El maestro de Marianao y New Orleans
Los triunfos profesionales del pintor Luis Cruz Azaceta son ejemplo de lo que es la persistencia y el sacrificio de un hombre con vocación, en vez de un sentido puramente mercantil de “carrera”
En el 2008 Chon Noriega, el editor de la serie de monografías sobre artistas plásticos latinos “A Ver,” por fin logró convencerme que debía escribir la monografía de la serie dedicada a mi compatriota el pintor Luis Cruz Azaceta. Anteriormente yo no me sentía capacitado para realizar un trabajo objetivo y crítico; ambos éramos cubanos, habaneros (Luis de Marianao y yo del Vedado) e “hijos” del llamado exilio histórico. Teníamos mucho en común y esto afectaría mi objetividad de historiador. Me negué por algún tiempo.
Eventualmente, dos pintores amigos de Luis y míos; el dominicano Freddy Rodríguez y el nuyoriqueño Juan Sánchez, me dijeron por separado que sencillamente yo tenía que escribir el primer libro sobre Cruz Azaceta – por ser un cubano exiliado igual que él, por ser del “norte” (NJ/NY) y tener una base estético-histórica dentro del expresionismo socio-político mexicano y europeo. En julio del 2008 viaje a New Orleans y me pase casi 10 días entrevistando a Cruz Azaceta. Gracias a su generosidad me hospedé en su casa, así que no solo lo entrevisté, sino que llegué a conocerlo a él y su mujer, la pintora/escultura Sharon Jacques, a su suegra, su hijo Dylan y al hoy difunto Ralph (un maravilloso Basset Hound), a quien sacábamos a pasear todas las noches.
Durante esos días comprendí que Cruz Azaceta iba a ser artista si hubiera nacido en la China, Paraguay, el Congo o en casa del carajo. Pero el haber nacido en Cuba, crecido durante la dictadura de Batista, sobrevivido los dos primeros años de la revolución y partido hacia el exilio a los 18 años, le daba a su sensibilidad de hombre y creador una perspectiva, que me atrevo a llamar “crítico-compasiva.”
Su origen modesto (su padre era mecánico de aviones en la fuerza área, que se buscaba la vida vendiendo de todo durante los fines de semana, y su madre era ama de casa), sus primeros 6 años de exilio viviendo con sus tíos en Hoboken, NJ, su mudada a Astoria, Queens con la llegada de sus padres y hermana en 1966, y el hecho que se desarrolló en un barrio obrero neoyorquino entre todo tipo de latinos y afro-americanos – todo esto construyo en él una perspectiva “desde el margen” de esa visión de EEUU que siempre es triunfalista e irreal.
En la School of Visual Arts estudió con lumbreras del arte de este país: la crítica Dore Ashston, los pintores Jack Roth y Leon Golub, etc. Trabajaba de noche en la biblioteca de New York University (gracias a su amigo el dramaturgo Iván Acosta, que le consiguió el trabajo) y estudiaba pintura durante el día. Su obra en ese momento era geométrica y completamente abstracta. Al graduarse en 1969, fue a Europa por primera vez, y fue entonces, al enfrentarse con las pinturas negras de Goya, con el Bosco y Brueghel el Viejo, que descubrió que tenía que pintar figurativamente y a través de la figura, lidiar con los traumas de la historia de su momento.
De vuelta a NY, encontró que iba contra-marea – el minimalismo (estéril y cerebral) estaba en su apogeo – Cruz Azaceta volvía a la figura. Estudió con cuidado la obra de los expresionistas alemanes como Max Beckmann, George Grosz y Otto Dix – vio en ellos almas fraternas que pintaban lo mismo directa que alegóricamente el desastre de la Alemania pre-nazi e hitleriana.
Cruz Azaceta comenzaba a pintar sus desastres de la historia: veteranos de Vietnam, accidentes urbanos, crímenes callejeros, los subways como laberintos de demencia existencial, y claro, inevitablemente los dictadores, los balseros y los exiliados en general, las guerras y sus víctimas, etc., hasta el terrorismo reciente. El hombre no ha parado desde que encontró y construyó su voz después de ese encontronazo con Goya en el museo del Prado.
Sus triunfos profesionales son ejemplo de lo que es la persistencia y el sacrificio de un hombre con vocación, en vez de un sentido puramente mercantil de “carrera.” Cruz Azaceta pinta, porque no lo queda más remedio. Creo que pintar para él es tan esencial como respirar. Sé que se morirá pintando, como el mismo me ha dicho, con un pincel en la mano.
El producto de mi aventura en el país de Cruz Azaceta ha sido doble: mi libro sobre el artista sale este julio; y la exposición “Bending the Grid: Luis Cruz Azaceta: Dictators, Terrorism, War and Exiles” estará abierta al público en el centro de arte contemporáneo Aljira, en Newark, NJ hasta el 3 de mayo. La muestra viajará a Miami, al oeste del país y concluirá en New Orleans me imagino que a mediados del 2015.
Su pintura desde su formación madura en los 1970, ha pasado y pasa por fascinantes evoluciones en lo que a su lenguaje pictórico se refiere. Es decir; Cruz Azaceta no es un pintor “amanerado” que se repite ni por presión comercial ni agotamiento estético. Lo que sí no cambia es su temática: el ser humano y lucha en medio de los traumas y desastres creados por su propia inhumanidad.
El expresionismo de este maestro que nació en Marianao y vive y trabaja en New Orleans, es siempre social, crítico de los poderosos y compasivo hacia los marginados. Esto no quiere decir que Cruz Azaceta pinta “realismo social” – no, él es muy sobrio y honesto sobre la condición humana para ser sentimental y ofrecer soluciones fáciles. Su visión comienza con el reconocimiento del desastre de la historia y como un buen existencial toma su pincel como la piedra de Sísifo y sube la montaña.
Sé que hoy, mientras escribo estas líneas, el Maestro de Marianao y New Orleans está en su taller batallando sobre lienzos, papeles, trozos de madera y otros materiales. Sus trazos nos informan, que como escribió Faulkner, el ser humano no solo va a sobrevivir, va a prevalecer.
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