lily Collins (Okja; Emily in Paris) como Rita Alexander. Sus actuaciones son magníficas, pero los papeles están escritos muy en relación con los sucesos históricos y les resta una intimidad que se traduce en una ausencia de distinción personal que evita que uno conecte con ellos. Quizás hay demasiada grandiosidad en el subtexto. Sin embargo, quien sí se lleva todos los palmarés en el papel de Hearst es el estupendo actor británico Charles Dance.
Fincher, como siempre, dirige con mano segura y su ensamblaje de actuaciones, ambiente, tema y argumento es impecable. Trabaja con un guion escrito por su difunto padre, Jack Fincher, hace casi veinte años, que tiende a la simplificación y a la gravedad épica, pero logra evitar que los defectos se desborden. La fotografía de Erik Messerschmidt (Mindhunter) es magistral, no solo obtiene las tonalidades precisas para recrear la época como si el filme hubiera sido hecho entonces, sino que encuadra perfectamente los ángulos utilizados por Welles en El ciudadano.
Mank es una obra no completamente lograda de un gran director, es un filme que, a pesar de sus excesos intertextuales y narrativos, debe verse con atención.
Mank (EEUU, 2020). Dirección: David Fincher. Guion: Jack Fincher. Director de fotografía: Erik Messerschmidt. Con: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Lily Collins y Charles Dance. De estreno en la plataforma de Netflix.
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