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Literatura, Poesía, Padilla

El desobediente de los poemas sin ataduras (II)

A partir de su segundo libro, Heberto Padilla optó por una escritura que no solo buscaba la poesía como objetivo, sino que intentaba encarnar los problemas concretos de la historia y de su tiempo. Una lírica que representaba una opción al rechazo de muchos poetas cubanos por la historia

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En 1962, Padilla fue enviado como corresponsal de Prensa Latina y del diario Revolución a la Unión Soviética, donde además se desempeñó como redactar en Novedades de Moscú. Allí vivió parte del deshielo, y al referirse a ello confesó: “La breve desestalinización que se produjo en el tiempo que gobernó Jruschov, causó un gran efecto en mi vida y supongo que en la vida de muchos escritores del bloque comunista de aquella época”.

A su regreso a la Isla en 1964, pasó a ser director general de la empresa cultural Cubartimpex (1964-1965) y después fue representante en Europa del Ministerio de Comercio Exterior. Volvió a Cuba en 1966, y en sus memorias cuenta que La Habana que encontró “estaba dominada por la reserva y por el miedo (…) La vigilancia en el seno de las distintas organizaciones revolucionarias hizo reinar sobre el país una moral de la sospecha. En la Unión de Escritores se había hecho más ostensiblemente la presencia de la Seguridad del Estado. Para asegurar que la dolce vita fuera erradicada por completo, se había llegado a la conclusión de que era necesario sanear la institución de homosexuales, los cuales iban a dar a los campos de concentración que, desde 1965, funcionaban en Camagüey con el nombre de Unidades Militares de Ayuda a la producción”.

En 1967, decidió recoger en un libro los poemas que había escrito a lo largo de esos años. Los primeros los redactó en Moscú, otros en Praga, los más recientes en La Habana. Como declaró en una entrevista, respondían a una escritura que no solo buscaba la poesía como objetivo, sino que intentaba encarnar los problemas concretos de la historia y de su tiempo. Una lírica de ojo alerta y abierto a la realidad, que representaba una opción al rechazo de muchos poetas cubanos por la historia; una inquietud que en alguna medida ya estaba presente en El justo tiempo humano. Padilla recopiló esos poemas en Fuera del juego, que tras su publicación, como afirmó José Agustín Goytisolo, fue centro de “un conocido, lamentable y desbordado caso (…), al presentar lo que en un inicio era una cuestión personal y privada entre el poeta y algunos aspectos del proceso ideológico de la isla como un tremendo asunto que afectaba la seguridad del Estado”.

De no haber obtenido en 1968 el Premio UNEAC correspondiente a poesía, Fuera del juego seguramente no habría llegado a la imprenta. Pero al ser galardonado, su publicación estaba garantizada por las bases del concurso. El jurado, que otorgó el premio por unanimidad, sin conceder ninguna mención honorífica, lo integraban J.M. Cohen, el peruano César Calvo, José Z. Tallet, José Lezama Lima y Manuel Díaz Martínez. Este último expresó años después que “votar por Fuera del juego fue un desacato al dirigismo oficial, un acto de rebeldía que los mandos políticos, preocupados por los brotes de disidencia que en aquella época proliferaban en la intelectualidad de los países del Este, y temerosos de que en Cuba cundiera el ejemplo, reprimieron con saña”. Padilla valoró mucho la conducta ejemplar de Lezama Lima, “un escritor que hacía una literatura que yo desaprobaba en el orden estético y, sin embargo, dejó a un lado mis puntos de vista para juzgar con honradez mi poesía, que yo diría era la negación de la suya. Lezama fue un hombre generoso. Junto a un jurado presionado por ese gobierno, premió Fuera del juego sin otorgar menciones honoríficas a ningún otro libro”.

En su momento, Fuera del juego fue una obra tan original como explosiva. Entonces, muchos de los poetas mayores proclamaban la búsqueda de una aventura metafísica o mística que a menudo desembocaba en el hermetismo. Eso se plasmaba en poemas suntuosos, graves, bien escritos, en los cuales dominaban las metáforas y las imágenes, pero en los que el mundo real quedaba excluido de sus preocupaciones. No se interesaban por la catástrofe ni para exaltarla ni para negarla.

Asimilando la aguda visión crítica de su contemporaneidad que aparece en Auden, Lowell y Eliot, Padilla hace algo similar con la suya y la enfrenta críticamente. Concibe un libro “entendido no como una ceremonia lúdica”, sino como rechazo a la complicidad, la prudencia, el silencio. Es consciente de que la Historia es “el golpe que debes aprender a resistir”, el “sitio que nos afirma y desgarra”, y por eso no duda en ofrecerle todo ante su llamado.

Y, en efecto, estamos ante una poesía profundamente enraizada en la historia, que toma posición frente a los problemas individuales y colectivos (como comentó en una entrevista, su libro bien pudo haber llamado El justo tiempo histórico). Padilla habla desde su experiencia personal, pero lo hace desde una arista histórica, y eso le da a sus textos un alcance colectivo y un atributo de testimonio de su tiempo. Propone una nueva perspectiva estética, que se contrapone a la ética, a la opinión reprobatoria, a la política. En “Poética”, declara el papel que reserva a su poesía: “Di la verdad./ Di, al menos, tu verdad./ Y después/ deja que cualquier cosa ocurra:/ que te rompan la página querida,/ que te tumben a pedradas la puerta,/ y la gente se amontone delante de tu cuerpo/ como si fueras/ un prodigio o un muerto”.

El libro está integrado por cincuenta y siete poemas, distribuidos en cuatro bloques: Fuera del juego, La sombrilla nuclear, El abedul de hierro y Canciones. En el primero, que ocupa la mitad de las páginas, se concentran los de más claro carácter crítico y polémico. “En tiempos difíciles”, “Bajorrelieve para los condenados”, “Cantan los nueves césares”, “Dicen los viejos bardos”, “Arte y oficio”, “El discurso del método”, “Para escribir en el álbum de un tirano”, “Los poetas cubanos ya no sueñan”, “Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad”, fueron algunos de los que más irritaron a los “inspectores de herejías”, de los que proféticamente había hablado en “Infancia de William Blake”. En el primero de esos textos, habla sobre los sacrificios extremados e irracionales exigidos por un proceso revolucionario cuya desviación al totalitarismo era ya evidente. Uno de los medios de los cuales se vale es esa modalidad del humor fino y disimulado que es la ironía. Un buen ejemplo de la eficacia que logra lo es “Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad”: “Lo primero: optimista./ Lo segundo: atildado, comedido, obediente./ (Haber pasado las pruebas deportivas.)/ Y finalmente andar/ como lo hace cada miembro:/ un paso al frente, y/ dos o tres atrás:/ pero siempre aplaudiendo”.

En varios poemas de los dos últimos bloques Padilla incluye textos que recrean sus vivencias de los años que pasó en la extinta Unión Soviética. En algunos alude al período estalinista, denunciado ya en el XX Congreso del Partido, y que era una realidad que pocos, entre ellos los comisarios de la UNEAC, negaban. Remiten a otras temáticas “Para Macha, que canta baladas” y el hermoso “Los enamorados del bosque Izmailovo”. De una intensa carga existencial está empapado “La hora”, al que pertenecen estos versos: “Mi hora vendrá/ (mi sola hora de gloria)/ se asomará a la puerta,/ y al mirarme dormido/ cerca de la ventana de cristales/ por donde puedo ver/ el puente Borodino,/ echará su elemento/ entre mis ojos raros/ y no sentiré el peso/ como si me tocara un ala en pleno vuelo”. Y, en fin, no quiero dejar de mencionar ese poema de largo aliento que es “La sombrilla nuclear”.

La primera obra orgánica, que da la voz de alarma

El cambio que experimentó la poesía de Padilla de El justo tiempo humano a Fuera del juego no fue en el tono poético, sino en el contenido. Como ha señalado Ernesto Hernández Busto, “llevado por la idea de la poesía comprometida, o de la función civil de la poesía, Padilla se internó, a la manera de su admirado Maiakovski, en los terrenos escabrosos de la opinión”. En cambio, en el plano literario mantuvo atributos que lo distinguían como la riqueza expresiva, el depurado sentido del ritmo, la singular intensidad. Esas fueron las razones que tomó en cuenta el jurado que premió su poemario, que al razonar su decisión expresó que “entre los libros que concursaron, Fuera del juego se destaca por su calidad formal y revela la presencia de un poeta en posesión plena de sus recursos expresivos”.

Al optar por lo que Adorno llamó la “dialéctica negativa”, Padilla sacó a flote una realidad que muchos se negaban a admitir, por estar fascinados o ciegos. Muchas de las premoniciones que hay en su libro se cumplieron, pues ya estaba en marcha lo que Octavio Paz definió lúcidamente como “el fatal proceso que convierte al partido revolucionario en casta burocrática y al dirigente en césar”. En este sentido, Raúl Rivero comentó que “lo verdaderamente importante que pasó con el libro de Heberto fue que propuso la duda, lanzó una mirada profunda sobre la sociedad y sus relaciones con los grupos de poder. Fuera del juego es el primer texto disidente del socialismo cubano. La primera obra orgánica, que da la voz de alarma y, en medio del fragor de la vida, pide, a lo menos, permiso para un leve sobresalto. Ese libro que, contenía dinamita, había que enmarcarlo en las bibliotecas, sus poemas comenzaron a mecanografiarse y a circular. El poeta se fue pero su poesía se quedó. El hombre estaba solo, tiempo al tiempo, pero el libro escondido y camuflado irradiaba, irradia un fulgor que nada puede ensombrecer”.

Fuera del juego fue el último título de Padilla que apareció en Cuba. Pero en España vieron la luz dos poemarios más breves: Por el momento (1970) y Provocaciones (1973). (Presumo que el título del segundo es una respuesta al del artículo “Las provocaciones de Heberto Padilla”, en el que Luis Pavón, bajo el seudónimo de Leopoldo Alas, lo insultó y difamó.) En total, recogen veintiocho textos, algunos de los cuales su autor había leído en un recital en la UNEAC en enero de 1971, dos meses antes de que lo detuvieran y encarcelaran. Resulta plausible deducir que la redacción de todos es anterior a esos hechos, pues como él mismo manifestó “entre 1971 y 1978 se extendieron ocho años de control policial en que mi vida se redujo al ámbito familiar”.

En la solapa de Por el momento se lee: “Su esclarecedor poema «A Lezama Lima» nos presenta la flexión ideológica ante generaciones intelectuales precedentes en un contexto histórico ambiental esencialmente dinámico. Esa exigencia y atención al momento y circunstancias de la vida cultural y política de La Habana está presente en Por el momento. No hay en él autovigilancia de estilo sino de moral como conducta lejos de todo dogmatismo. Por el momento ofrece el debe y el haber de una actividad creadora entregada a la libertad”.

En esos poemas sigue estando presente “el desobediente de los poemas sin ataduras”, como se definió Padilla en un verso. Hay textos premonitorios de lo que un poco después le tocaría vivir en carne propia: “Todos los días nos levantamos con el mundo;/ pero en las horas menos pensadas hay un montón de tipos/ que trabajan contra la libertad, que agarran/ tu poema más sincero y te encausan”. Sin embargo, las referencias a la realidad política inmediata son ahora menos. A eso se refiere José Mario (fue él quien dio a conocer Provocaciones en sus ediciones la gota de agua), al afirmar en la introducción a ese libro: “Si leemos con atención estos últimos poemas de Heberto Padilla veremos que no le queda casi nada por revelar en relación con el ciclo de la revolución cubana. Es como si a nosotros solo nos quedara por decir que su misión está cumplida”.

Un tema recurrente en esos poemas es el de la poesía y la identidad del poeta, que ya estaba presente en El justo tiempo humano. Aparece abordado desde diferentes ángulos en “De me primo el poeta”, “El relevo”, “Afinidades”, “Escenas contemporáneas”, “Solo entre caminantes”, “A ratos esos malos pensamientos” y “A Galileo”, del cual copio este fragmento: “Los grandes poetas hablaron siempre/ las jergas de la cárcel./ Los mejores poemas siempre han nacido/ bajo la antorcha de los carceleros./ No hay verdadera historia/ que no tenga como fondo una cárcel”.

Asimismo, en varios de los textos el tono eminentemente narrativo es más patente, y como hace notar José Mario los razonamientos poéticos tienden a sintetizarse y se ordenan con mucha más ecuanimidad. Padilla da muestras de su buen hacer, de su dominio técnico, de la plenitud del gusto y el pensamiento, y sus poemas poseen siempre la fuerza de la autenticidad. Logra páginas tan logradas y significativas como “A veces”, “Homenaje” y el escasamente divulgado “En la muerte de Ho Chi Minh”, que finaliza con estos versos: “Embelleciste nuestro tiempo;/ lo pusiste a brillar en los escombros/ del siglo./ Hiciste las cosas necesarias/ y dijiste las palabras precisas./ Fuiste un héroe; es decir, un montón de hombres”.

Un año después de que Padilla fuera autorizado a salir de Cuba, apareció en España El hombre junto al mar (1981). Pudo así comparecer de nuevo ante los lectores, tras varios años de forzoso silencio. El poemario contiene sesenta y dos textos, y como él declaró es un libro límite, que escribió por supervivencia. Según él su obra anterior era “una poesía de formulación, una poesía polémica, en la que la inteligencia prevalecía, agresiva”. Entonces se dijo: “la poesía no puede ser solamente eso: tengo que ver en la vida cosas sencillas, lo que un hombre debe ver. Por eso este libro está lleno de poemas que quizás no sean importantes, pero que son cosas que yo veía (…) Entonces el libro fue integrándose solo, y además con poemas que entraran en contradicción con la posibilidad de que yo saliera”.

La política queda arrinconada a un trasfondo, que ocasionalmente aparece como el eco amortiguado u ominoso de la dramática experiencia personal vivida por el poeta (“Yo recordaba los golpes en la puerta/ y tu voz alarmada/ y tú mis ojos neutros”). Este evoca los recuerdos de los días de infancia, las noches otoñales de Budapest, la última primavera en Moscú, la luz del trópico, el paisaje inmediato. Fija su atención en los pequeños detalles de la naturaleza para captar su hondura (“Síntesis”, “Con solo abrir los ojos”). Dedica, asimismo, poemas a escritores y artistas de diferentes épocas (Heine, Octavio Paz, Luis Cernuda, Pico de la Mirándola).

Más dado a una escritura contemplativa

Con El hombre junto al mar, Padilla sumó a su catálogo un libro hermoso, maduro, en el cual historia y cotidianidad convergen. En él encontramos textos que están entre los mejores escritos por él, como “Casas”, “Herencias”, “Paisaje con un hombre y un perro” y “A Pablo Armando Fernández”, del cual no me resisto a compartir su inicio: “Pablo, cuando me muera,/ tú que puedes dialogar con la muerte en su lengua (cosa que ya se sabe)/ contemplarás mis cartas, fotos, poemas,/ y todavía insistirás —como lo has hecho siempre—/ por encima de mi hombro:/ «¿No te parece que tuviste todas las pruebas y las lealtades?»/ y observarás de reojo los viejos zapatones/ que destrocé de tanto andar”.

Las publicaciones posteriores de Padilla fueron todas volúmenes de carácter antológico: Legacies. Selected Poems (1982), Puerta de Golpe (2013), este último preparado por Belkis Cuza Malé, quien durante más de veinte años fue su esposa. A esos títulos se sumó, cuando el escritor aún estaba vivo, Una fuente, una casa de piedra (1991), una edición bilingüe que recoge 49 poemas. Componen una suerte de compendio de su quehacer poético, pues recopila textos extraídos de los cinco libros que había publicado hasta entonces. No obstante, merece que le dedique unas líneas porque incluye siete poemas inéditos, pertenecientes a su producción literaria en Estados Unidos. De hecho, seis de ellos aparecen reunidos en un bloque titulado Poemas de Princeton.

En esas páginas encontramos a un Padilla de tono más sosegado, de sutiles tonalidades, ya no volcado a un discurso reflexivo en el que predomina el razonamiento, sino mucho más dado a una escritura contemplativa. Se dedica a mirar atentamente el paisaje, que es muy distinto al de sus otros textos. En “Palmer Square”, rememora el pasado de una plaza de Princeton, cuando esa comunidad era “una clara estampa bucólica”. Se detiene en su cementerio, pues un pueblo “es también un escrutinio constante de la muerte”. Asimismo, en “Entre el gato y la casa” se fija en un gato siamés que vive fuera, que cada día sube la escalera que da al patio, husmea, come la comida que le dejan, pero no entra jamás a la casa. Y en “Noche de invierno”, se pregunta: “¿Dónde están metidos la ardilla y el mapache?/ ¿Dónde el loco del pueblo/ que dejaba su morada en Whitherspoon,/ frente a la biblioteca y conversaba en voz alta/ con ángeles o dioses?/ ¿Dónde el bibliotecario gélido como un pez,/ con su capa española y el vestigio de un clásico chileno?/ ¿A quién aúlla mi perro a media noche/ si afuera solo hay árboles y nieve?”.

Para redactar este trabajo, consulté la bibliografía pasiva a la cual tuve acceso. Durante esa faena, encontré algunas incorrecciones a las que creo pertinente aludir. En algunos sitios, como la popular Wikipedia, figura entre los libros de Padilla la novela Buscavidas. De la misma solo existen tres capítulos, publicados en junio de 1961 en Lunes de Revolución. En su testimonio sobre la etapa que pasó en Cuba, Jorge Edwards anota que con Fuera del juego Padilla ganó el Premio Casa de las Américas, un error que se ha mantenido en las sucesivas reediciones. Al morir el poeta, el diario español ABC sacó una nota en la cual se afirma que en 1989 “escribió una novela policial con el título de Prohibido el gato”. Para quien firma estas líneas, resulta dudoso que un autor que demostró imaginación a la hora de titular sus libros, optase por uno tan corriente.

En septiembre de 2001, ese mismo periódico dedicó seis páginas de su suplemento Cultural al caso Padilla, “el más célebre de los procesos de represión intelectual de la dictadura castrista”. En uno de los textos, firmado por Tulio Demicheli, se puede leer, aludiendo al autor de Fuera del juego: “No lo perdona la revista Verde Olivo, visceralmente ortodoxa, en la que actuaba como matarife su director, Jesús Díaz, quien lo acusa de lanzar ‘provocaciones’”. Confundir a Jesús Díaz con Luis Pavón es un error de bulto, imperdonable en una fecha cuando verificar un dato en internet era ya muy fácil. Demicheli repite también el error de decir que el premio otorgado al poemario fue el Casa de las Américas. Asimismo, en el tercer tomo de la Historia de la literatura cubana, Virgilio López Lemus se excusa de no comentar la evolución de la obra de Padilla posterior a Fuera del juego, porque tras salir de Cuba, “apenas si publicó nuevos poemas, dispersos”.

En otro bloque de esa misma obra, dedicado a los poetas de la emigración (exilio, ya se sabe, es un término que en la Isla se elude), Enrique Saínz enumera como libros dados a conocer por Padilla en el extranjero “Las catedrales del agua, 1981; El hombre frente al mar, 1981; Legacies, 1982”. En realidad, la autora del primero es Edith Llerena, y su poemario va encabezado por un prólogo de Gastón Baquero. Por último, es pertinente apuntar que Una época para hablar, una supuesta antología poética de Padilla aparecida en 2013 bajo el sello de la Editorial Letras Cubanas, fue un proyecto que nunca se llegó a materializar. Quienes han dado la noticia de su salida no han podido mostrar su cubierta ni proporcionar más datos: cuántas páginas tiene, qué poemas incluye, quién es su compilador.

En un poema escrito en 1964, Padilla escribió: “Te esperaré,/ hora mía entre todas las horas de la tierra./ (…) Haz que mis libros tengan/ tu fiereza y mi vehemencia. Di al mundo:/ «Amó y luchó»./ Arráncame la costra impersonal./ Redúceme, aterido,/ entre tus manos diestras./ Que de algún modo sepan/ que no todo fue inútil,/ que tuvieron sentido mi impaciencia,/ mi canto”. Veinte años después de su fallecimiento, el poeta puede descansar tranquilo. Su canto y su impaciencia tuvieron sentido, y hoy su obra forma parte de lo que Jorge Mañach llamó nuestras grandezas patrias.