Actualizado: 18/04/2024 23:36
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El inefable Joe Massot

Fausto Canel escribe sobre las películas y peripecias de una figura fugaz pero importante en la vida y obra de Guillermo Cabrera Infante, y en la suya propia. Un recorrido donde la aventura vale más que el resultado.

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Ahora que Wikipedia asegura que Joe Massot murió en Londres en 2002, es bueno revisar la historia, su historia increíble.

Joseph Massot nació en Nueva York, en una familia de emigrantes cubanos. Su madre era hermana de Waldo Medina, un juez muy popular en La Habana de los 50 por su ayuda jurídica a los amenazados de desalojo por no pagar los alquileres de sus viviendas.

Al triunfo de la Revolución, el juez Medina fue nombrado jefe del Departamento Legal del INRA, entonces verdadero centro del poder en Cuba. En mayo de 1959, su sobrino Joe Massot comenzó a trabajar en el ICAIC.

Por aquella época, el grupo Teatro Estudio seguía de cerca las enseñanzas de Stanislavski y, entre los cinéfilos, el director Stanley Kubrick era admirado por dos de sus éxitos primeros: Casta de malditos (The killing) y Senderos de gloria (Path of glory). Joe llegó diciendo que había estudiado a Stanislavski en el Actor’s Studio de Nueva York y que había sido, además, editor de Kubrick. Y nosotros se lo creímos.

Con motivo de los festejos del 26 de julio de 1959, Fidel Castro invitó al ex presidente de México, Lázaro Cárdenas, artífice de la reforma agraria en su país. La presencia de Cárdenas en la Plaza de la Revolución quería garantizar internacionalmente que la reforma agraria cubana no tenía intenciones comunistas, como alegaban sus críticos.

Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, ordenó filmar una nota periodística para proyectarla en México dentro de las revistas cinematográficas de su amigo, el productor Barbachano Ponce. Pero hacía falta un editor que hiciese un buen trabajo rápido. ¿No había sido Joe Massot editor de Kubrick?

Sin amedrentarse por tan inesperado encargo, Joe recurrió a sus contactos habaneros. En el ICAIC había conocido a Guillermo Cabrera Infante y a través de Guillermo había frecuentado a Sabá, su hermano, editor en un noticiero de televisión. Joe le pidió el favor y Sabá le montó la noticia, jurando que nunca nadie se enteraría de la verdad.

A finales de año, Joe Massot ya había conseguido que Guevara le asignase la dirección de un documental sobre el carnaval de La Habana. Con su enorme talento para engatusar, Massot consiguió que el presupuesto implicase filmar en 35mm y en color, algo nunca visto en el ICAIC. Y también que los rushes se enviasen diariamente al laboratorio De Luxe de Nueva York, donde, por supuesto, Joe decía conocer a los responsables. Naturalmente, como antiguo “editor de Kubrick”, Massot se encargaría personalmente de supervisar el corte del negativo. Pero le faltaba un detalle, ¿quién iba realmente a dirigir la película?

Ya yo había realizado un par de documentales, que a Joe le habían gustado, y su ofrecimiento fue el siguiente. “Tú diriges la cámara y yo me concentro en los actores”, me dijo. No en balde venía de “estudiar” en el Actor’s Studio. El guión lo escribiríamos entre los dos y ambos firmaríamos la película. Debo confesar que jamás me hubiese atrevido, con tan poca experiencia, a pedir un presupuesto tan alto para dirigir un corto. La calle newyorkina le había enseñado a Joe que la suerte no se espera, sino que se crea.

Comenzamos el rodaje con la escena ante el Capitolio, y con Minervino Rojas, director de fotografía, y Arturo Agramonte (Camagüey), operador de cámara, decidí el primer encuadre. Entonces Joe vino corriendo hacia mí, furioso, y me gritó que él tenia un mejor encuadre. Cuando me lo describió, le dije que no era bueno, que mejor… Pero no me dejó terminar. Sacando la pistola 45 que le había regalado su tío, exclamó: “La cámara va donde he dicho que va la cámara”, y me apuntó al vientre. Aterrorizada, la protagonista del corto (Norma Martínez) se echó a llorar y yo la acompañé hasta el carro de producción, estacionado media cuadra más lejos. “Carnaval no es un western como para dirigirlo a tiros”, me dije, cuidándome mucho de no mirar para atrás ni de reojo.

Al rato vino Joe y sin decir palabra me tendió el visor que le colgaba del cuello, instrumento que los directores utilizan para visualizar los encuadres, oscuro (era negro) objeto simbólico de su renovado deseo de respetar el acuerdo previo. Luego me enteré que Minervino y Camaguey le habían explicado por qué mi encuadre era mejor que el suyo. Y nunca más interfirió en mi trabajo y yo tampoco me inmiscuí en el suyo. Juntos editamos el corto con la ayuda esencial de Jomi García Ascot, y cuando terminamos, Joe se marchó a Nueva York como tenía previsto.

De ese viaje me trajo de regalo un disco con la banda sonora de Ascensor para el cadalso ─improvisada a la trompeta por Miles Davis ante las hermosas imágenes de la película de Louis Malle.

Joe Massot haría otro corto en el ICAIC, Made in USA, en colaboración con el joven escritor estadounidense Marc Schleifer. Para producirlo siguió el mismo proceso que utilizó conmigo. Consiguió que el ICAIC le asignase un presupuesto y enseguida se lo propuso a Schleifer, quien le escribió el guión y la narración. Luego escogió el editor que le haría el trabajo. El resultado fue un montaje muy efectivo de imágenes de la guerra en Vietnam, conflicto que para finales de 1960 ya comenzaba a ser divisivo dentro la sociedad estadounidense. Una vez más Joe Massot demostraba su capacidad como identificador de talentos, organizador y catalizador de proyectos: en una palabra, como productor en la mejor tradición del cine estadounidense.

Un día de 1961, después de Girón y de su trabajo como asistente de dirección en El joven rebelde, Joe me dijo: “Me voy”. “¿A dónde?”, le pregunté, pensando que se levantaría de su banqueta y se marcharía de sopetón del bar del Capri en el que nos tomábamos un trago. “A Canadá”, me respondió. “Mañana, en un avión de carga… Clandestino… Ya quedé con el piloto aquí mismo en el hotel”.

Semanas más tarde recibí una postal de Nueva York, contándome su regreso subrepticio a USA a través de la frontera en las cataratas del Niágara. Varios meses después me volvió a enviar una postal, esta vez de Ibiza, la capital entonces de los hippies en Europa. Había cruzado el Atlántico en el velero de un amigo, ayudándole en las faenas del barco. Agregaba una dirección en Londres.

En diciembre de 1962, cuando viajé a Francia a participar en el Festival de Tours, le escribí a la dirección londinense. Varios días más tarde tocaron a la puerta de mi hotel en París. Era Joe. Venía elegantemente vestido con pantalones de cuero y un Shetland blanco de cuello alto, cubriéndose hasta los tobillos con un abrigo de piel vuelta blanco. El encuentro fue como si nunca se hubiese interrumpido nuestra conversación en el bar del Capri.

Joe pasaba por París a verme, antes de bajar con un amigo inglés a Algeciras, España, desde dónde cogerían un ferry para cruzar el Jaguar del amigo a Marruecos, a comprar hachís y luego subirlo de vuelta a Londres. No mucha cantidad, apenas lo suficiente para ir tirando mientras conseguía hacer cine. Massot estaba decidido a hacer cine en Inglaterra ─y, como siempre, lo lograría─. Años más tarde, Pablo Armando Fernández, que por entonces era agregado cultural en la embajada de Cuba en Londres, me contó exactamente cómo lo logró.

Joe empezó por pedirle a Pablo Armando que le prestase una copia de Suite yoruba, un corto de José Massip que había ganado el Primer Premio de Leipzig en 1962. Copia en mano, y sin que Pablo Armando lo supiese, Joseph Massot se concentró en visitar a cuanto productor pudo contactar, mostrándole la película como si fuese suya y explicando que si la había firmado como José Massip y no como José Massot, fue para despistar al FBI, que perseguían a los estadounidenses que había trabajado para el castrismo.

La triquiñuela le salió bien y ya para finales de 1964, Joe escribe y dirige Don´t look like a Lord´s son (No parezcas el hijo de un Lord), un episodio de la serie Six para la televisión.

El año 1966 fue clave para Joe Massot. Ese año consiguió dirigir Reflexiones sobre el amor, un corto sobre el matrimonio en el contexto del estilizado y juvenil Swinging London, que fue nominado para representar a Inglaterra en el Festival de Cannes de aquel año. Y es también el momento en que establece lazos de trabajo con Los Beatles, muy particularmente con George Harrison. Ese verano me enviará dinero a Praga para ayudarme a pagar un largo viaje en tren a Londres, y es también el año en que viaja a Madrid para conseguir que Guillermo Cabrera Infante venga a trabajar con él en proyectos de largometraje.

Exiliado en España, Cabrera Infante no conseguía trabajo, ya que las agencias de publicidad a las que se había ofrecido como copywriter le habían respondido que “no escribía en español”. Al mismo tiempo, el gobierno franquista le negó la residencia, acusándole de “comunista”. La oferta de Joe le cayó del cielo.

En Londres, Guillermo comenzó por escribir Wonderwall, un largometraje basado en una historia de Gerard Brach, el guionista de Roman Polanski, y enseguida The Jam, una adaptación de La autopista del sur, el cuento de Julio Cortazar que el escritor argentino le había cedido con opción de compra, para ayudarle.

Wonderwall (1968) será el primer largometraje de Joe Massot. Con su talento para la confección de “paquetes de talentos”, consiguió no sólo a Brach en la historia y a Guillermo en el guión, sino también al gran actor irlandés Jack MacGowran (Cul-de-Sac, El baile de los vampiros) para protagonizar al excéntrico profesor Collins, quien vive una existencia gris hasta que, ¡oh, hecatombe!, una muy sensual, sexual y joven modelo (Jane Birkin) se muda al apartamento de al lado.

También consiguió como Director de Arte a Assheton Gorton (Blow-Up, de Antonioni; The knack, de Richard Lester), y para la música original al mismísimo George Harrison. Y, sin embargo, Andrew Braunsberg, el productor, se le acercó un día a Guillermo y le propuso que terminase el film. Nunca supe si su descontento era con Joe o con el trabajo de Joe. Guillermo declinó la oferta y Massot terminó la película. Pero su estreno pasó sin pena ni gloria. Hoy se pueden leer comentarios en IMDB afirmando que se trata de “una maravillosa peliculita, si tienes”, dicen, “la suerte de encontrarla”. (La película se puede comprar on line en Amazon.com).

Tres años más tarde, Joe, bajo el nombre de Joseph Massot, vende la historia de lo que se convertirá en Universal Soldier, un largo de Cy Endfield. Luego venderá a John Barry, músico de las películas de James Bond, los derechos de The Jam (El atasco), y con ese dinero se marchará a Hollywood sin informar a Cabrera Infante de la transacción ─ni pagarle su parte del guió─. Su objetivo era dirigir un western sicodélico, Zacharias, con Bob Dylan como protagonista.

Con duelo de revólveres y de guitarras eléctricas en el Oeste americano, Zacharias no era más que una adaptación disfrazada de Siddhartha, la novela de Herman Hesse. Y se llegó a realizar, pero con George Englund como director, manteniendo Massot un crédito de coguionista. De esa época conservo una postal que me envió, todavía lleno de esperanzas, desde el Chateau Mormont, el legendario hotel del Sunset Strip. Poco tiempo después supe que había regresado a Londres.

Pasarán varios años antes de que Joe consiga dirigir una película. En 1976 filma con Peter Clifton The song remains the same (La canción sigue siendo la misma), una documental de largometraje sobre un concierto del grupo Led Zeppelin en el Madison Square Garden de Nueva York. Wikipedia alega que la película fue terminada por Clifton cuando el productor, descontento con el progreso de la edición, sacó a Massot del proyecto.

En 1981, gracias de nuevo a sus contactos en el mundo de la música popular, Massot realiza Dance Craze (Locos por el baile), otro documental de largometraje, esta vez sobre el movimiento 2-Tone, la llamada "era Ska". La película sigue a varias bandas de este estilo por diversas ciudades de Inglaterra. Luego, en 1984, dirige Space Riders (Jinetes del espacio), un docudrama protagonizado por Barry Sheene, el ex campeón de motociclismo: carreras de motos al ritmo del grupo Queen. Películas que, una vez más, pasan sin pena ni gloria.

Tarde en la tarde de una fría tarde de otoño de 1988 en Manhattan, sonó el teléfono en mi apartamento. Era Joe. “Dame la dirección”, me dijo. Media hora más tarde me tocaba a la puerta con una botella de Scotch en la mano. De nuevo fue como si nos hubiéramos visto el día anterior. Mi mujer estaba fuera de Nueva York y yo estaba solo. Estuvimos conversando y bebiendo hasta bien pasada la media noche.

Joe había venido a ver a su mamá, que no estaba bien de salud, me contó cosas de su vida personal y me avanzó que tenía dos proyectos en mente: viajar a Miami a tratar de convencer a Gloria Estefan y al Miami Sound Machine para que le dejaran filmar un concierto, y después irse a Washington a tratar de conseguir el apoyo del gobierno americano para producir una radio miniatura de onda corta. El aparato estaría provisto de una célula foto activa que se cargaría durante el día con la luz del sol, para que pudiese ser utilizada de noche sin necesidad de pilas o electricidad. Joe pensaba que podía ser muy útil en las guerras africanas o centroamericanas. Que yo sepa, ninguno de los dos proyectos se llevó a cabo.

Después de aquella noche en Nueva York, nunca más he vuelto a saber de Joe Massot. Mis amigos piensan que sigue viviendo en Inglaterra, cerca de los hijos que tuvo de varios matrimonios, pero Wikipedia asegura que murió en Londres en el 2002. Muerto o vivo, lo triste es que se empeñó en ser director ─aunque fuese a punta de pistola─ cuando hubiese podido ser uno de los más exitosos producers de su generación.

Una primera versión de este artículo apareció en el blog CINE CUBANO, la pupila insomne, de Juan Antonio García Borrero. Este texto más amplio incorpora la información de la aparente muerte de Joe Massot, en Londres, en 2002, de acuerdo a Wikipedia.


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