Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Literatura rusa, Bulgákov

El diablo suelto en Moscú (II)

La novela de Bulgákov no se reduce a una narración satírica y fantástica, sino que es una obra polisémica, sorprendentemente generosa y multifacética

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El tono burlesco y el despliegue de fantasía que caracterizan buena parte de las escenas protagonizadas por Woland y sus compinches, dan paso a un tratamiento más lírico en los capítulos correspondientes a la historia del maestro y Margarita. El personaje del primero (su nombre nunca se menciona) aparece ya bien avanzada la novela, cuando se halla en un sanatorio mental. Pero a diferencia de los otros internos, es el único que está allí por su propia voluntad. Es un joven escritor que ha decidido huir del mundo, y para ello se hace pasar por loco. Tomó esa decisión después del linchamiento del que fue objeto una novela suya por parte de la crítica oficial.

El maestro tiene un aire casi místico y no deja de haber claras analogías entre él y Ga-Nozri, trasunto de Jesús en los capítulos protagonizados por Poncio Pilatos (esas páginas corresponden a la novela que escribió el maestro). Asimismo no resulta difícil darse cuenta de que ese personaje posee una dimensión autobiográfica. Así lo señala el español Ricardo San Vicente, especialista en literatura rusa: “Maestro y autor padecen de la misma enfermedad, la enfermedad del arte, y ambos por igual son perseguidos por ello. El arte mágico de Bulgákov estriba en el fundamento de toda la magia: salvar a su héroe para salvarse él”. Eso se relaciona además con la figura del artista perseguido, uno de los temas de la novela. Es un motivo recurrente en la literatura de Bulgákov, quien también lo abordó en sus obras sobre Molière (Vida del señor de Molière), Pushkin (Los últimos días) y Cervantes (Don Quijote).

En contraste con el carácter apocado del maestro, Margarita es una fuerza de la naturaleza. Es una mujer atrevida, apasionada, que se niega a la desesperación. No es fortuito que Woland la elija anfitriona de su gran baile y que la convierta en una bruja con poderes sobrenaturales. De ella dice el narrador: “Desde que a los diecinueve años se casó y fue a vivir al palacete no había conocido la felicidad. ¡Dioses, dioses míos! ¿Qué necesitaba esa mujer? ¿Qué necesitaba esa mujer en cuyos ojos brillaba siempre una llamita inexplicable? ¿Qué necesitaba esa hechicera que bizqueaba ligeramente de un ojo y que aquel día de primavera se adornó con un ramo de mimosas? No lo sé. Lo ignoro. Sin duda, había dicho la verdad: lo necesitaba a él, al maestro, y no el palacete gótico, ni un jardín privado, ni dinero. Ella lo amaba, le había dicho la verdad”. Yelena, quien fue su ángel de la guardia y durante años guardó el manuscrito de la novela, le sirvió además de musa a Bulgákov, quien se inspiró en ella para crear el personaje de Margarita.

Hay un personaje que el maestro encuentra en el sanatorio mental, al que vale dedicarle unas líneas. Se llama Iván Nikoláievich Ponyriov e interviene en la escena del Estanque del Patriarca, narrada en el primer capítulo. Es un poeta joven ansioso de hacer carrera, a punto de convertirse en un funcionario más de la literatura. Escribe con el seudónimo de Bezdomni, Sin casa o Desamparado, de acuerdo a las traducciones que existen en español. Al comienzo de la novela, es un miembro conformista y dócil de Massolit. Pero tras el encuentro con Woland y la muerte de Berlioz, experimenta un notable cambio. Es uno de los pocos personajes que se ve profundamente afectado por los hechos que ocurren en Moscú.

En el hospital tiene tiempo para reflexionar, y eso le da la posibilidad para verse claramente a sí mismo. Se humaniza, comprende que no tiene talento y, en un acto de lucidez, renuncia a la literatura. El maestro lo considera su discípulo, y cuando se dispone a abandonar Moscú con su amada es la única persona de la que quiere despedirse. En 1991, el dramaturgo cubano Alberto Pedro estrenó en La Habana la pieza teatral Desamparado, una versión libre de la novela de Bulgákov. En ella, el joven poeta es uno de los personajes que tiene mayor peso.

Se acerca al cristianismo con una buena dosis de herejía

De las tres historias que desarrolla la novela, la más elaborada desde el punto de vista estilístico es la de Poncio Pilatos. Algunos críticos la consideran la menos original y de menos interés, argumentando que no se aparta de la versión ortodoxa. Dada mi ignorancia en cuestiones teológicas, prefiero dejar ese aspecto a los especialistas en ese campo. Me limitaré a señalar un par de detalles. El primero es que Bulgákov trató de acercar a los lectores la figura de Jesús (en la novela, ya lo apunté, aparece con el nombre de Yeshua Ha-Nozri), haciéndolo menos místico y más humano. El retrato que hace de él es bastante insólito, pues lo presenta como un hombre ingenuo y extremadamente sencillo. En ese acercamiento al cristianismo hay, pues, una buena dosis de herejía.

El otro detalle se refiere a que en la novela el protagonismo corresponde a Poncio Pilatos. Al respecto, el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael ha hache esta inteligente interpretación: “Vasallo de Stalin, lo que a Bulgákov le interesa es la conciencia del poderoso. Su héroe es Pilatos, no Jesús. El tirano es humano, demasiado humano y por ello terrible: poderoso, es impotente (…) Eso es acaso el secreto que vuelve intocable al cómico de la legua, al insistente peticionario cuya magia Stalin temía”.

A eso puede agregarse que el escritor dejó sutiles pistas para que se establecieran vínculos entre el argumento bíblico y el contemporáneo, entre la Tierra Santa y el Moscú de los años 30. Ambas tramas ocurren a lo largo de cuatro días. Asimismo ambas comparten ciertos elementos e imágenes, como el calor y el perfume de las rosas. Tampoco se puede perder de vista el hecho significativo de que las últimas líneas de varios capítulos sirven luego de inicio a capítulos de la novela del maestro, o viceversa. Así, el titulado “Un apartamento siniestro” finaliza: “La conciencia lo abandonó”. El siguiente, a su vez empieza: “En el preciso momento que la conciencia abandonaba a Stiopa en Yalta…”.

De todo lo que hasta aquí he expuesto, creo que se puede inferir que El maestro y Margarita es una obra polisémica y extremadamente compleja, que no se reduce a una narración satírica y fantástica. Un escritor tan alejado de la estética de Bulgákov como Konstantín Símonov, la calificó como un “libro sorprendentemente generoso y multifacético”, en el que “hay tantas riquezas”. Eso lo llevó a expresar que “es uno de esos libros que distintas personas leen de distinto modo y aman también de modo distinto, encontrando en ellos cosas distintas”. Por otro lado, admira que siendo una novela tan pegada a la realidad del Moscú de los años 30, sea a la vez tan universal. Los que desfilan por sus páginas, constituyen muchos de los personajes arquetípicos de la sociedad soviética de la época.

Tras leer El maestro y Margarita, uno se pregunta qué llevó a Bulgákov a dedicar tantos años a escribir un libro sobre el cual no podía la más mínima esperanza de que entonces se publicase. Él mismo era consciente de ello, pues sabía que se trataba de una obra que contravenía los patrones estéticos y temáticos oficiales. “Los manuscritos no arden”, dice en su novela, pero sabía que eran confiscados e iban a parar a los archivos del KGB. Vivía con ese terror, y en el diario que su mujer llevó en esos años cuenta una anécdota que lo pone de manifiesto: “En una ocasión me obligó a levantarme de la cama ya poyándose en mi brazo, en bata, descalzo, recorrió las habitaciones para convencerse de que los manuscritos del Maestro seguían en su lugar. Después se acostó e irguiéndose sobre los cojines apoyó su brazo derecho en la cadera, ¡como un caballero español!”.

Y es que desde las primeras páginas, El maestro y Margarita elude el realismo, tanto el socialista como el crítico. Su autor cuestiona radicalmente el principio realista y opone al mismo un alegato en favor de la imaginación más exuberante. Concibe un argumento fantasioso, próximo al relato gótico, en el que hay recursos teatrales, un juego permanente con el humor esperpéntico y la sátira, figuras de la imaginería medieval, referencias culturales y literarias (Dante, Goethe, Verdi, Tolstói, Schiller, Lérmontov, Pushkin son solo algunas de ellas).

En español, pudimos leer El maestro y Margarita a partir de 1968. Ese año se puso en circulación la traducción de Amaya Lacasa publicada por Alianza Editorial. Durante muchos años, fue la versión que se divulgó. En 1989, Arte y Literatura dio a conocer en Cuba la traducción hecha por Julio Travieso Serrano, que también cuenta con una edición mexicana. Más recientemente, llegó a las librerías una nueva traducción firmada por la española Marta Rebón (Nevsky Prospects, 2014, 521 páginas), que difiere bastante de las dos anteriores.

En la Nota del editor, se explica que no fue hasta 1989-90 cuando se publicó en Rusia una edición de la novela que compila de forma rigurosa las diversas versiones existentes. A cargo de ella estuvo Lidia Yanovskaia, quien en gran medida se benefició del trabajo de la filóloga Marietta Chudakova, por aquel entonces encargada del Departamento de manuscritos de la Biblioteca Estatal. Esta última había trabajado directamente con la viuda del escritor y hoy es presidenta de la Fundación Bulgákov. La edición de 1990 fue la primera en fijar un texto sólido, a partir de lo que hasta ese momento había sido un texto fragmentario. En la misma se recuperó además todo lo que el autor hubiese querido incluir. En esa versión que puede considerarse definitiva, se basa la traducción que ahora se ha publicado.

Marta Rebón tiene ya demostrado que es una excelente traductora del ruso. A ella se deben, entre otras, las que ha realizado de obras de Borís Savinkov (El caballo negro), Luidmila Ulitskaia (Daniel Stein, intérprete), Gueorgui Vladímov (El fiel Ruslán), Ilia Ehrenburg (Gentes, años, vida) y Vasili Grossman (Vida y destino). Gracias a su esmerada labor, El maestro y Margarita nos llega en un castellano elegante y fluido. El mejor elogio que se puede hacer de su trabajo es que da la impresión de que la novela hubiese sido escrita originalmente en nuestro idioma. Quienes la han leído en ruso, hablan de la musicalidad, las entonaciones y la cadencia que distinguen la prosa de Bulgákov. Unas cualidades que Marta Rebón ha conseguido mantener en su versión. A modo de botón de muestra, copio este fragmento:

“¡No, no, no! ¡Ni una palabra más! ¡De ninguna manera, nunca! ¡No me llevaré a la boca nada de su cantina! Ayer, muy respetable señor, pasé junto a su barra y hasta ahora no he podido olvidar ni el esturión, ni el bryndza. ¡Ah, querido mío! El bryndza nunca es verde, alguien le ha estafado. Ese queso de oveja tiene que ser blanco. ¿Y el té? ¡Pero si parece agua de fregar! He visto con mis propios ojos cómo una chica desaliñada echaba agua sin hervir de un cubo en su enorme samovar, mientras se seguía sirviendo té. ¡No, queridísimo, eso es inadmisible! (...) Palomito, ¡eso es un disparate! (...) Eso del grado de frescura de segunda categoría. ¡Es absurdo! Sólo hay una frescura: la primera, que al mismo tiempo es la última. Y si su esturión tiene un grado de frescura de segunda categoría significa que está podrido”.

Desde que se publicó y tradujo a otros idiomas, El maestro y Margarita no ha dejado de crecer. La novela de Bulgákov ha trascendido así su época y ha ganado nuevos lectores en todo el mundo. Se ha adaptado además a al teatro en varios países y existen una ópera y un musical basados en ella. Asimismo inspirándose en sus personajes y motivos han sido compuestas varias canciones. La más conocida es Simpathy for the Devil, de los Roling Stones. Pero la lista incluye además otras de Franz Ferdinada (Love and Destry), Moriarty (Long Live the Devil), Pearl Jam (Pilate) y Patti Smith (Banga).

La novela de Bulgákov también se ha llevado al cine. De las versiones a la pantalla, la mejor y más fiel es, en mi opinión, la que el ruso Vladimir Bortko dirigió en 2005. Fue hecha para la televisión y se proyectó en diez capítulos. Otros cineastas que se han acercado a la obra cumbre de Bulgákov son Andrzej Wadja, Yuri Kara y Alexander Petrovic. Menos suerte tuvieron Vladimir Naumov, Igor Talankin, Eldar Riazanov, Elem Klimov y Roman Polanski, quienes no pudieron materializar sus proyectos.

En un trabajo que apareció en el suplemento cultural del diario mexicano La Jornada, Olga Naumova narra una anécdota que pienso vale la pena reproducir: “Yelena Sergueevna recuerda que hacia el final de la enfermedad hubo un momento cuando el escritor casi perdió el habla y a veces le salían sólo el comienzo o el final de las palabras. Sentada frente a él, Bulgákov le daba a entender que necesitaba algo. Ella pensaba que podría ser una medicina, o algo para beber, pero después le quedaba claro que no era nada de eso. Entonces caía en cuenta y le preguntaba: «¿Quieres tus cosas?». El asentía con un gesto que podía significar «sí» y «no». Ella le insistía: ¿El Maestro y Margarita? Terriblemente contento hacía una señal con la cabeza: «Sí, eso». Y decía tres palabras con suma dificultad: «¡Que lo sepan! ¡Que la conozcan!»”.

Bulgákov murió con la incertidumbre de no saber si El maestro y Margarita llegaría a los lectores. Hoy, cuando sabemos que por lo menos su manuscrito no ardió, al placer de la lectura de su novela se añade la satisfacción adicional de saber que con ella logró una justa revancha. El esfuerzo creador que para él supuso su escritura constituye un ejemplo de resistencia moral contra el totalitarismo.