Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Krzizanovski, Literatura rusa, Literatura

Un clásico moderno e imprescindible

Los cuentos y relatos de Sigismund Krzizanovski poseen la doble condición de ser realistas y fabulosos, de mezclar lógica e invención, en una admirable amalgama de literatura y filosofía

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En lugar de a sus contemporáneos, Krzizanovski se dirigía a los lectores del futuro. Sus obras se desmarcaban por completo de la literatura impuesta y promovida por el régimen soviético. Tenían más que ver con las de autores etapas anteriores (Cervantes, Swift, Poe, Hoffman) y con coetáneos como Kafka, a quien él vino a descubrir bien entrados los años 40. Sus textos poseen, asimismo, puntos comunes con corrientes artísticas como el expresionismo y el surrealismo.

Asimismo, muchos de sus relatos y cuentos adelantan los juegos literarios e intertextuales que mucho después desarrollarían Jorge Luis Borges, Ítalo Calvino, Felisberto Hernández, Samuel Beckett. Son, ya digo, creadores con quienes se le puede relacionar, pero a la vez conviene insistir en que Krzizanovski es un escritor sui generis, con un estilo y una personalidad que son totalmente suyos. Algo que pocas veces se puede afirmar de modo tan rotundo y excepcional. En cuanto a los temas que trata, Krzizanovski suma el atributo de reflexionar sobre algunas preocupaciones que se mantienen vigentes en los tiempos actuales.

Incluso en su faceta menos conocida, la de ensayista, también encontramos sorprendentes anticipaciones. Así, Ida Vitale ha hecho notar que en “El borrador, análisis de la tachadura”, Krzizanovski anticipa los intereses de Gérard Genette. Y sus especulaciones sobre el problema de la herencia literaria se emparentan con el concepto de la angustia de la influencia, estudiado cinco décadas después por Harold Bloom en el libro así titulado.

“Realismo experimental” fue el término acuñado por Krzizanovski para definir su estética como narrador. Y al referirse a su método, comentó que no consistía en tomar prestado de la realidad, sino en “pedir permiso a la realidad para usar su propia imaginación”. Eso confiere a sus textos la doble condición de ser realistas y fantásticos, de mezclar lógica e invención, en una admirable amalgama de literatura y filosofía. Esto último constituye el eje central de su obra y ha hecho que a menudo se le compare con Kafka y Borges.

A continuación, copio un breve resumen de algunas de las historias que Krzizanovski cuenta en sus narraciones. Una idea adquiere conciencia y pasa a relatar sus vicisitudes, desde que nace en la mente del Sabio que la concibe hasta que termina como epitafio en la tumba del filósofo (“Biografía de una idea”). La pupila de una mujer se convierte en el sitio a donde van a dar todos sus amantes (“En la pupila”). Un hombre recibe como regalo una prodigiosa sustancia que transforma su diminuta habitación en un terrorífico espacio en el cual se pierde (“Cuadraturin”). En la época más oscura de la humanidad, el odio es explotado como fuente de energía para contrarrestar el calentamiento global (“La hulla amarilla”). Por una noche, la estatua de Schiller cobra vida para revelarle a un profesor dónde está una obra suya perdida (“Kunz y Schiller”). Debido a su extrema necesidad, un señor vende el sistema filosófico que ha elaborado con seriedad y exactitud (“El tema ajeno”). Un cadáver salta del coche fúnebre que lo conduce y se pierde su funeral (“La decimotercera categoría de la razón”). En medio de un concierto, los dedos de un pianista se escapan de sus manos y salen a recorrer la ciudad (“Los dedos fugitivos”).

Como se puede deducir de las líneas anteriores, se trata de historias irreales, fantásticas, casi de ciencia ficción, que están permeadas por un inquietante matiz surrealista. Conforman un universo deslumbrante y de una gran coherencia. Sus personajes se hallan fuera de las doce categorías kantianas y muchos son seres estrafalarios, que han sido marginados a espacios como bancos de plaza, cementerios, sitios colindantes de la ciudad. Muchos de ellos tienen relaciones con la escritura: son poetas, estudiantes, escribientes, cazadores de temas, fabuladores orales.

Aunque se trata indudablemente de textos narrativos, en ellos su autor se mueve con gran libertad. Son cuentos y relatos, pero de igual modo a varios de ellos se les puede etiquetar como fábulas, alegorías, parábolas. Otro aspecto a destacar es la maestría que demuestra Krzizanovski tanto en las narraciones breves (“Los poco-poquísimos”, “El viejo y el mar”) como en otras más extensas como “El marcapáginas”, “Autobiografía de un cadáver” y “El tema ajeno”.

Cargados de una intrincada carga filosófica

Esos relatos y cuentos están cargados de una intrincada carga filosófica, y por eso tras su lectura nos quedamos reflexionando. Demuestran además la sólida formación cultural de quien los firma. Hay abundantes referencias a Shakespeare, Grecia, la Biblia, Roma, Kant. Esos textos absurdos y fantásticos Krzizanovski los utiliza como vehículos para exponer ideas trascendentes. Pero al mismo tiempo sabe ser lúdico y humorístico. Su erudición es festiva y metatextual, y en sus mejores páginas sabe insuflarle ligereza a las revelaciones más graves. Eso hace que estas se hallan plasmadas de una manera tan entretenida, que las hace amenas.

Una de las reflexiones que aparece en varios textos es la del lenguaje y la creación literaria. En “El marcapáginas”, el narrador conoce en el banco de un parque a un curioso personaje que piensa en voz alta. Resulta ser un tipo dotado, que se dedica a cazar temas. Posee una gran capacidad fabuladora y va desgranando uno tras otro los sucesivos inicios posibles de cuentos. Es capaz de convertir cualquier cosa en el núcleo central de una historia. Por ejemplo, la cornisa debajo de una ventana, una viruta de madera, los suicidios urbanos, los escritores. Al referirse a estos últimos, el anónimo cazador de temas comenta:

“Nosotros, los escritores, escribimos nuestros cuentos, pero el historiador de la literatura, que tiene el poder de dejar entrar o no en la historia, abre o cierra la puerta, y también quiere, como usted sabe, contar algo sobre los cuentos. No puede hacer otra cosa. Y lo que se puede resumir en diez palabras, lo que es fácil de contar, entra por la puerta grande, mientras que los escritos que no pueden presentar algo se quedan en la nada”.

En la novela El Club de los Asesinos de Letras, Krzizanovski desarrolla una penetrante reflexión sobre el poder de la palabra. Su narrador es un escritor en plena crisis creativa que, para poder asistir al funeral de su madre, se ve obligado a vender sus libros. Al regresar, las estanterías vacías lo miran acusadoramente y las letras se niegan a obedecerlo y formar palabras.

Recibe entonces una invitación de una sociedad secreta, el Club de los Asesinos de Letras. La integran siete miembros, quienes para preservar la pureza de las historias que conciben nunca las plasman sobre el papel. No ven los libros como un vehículo para divulgar ideas, sino como un medio para enclaustrarlas. Por eso han renunciado a la posibilidad de ver sus obras impresas y adoptaron la regla rigurosa e intransigente de destruir las letras del alfabeto.

Se reúnen todos los sábados en la biblioteca vacía de uno de ellos. En casa sesión, un miembro comparte su historia con los demás, y mientras la escuchan, estos la interrumpen, hacen preguntas, sugerencias y críticas. Los cambios que esas interrupciones conllevan deben ser incorporados de inmediato y en algunas ocasiones el “concebidor” debe descartar lo narrado y empezar de nuevo desde el inicio.

Cavilaciones tan amenas como la sucesión de historias

Los integrantes del Club se esfuerzan por superarse unos a otros. Para lograrlo, inventan historias cada vez más sorprendentes y divertidas, que transportan desde la antigüedad hasta el presente, pasando por la Edad Media. En una, un Papel se rebela contra el actor shakesperiano que lo interpreta porque le roba protagonismo. En otra, una esclava romana roba el óbolo que su amo muerto necesita para poder cruzar las aguas del Aqueronte. Y en una tercera, tres personajes discuten sobre si la principal función de la boca es hablar, comer o besar. Todas las sesiones se desarrollan en un tiempo indeterminado y en local cerrado. Se realizan bajo la dirección del despótico presidente del Club, quien al igual que los demás es conocido por un seudónimo de una sola sílaba.

A pesar de que esas reuniones eran un festival de la oralidad, al final hay un texto. El libro está ahí, al alcance del público y accesible para la lectura. Alguien lo escribió, alguien que es obvio asistió a las sesiones del Club y rompió la prohibición. ¿Con qué propósito? En la última página se puede deducir que fue el narrador por lo que expresa:

“Yo no los esperaba. Llegaron por su cuenta, uno detrás de otro, durante cinco sábados. Yo trataba de expulsarlos de mi mente, pero no se iban. Entonces alargué la mano y abrí la tapa del tintero. Los sábados asentían con la cabeza. «¡Qué bien!» Sus labios se movían levemente mientras yo comenzaba a escribir al dictado. Apenas tenía tiempo para seguir a la pluma; de repente, las palabras comenzaron a brotar de cinco bocas distintas, se agolpaban a porfía tras aquellas aberturas bocales. Ansiosas y presurosas, tragaban tinta con avidez y me empujaban tercamente de un renglón a otro. De repente, el vacío de las estanterías oscuras comenzó a removerse mientras yo era incapaz de poner orden en las obras que iban brotando cono setas”.

En “El marcapáginas” ya estaba presente esa estructura de varios relatos que van insertados en una historia marco, algo que hace recordar a Borges. En la novela, es empleada por Krzizanovski para reflexionar acerca del sentido de la escritura y de la imaginación. Esas historias que los miembros del Club conciben les permite descubrir el otro lado de la creación. Por otro lado, quienes antes fueron escritores consagrados ahora no quieren crear y preservar algo, sino que por el contrario emprenden la destrucción de todo lo que habían escrito. Sin embargo, esas cavilaciones son tan amenas como la sucesión de historias puramente imaginarias que los integrantes del Club cuentan para ser disfrutadas solo por ellos, y de las cuales no debe quedar rastro.

Al comentar la versión francesa de El Club de los Asesinos de Letras, Christian Mouze comentó que “la literatura fantástica y de aparente evasión contiene en sí misma una desaprobación social implícita, cuando no una aguda y renovada crítica social, y sumerge al lector en un realismo desnudo, moral”. Eso se ilustra en el relato central de la novela, en el cual Krzizanovski desarrolla una historia de una aterradora vigencia en la Unión Soviética en la cual él vivió.

Una bacteria desarrollada por un científico permite controlar la psiquis de las personas a quienes ha infectado. El gobierno de un país se hace con ella y empieza a utilizarla para crear una clase obrera automatizada. A los miembros de la primera serie se les trató con la bacteria y su red muscular quedó desconectada del cerebro de manera indolora. Se convirtieron así en éxteres u hombres-ex, como alguien los bautizó jocosamente. Sus voluntades individuales fueron reemplazadas y sus contenidos psíquicos socializados.

El individuo sustituido por la masa

El gobierno argumentó la medida explicando que no se buscaba tanto “garantizar a esas personas su libertad volitiva, su libre albedrío (…), sino liberarlas de una voluntad innata con un marcado carácter antisocial”. El número de éxteres fue creciendo y creciendo, y la sociedad pasó a estar dominada por unos pocos individuos, que transformaron al resto de los ciudadanos en casi-máquinas. En su novela, Krzizanovski criticaba al régimen totalitario desde dentro y en términos suficientemente claros. Se estaba refiriendo al aplastamiento del individuo y a su sustitución por la masa. Algo similar a los hombres-número sin vida privada que Evgueni Zamiatin describió en Nosotros.

Otro de los textos más comprometidos e impresionantes de Krzizanovski es “La nieve roja”. A diferencia de otros cuya trama se desarrolla en lugares y tiempo indeterminados, ese cuento está ambientado en Moscú. Su protagonista, el ciudadano Shushashin, “tiene un trabajo muy laborioso: estar sin trabajo”. Al salir a caminar una turbia mañana de invierno, al doblar el edificio de la esquina “había una cola, larga como una tenia indolente: para alguna cosa”. Tras cruzar el cruce, vio “otra cola: cestas colgadas del brazo, pañuelos y gorras”.

Al cabo de varias horas, recordó que no había comido nada y fue a un sitio donde esperaba poder hacerlo. En la puerta había un trozo de cartón colgado de un cordel: “El comedor está cerrado para el almuerzo”. En su deambular por la ciudad, intentó “dar con una calle conocida, pero a su alrededor solo había “una infinita hilera de oquedades negras, que parecían nichos de un gigantesco crematorio”. En Moscú, le escuchó decir a un hombre, “no hay ni un alma viva”.

En otras narraciones, al desaprobar ese presente incomprensible Krzizanovski es transgresor de un modo más sutil. Por ejemplo, la habitación minúscula en la cual habita Sutulin, el protagonista de “Cuadraturin”, refleja la vida claustrofóbica y asfixiante del Moscú de aquellos años. En otros textos, Krzizanovski muestra con tenues matices la complejidad de aquella realidad, así como la burocracia y el absurdo del régimen soviético. Y su humor constituye un recurso que disfraza la angustia oculta. A su manera, induce al lector a poner en tela de juicio y reexaminar, una actitud que entonces levantaba sospechas.

Al referirse a la crítica que había en varios de esos relatos con apariencia de fantásticos y divertidos, García Gabaldón sostiene que Krzizanovski aparece como “el irónico cronista de un mundo al revés, que transforma las paradojas de la vida cotidiana soviética en acontecimientos metafísicos. En un tiempo en que lo absurdo se había establecido en la vida cotidiana, el escritor inexistente, con el rigor de su prosa y la fantasmagórica riqueza de su imaginación, deshiperboliza el espejismo épico creado por el poder, relativiza las verdades absolutas e impone la sátira y la ironía grotesca como eficaz vacuna antidogmática contra la ideología única”.

El ominoso Moscú en el cual vivió su etapa adulta era el medio menos adecuado para un escritor como Krzizanovski, para quien la creación literaria se define ante todo como experimental y fantástica. Bajo un régimen totalitario, un hombre poliglota, obsesionado con Kant, que pertenecía a la categoría de “los soñadores socialmente dañinos que en nuestro sobrio y realista siglo andan en busca de lo imposible o lo inalcanzable”, sencillamente no tenía cabida. Así lo decidieron los censores, que emplearon su lápiz rojo y se encargaron de que ni uno solo de sus libros llegara a los lectores. Lo admirable es que pese a tantos obstáculos y en un mundo tan cerrado y represor, Krzizanovski fue capaz de escribir con obstinación y con una gran libertad. Por suerte, el control de la literatura por el Estado no paralizaba más que el mecanismo de la publicación.

Haría falta más espacio para hacerle plena justicia al creador de unos textos narrativos llenos de lucidez, libertad imaginativa, humor y reflexiones originales. Unos cuantos de ellos exigen a quien los lee concentración y perspicacia. Pero, en cambio, la recompensa es una experiencia fascinante y enriquecedora. Para quien firma estas líneas, ha sido una enorme felicidad descubrir a este travieso genio polaco, que nació en Kiev y escribía en ruso.