Actualizado: 27/03/2024 22:30
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CON OJOS DE LECTOR

El espejo y el martillo (II)

Santiago Álvarez concibió el cine documental como un medio artístico cuyo objetivo no es mostrar e ilustrar, sino agitar y expresar ideas.

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Trascender lo efímero de la noticia

Pero aunque esos dos grandes bloques constituyen su cuerpo central, Hanoi, martes 13 no sigue una narrativa convencional. Incluye también un prólogo y un epílogo en colores, en los que se escuchan fragmentos de un texto escrito por José Martí en 1889, Un paseo por la tierra de los anamitas. A continuación del prólogo, viene un montaje de fotos que aluden en estilo grotesco y satírico al nacimiento de un niño (lo que se ve en la pantalla es, sin embargo, el parto de una vaca), que creció, se hizo hombre y después fue presidente de los Estados Unidos. Se trata, claro, de Lindon B. Johnson. Álvarez retoma al final ese discurso, e incorpora registros visuales de soldados norteamericanos capturados en Vietnam, así como de féretros cubiertos por la bandera norteamericana. Una vez más, esos materiales de archivo son tratados por él mediante la animación. Los movimientos y el ritmo cinematográficos que el director les imprime están pautados por el estribillo de una canción de evidente corte humorístico: "You laugh, you laugh/ They're coming to take me away, ja, ja". Testimonio histórico, a la vez que obra de arte, Hanoi, martes 13 ejemplifica la capacidad de su director para un documental que, aunque surgió de la cobertura periodística de un hecho, trasciende lo efímero y anecdótico de la noticia. Similar génesis tuvieron, entre otras obras suyas, Ciclón, Once por cero, El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá, ¿Cómo, por qué y para qué se asesina a un general?, Morir por la patria es vivir y Piedra sobre piedra.

Al igual que muchos de sus títulos, Hanoi, martes 13 sigue siendo una obra vibrante, cuyas imágenes golpean por su tremenda fuerza. No obstante, en mi opinión en ese filme se insinúa ya, aunque sin lastimarlo, la tendencia de Álvarez a alargar la duración, algo que después llegará a ejemplos extremos como el ya citado de De América soy hijo… y a ella me debo. Pienso que el realizador cubano logró sus mejores trabajos cuando se dejó guiar por su vocación periodística. Son aquellos en que parte de una noticia para recrearla, analizarla, contextualizarla. Gracias a ellos precisamente fue que consiguió imponer su sello distintivo en el lenguaje del documental moderno y ganar un sitio relevante entre sus principales creadores. En los filmes más largos, en cambio, pierde parte de su creatividad y su frescura, y en ellos el carácter panfletario y didáctico actúa como un lastre en detrimento de la calidad estética.

En la primera entrega de este trabajo apunté que en sus filmes, Santiago Álvarez se expresa fundamentalmente mediante las imágenes. El suyo es cine en su esencia más pura, y en ese sentido coincide con la idea de Flaherty de que se puede decir casi todo con la imagen y el sonido. Creo que si me pidiesen ilustrar esta afirmación con una de sus obras, aparte de Now seleccionaría sin vacilar Cerro Pelado. Cuarenta años después de realizado, me sigue sorprendiendo la claridad, frescura y eficacia con que su director logra contar todo lo relacionado con la participación de los cubanos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, cuya sede fue Puerto Rico. No se escucha una sola palabra, sólo se insertan unos breves titulares para identificar los segmentos: Éste es el barco, Éste es el enemigo. Tampoco hacen falta más, pues lo que se proyecta en la pantalla habla con mucha elocuencia. Dice, naturalmente, lo que Álvarez quiere que se diga, pues recuerdo por enésima vez el propósito declarado por él de ser un agitador, de convertirse no sólo en testimoniante, sino también en protagonista.

Aunque los documentales de Santiago Álvarez a los cuales me he referido son, como el grueso de su obra, esencialmente políticos y militantes, no quiero obviar la presencia en su filmografía de unos cuantos títulos en los que abordó otras temáticas. A esa lista pertenece, por ejemplo, uno de sus primeros trabajos, El Bárbaro del Ritmo (1963), sobre la muerte de Benny Moré. Están también reportajes como Forjadores de la paz (1962), sobre los becados del Centro Vocacional para Maestros de Minas del Frío, Quemando tradiciones (1971), que mezcla la sátira de las supersticiones con el empleo del sistema australiano de corte de caña, y Rescate (1974), sobre el método de rehabilitación aplicado a los enfermos del Hospital Psiquiátrico de La Habana. Recreó la utilización del litoral rocoso de La Habana como playa popular en Tiempo libre a la roca (1981). Se acercó asimismo al deporte en Pedales sobre Cuba (1965), 60 minutos con el Primer Mundial de Boxeo Amateur (1974) y ¿Perdedores? (1991); y a la música en Brascuba (1987), Concierto por la vida (1997), Para bailar, La Habana (1998) y La Isla de la Música (2003).

Gracias a títulos como los recopilados en He who hits first, hits twice, Santiago Álvarez contribuyó a revalorizar el género documental y a que éste dejase de ser un material de relleno. Asimismo su obra, como sostiene Amir Labaki, problematizó las bases mismas del cine documental, al chocar de frente con la escuela "neutralista", que tras la justificación de la neutralidad de la cámara, pretende ocultar la ideología inherente a cualquier discurso. Conviene decir en este punto que todo eso Álvarez no lo consiguió solo, sino al frente de un excelente equipo a cuyos miembros corresponde parte del mérito. Así, desde finales de la década de los sesenta, el cineasta integró un inseparable binomio con el camarógrafo Iván Nápoles, y también fueron colaboradores permanentes suyos Miriam Talavera, Raúl Pérez Ureta, Jorge Pucheux, Norma Torrado, Adalberto Gálvez y Jerónimo Labrada.

John Grierson, el fundador de la escuela documental inglesa, concebía ese género cinematográfico como una elaboración creativa de la realidad. Según él, en una sociedad dinámica y en rápida evolución un espejo que la refleja es menos importante que el martillo que ayuda a moldearla. Y confirmaba así su elección: "Como un martillo y no como un espejo he procurado utilizar el medio que vino a mis algo inquietas manos". Aunque nunca se refirió a ello, es obvio que Santiago Álvarez adoptó el criterio de Grierson, al hacer del documental un medio artístico cuyo objetivo no es mostrar e ilustrar, sino agitar y expresar ideas. O para expresarlo con sus propias palabras: "El cine no es una extensión de la acción revolucionaria. El cine es y debe ser acción revolucionaria en sí mismo".


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