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Krzizanovski, Literatura, Literatura rusa

El genio que emergió de la nada

A Sigismund Krzizanovski se le reconoce hoy como un escritor original y de un talento brillante. Sin embargo, murió estrictamente inédito, lo cual quiere decir que mientras estuvo vivo literariamente no existió

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“Aquí tiene la amarga retribución del mundo:
a cambio de una infinidad de palabras recibo silencio”.
El regreso de Münchhausen.

Hay escritores y artistas cuya obra es demasiado rara para pertenecer por completo a la época en la cual les tocó vivir. Esta, al no ser capaz de asimilarla ni asumirla, los rechaza, excluye y margina. Ejemplos que ilustran esto se pueden mencionar unos cuantos. Pero me atrevo a afirmar que uno de los casos más insólitos en todos los sentidos es el Sigismund Krzizanovski. Fue un talento brillante, al que hoy se le califica de genio. Sin embargo, murió estrictamente inédito, lo cual quiere decir que mientras estuvo vivo, literariamente no existió. El primer libro suyo que pudieron leer sus compatriotas, Recuerdos del futuro (1989), se publicó un siglo después de su nacimiento y cuatro décadas de su muerte.

Ese tardío descubrimiento de su autor por el público ruso fue posible gracias a la labor de Vadim Perelmuter. Era estudiante de filología cuando en la búsqueda de los papeles de un crítico ya fallecido, encontró una nota redactada por el poeta Gueorgui A. Shengeli. Este se refería en ella a la muerte de “Sigismund Krzizanovski, escritor fantástico, genio ignorado, de igual talento que Edgar Allan Poe y Alexander Grin”. Perelmuter decidió entonces averiguar quién era ese genio. Descubrió que antes de fallecer dejó perfectamente organizados una decena de libros, y se propuso sacarlo del olvido. Consagró entonces treinta años a investigar en archivos para preparar una amplia selección de sus obras. Su proyecto se ha materializado en la publicación de cinco volúmenes.

En otros países también se ha descubierto a Krzizanovski, cuyos textos están accesibles en catorce idiomas. En Francia, las Èditions Verdier empezaron a publicarlo a principios de la década de los 90. Inauguraron con él la colección Slovo, dedicada a la literatura rusa. Hasta el presente han visto la luz ocho títulos suyos, la mitad de ellos traducidos por Catherine Perrel. En Estados Unidos están accesibles varios textos de Krzizanovski, gracias a la labor de Joanne Turnbull. La colección New York Book Review Classics adquirió los derechos y en su catálogo figuran cuatro volúmenes del escritor ruso.

En cuanto a nuestro idioma, los lectores pueden acceder a su obra a través de La nieve roja y otros relatos (compilación y traducción de Jesús García Gabaldón, Ediciones Siruela, Madrid, 2009); El club de los asesinos de letras (traducción de Rafael Cañete, Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2012); Biografía de una idea y otros relatos (traducción de Martha Sánchez-Nieves, Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2019); y El regreso de Münchhausen (traducción de Alejandro Reza Rodríguez y Alfredo Hermosillo, Universo de Libros, México, 2021). Asimismo, en la antología La vida entera y otros cuentos raros de escritores rusos (Editorial Verdehalago, México, 2013) Jorge Bustamante García, su compilador y traductor, incluyó cuatro narraciones de Krzizanovski.

Su nombre completo es Sigismund Dominikovitch Krzizanovski y muchos pensarán que suena poco ruso. Eso tiene una explicación: nació en 1887 en Kiev y era hijo de padres católicos de origen polaco. En la universidad de la actual capital de Ucrania matriculó Derecho. Pero durante el tiempo relativamente largo que le tomó terminar la carrera, se dedicó a adquirir conocimientos en los campos más diversos: astronomía, matemáticas, lingüística, literatura europea, filosofía. Como ha comentado Gerardo de la Cruz, Krzizanovski tenía un espíritu renacentista con una curiosidad universal que lo mismo sabe de ciencias exactas que de humanidades.

En 1912 cumplió el que era entonces un viaje clásico, que lo llevó a ciudades como París, Heidelberg, Milán. En esos sitios se familiarizó con las grandes corrientes del pensamiento que iluminaron el siglo XX: las ideas kantianas, las neo-kantianas, las nietzscheanas, el socialismo utópico, la antroposofía. Eso hizo de él un hombre poliglota y cosmopolita, enamorado de las disciplinas que, como las líneas paralelas, apuntan al infinito.

Ante la necesidad de ganarse la vida, en 1914 entró a laborar como asistente en un bufete de abogados. Estalló entonces la Primera Guerra Mundial, que en su biografía ocupa un espacio en blanco. Seguramente fue movilizado y combatió en varios frentes. Pero poco más se sabe de esos años, pues Krzizanovski no dejó ningún registro sobre ellos en sus cuadernos.

Vivía como un ermitaño en una habitación minúscula

Su trayectoria vital se reinició en 1919. Dos años antes, en Rusia se había producido la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques. Al aludir a aquel hecho, Krzizanovski escribió: “¿La revolución? Una aceleración de los hechos que el espíritu no puede seguir”. En esa época se relaciona con los medios intelectuales y, especialmente, con los estudiantiles. Da conferencias y anima discusiones en el Conservatorio de Arte Dramático y el Instituto de Música. Quienes tuvieron el privilegio de asistir a sus intervenciones, años después lo recordarán con cariño y fervor.

En 1922 se traslada a Moscú, donde prácticamente pasó el resto de su vida. Vivía en el barrio de Arbat, en una habitación minúscula de apenas ocho metros cuadrados. Eso hizo que en una carta a un amigo se jactara de haber descubierto “una forma de estirar con éxito las piernas mientras estoy sentado en mi escritorio”. Llevaba la vida de un ermitaño y sobrevivía con escasos recursos. Unos pocos amigos, fascinados por su talento como escritor y por la riqueza de su pensamiento, se esforzaron por conseguirle el medio para tener algunas entradas. Estas provenían de trabajos como editor, colaboraciones para revistas, conferencias.

Krzizanovski también impartió clases en el Estudio Dramático de Alexander Tairov, hizo traducciones literarias y de 1925 a 1931 tomó parte en la redacción de la Gran Enciclopedia Soviética. Asimismo, redactó los guiones para películas dirigidas por Yakov Protazanov (La Fiesta de San Jorge, 1930) y Alexander Ptushko (El nuevo Gulliver, 1935), pero su nombre no apareció en los créditos. Los comisarios culturales aprovechaban sus múltiples conocimientos, pero le negaban la oportunidad de dar a conocer su obra como escritor.

En la introducción de La nieve roja y otros relatos, García Gabaldón cuenta sus infructuosos esfuerzos por conseguir que lo publicasen. A excepción del cuento “El jugador” y unos ensayos aparecidos en revistas, siempre lo acompañó la “mala suerte” literaria. En 1925, la editorial Dennitsa tenía previsto publicarle Cuentos para niños prodigio y Autobiografía de un cadáver; pero unos meses antes de que fueran a la imprenta la editorial cerró por motivos económicos.

En 1928 envió a una editorial donde laboraba un profesor y crítico literario, a quien conoció durante su estancia en Koktebel, dos textos de prueba. Ambos fueron rechazados. Ese mismo año intentó publicar el volumen de cuentos El coleccionista de fisuras y la novela El club de los asesinos de letras, pero no logró superar la censura ideológica. Recurrió el rechazo de esta última, pero su apelación fue rechazada. Coincidió que el principal censor era su jefe en la Gran Enciclopedia Soviética, así que como su solicitud no tuvo efecto Krzizanovski dejó su trabajo allí. En 1941, consiguió por fin que la editorial de la Unión de Escritores aceptara una selección de trece relatos suyos. Pero un mes antes de que fuera impresa, las tropas nazis invadieron la Unión Soviética y la industria editorial puso todos sus recursos en la guerra.

En 1932, dos amigos suyos se dirigieron a Máximo Gorki para solicitarle que ayudase a Krzizanovski. Por supuesto, el autor de La madre nunca movería un dedo por un autor cuya narrativa nada tenía que ver con los cánones del realismo socialista. (Acerca de esa literatura, Krzizanovski dejó este apunte: “Los pesados camiones literarios de estos últimos años, rodando en el vacío, atravesaron con estrépito mi memoria”.)

Según Gorki, el autor por quien aquellos dos amigos intercedieron “habría tenido mucho éxito en los años ochenta del siglo XIX”, cuando “estaban de moda entre los intelectuales las ideas ociosas, y los debates de amigos en torno al samovar sobre la certidumbre o la incertidumbre de nuestros conocimientos del mundo constituían el entretenimiento predilecto”.

¿Para quiénes, tan contra viento y marea, escribió?

Gorki resumía su opinión con estas infames palabras: “Por eso pienso que las obras del ciudadano Krzizanovski difícilmente encontrarán un editor, y si lo encontrara, entonces, sin duda, deformarán algunos jóvenes cerebros, y esto último, ¿acaso hace falta?”. De ese modo, condenaba el escritor al anonimato y a la no existencia. La obra de Krzizanovski pasó así a engrosar lo que Isaac Babel llamó “la literatura del silencio”.

Para la escritora uruguaya Ida Vitale, Krzizanovski es “ejemplo acabado y trágico de una creación que a falta de todo apoyo se sostiene por sí sola en la rebeldía”. Recuerda su humillante recorrido “por editoriales y periódicos donde sus textos eran rechazados con distintas excusas”. Y expresa: “¿Para quiénes, tan contra viento y marea, de modo tan confiado, escribió Sigismund Krzizanovski? Él, el impublicado por excelencia, tan impublicado que llegó hasta expresar su situación en una abreviatura que la volvía más íntima y asumida: el impub, el impub prototípico, borrado por asesores de revistas y de editoriales que se curaban en salud o que simplemente conformaban su juicio sobre los modelos que la mentalidad soviética exigía, siguió insistiendo hasta el fin de sus días. Integrado en una sociedad cuya eternidad convencía incluso a sus oponentes, escribió más de tres mil páginas de las que solo algunas conocieron breve y precaria divulgación en alguna función teatral”.

Krzizanovski poesía una férrea vocación y a pesar de ese desajuste con su medio, escribió mucho. Hizo de la escritura su supremo recurso de sobrevivencia. Las décadas de los 20 y los 30 fueron su etapa más productiva. Leyó sus relatos en círculos privados. Donde fueron bien acogidos, y algunos cuentos breves aparecieron en revistas. Pero como hace notar García Gabaldón, lo único que logró ver publicado en vida fue el ensayo La poética del título (1931), un opúsculo de treinta y cuatro páginas. Su edición fue costeada por un grupo de amigos. No obstante, tuvo un efecto beneficioso, pues le sirvió para que le diesen el permiso de residencia para seguir viviendo en Moscú.

Hay quienes sostienen que el genio es capaz de surgir independientemente de su contexto o entorno. Es cierto que Krzizanovski parece confirmar esa idea. Pero la época en la cual le tocó vivir y crear su obra era la peor para un escritor como él. Eso lo condenó a una invisibilidad absoluta, que acabó por afectarlo. Llegó un momento en que se sintió derrotado y se dio a la bebida. Terminó alcoholizado y en mayo de 1950 tuvo un infarto cerebral. Le dañó la zona que controla el sistema de signos. No le hizo perder la capacidad de hablar, pero sí la del lenguaje. Un final tristemente irónico para quien convirtió las letras y las palabras en personajes privilegiados de sus narraciones. En una, titulada “Matasello: Moscú”, había descrito cómo las letras dejaban de adherirse al papel y se negaban a unirse unas con otras para formar palabras.

Krzizanovski falleció en diciembre de 1950, cuando tenía sesenta y tres años. Fue enterrado el día de Año Nuevo, bajo una fuerte nevada. Posiblemente por esa razón, las pocas personas sobrevivientes que asistieron al entierro no recuerdan el camino que siguieron en el cementerio. Hasta hoy, la tumba del escritor no se ha podido encontrar.

Gracias a la actriz Anna Bovchev, quien fue su compañera de toda la vida, sus manuscritos se conservaron. Los escondió y además hizo copias que distribuyó a manera de samizdat entre los amigos del escritor. En 1965 entregó una copia de varios textos de su esposo a la Unión de Escritores Soviéticos. Gozaba de un gran prestigio, había sido condecorada, y tenía la esperanza de que esa organización publicara un par de volúmenes de sus obras escogidas. Sin embargo, eso no se materializó y depositó todo ese material en el Archivo de Literatura y Arte de Moscú.

Esas pilas de manuscritos sumaban más de tres mil páginas, y sobrevivieron durante décadas porque los órganos de seguridad no les dieron importancia. Allí los encontró Vadim Perelmuter en 1976, cuyo inapreciable y paciente trabajo permitió que Krzizanovski emergiera de la nada, para que se hiciera realidad lo que él había profetizado: “No me llevo bien con el tiempo presente, pero la eternidad me amará”.