Actualizado: 23/04/2024 20:43
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“El miedo subyuga todos los mohines de mis personajes”

Conversación con Leopoldo Brizuela, Premio Alfaguara de Novela 2012

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Leopoldo Brizuela (La Plata, Argentina, 1963) es el autor de Una misma noche, Premio Alfaguara de Novela, 2012. “Thriller existencial perturbador, hipnotizante”, la calificó la presidenta del jurado, la escritora española, Rosa Montero.

La escritura como expiación, hilo que conecta el pasado con el presente. Retumbos enunciativos de una suerte de diario en el que el escritor, Leonardo Bazán, se refugia en las simas de la memoria y reconstruye subjuntivamente los sucesos de hace 34 años. “Si me hubieran llamado a declarar, pienso. Pero eso es imposible. Quizás, por eso, escribo”, especula el narrador.

“Me interesaba la reminiscencia, pero también toda la secuela que hay cuando se escarba en lo que hemos sido, en lo que queda retumbando, golpeando los resquicios del pasado”, declaró para CUBAENCUENTRO el autor. Historia en el que el miedo avasalla los gestos de los personajes. Enunciación de contenida violencia que devela el espíritu de un ser humano atado a los mecanismos azaroso de la culpa.

Sombras, silencio, susurros, espectros familiares… Sutil estudio del totalitarismo. Muecas duales que develan al ser humano transitando los espacios del sacrificio y la perversidad. “Parto de un incidente común, el atraco a una casa vecina, y a partir de ahí, escarbo en los claroscuros de la cobardía humana”, precisa el también Premio Clarín de Novela (1999) por Inglaterra. Una fábula.

Una misma noche fue presentada en la pasada 26 Feria del Libro de Guadalajara, Mexico, el 27 de noviembre de 2012 en una fiesta-coctel organizada por el Grupo Editorial Santillana. Presentación a cargo del novelista nicaragüense Sergio Ramírez (Premio Alfaguara, 1998) y el narrador argentino Andrés Neuman (Premio Alfaguara, 2009).

Entre mesas alumbradas por candiles azules, brochetas de camarones, tacos de pollo, emparedados de jamón serrano, quesos, copas de vino tinto, muchachas cazadoras de autógrafos, escritores, poetas, funcionarios culturales, periodistas, flashes, cámaras de TV, críticos literarios, alumnos de literatura, directivos de Alfaguara y uno que otro colado, trajinaba el novelista argentino laureado, firmando ejemplares y en pose de galán cinematográfico para las fotos que le solicitaban. Con ojos de extrañeza y cierta zozobra me dijo: “Primera vez que veo tanta algarabía por una simple novela. Me encantan estas exageraciones de los mexicanos. Cuando termine todo, nos sentamos en un rincón y me preguntas lo que quieras”. Me interesaba entrevistarlo en su novela hay referencias muy semejantes a algunas circunstancias de la Cuba actual: a los lectores de CUBAENCUENTRO, especulaba yo, les pueden interesar.

Esperé un buen rato todavía. Era el atardecer del otoño mexicano de Leopoldo Brizuela. A lo mejor nunca más tendría una misma tarde como esta que le brindaban los editores de Alfaguara México. A las 17 horas y 42 minutos estaba cara a cara con un Leopoldo Brizuela risueño y extenuado. “Estoy a tu disposición. Como te dije hace un rato, puedes preguntar lo que desees. Al fin terminó el asedio. Esta fiesta es testimonio del exagerado amor de los editores mexicanos por una novela que no vale tanto”, me confesó.

¿Una misma noche está protagonizada por el miedo?

Leopoldo Brizuela (LB): Yo mejor diría que el miedo avasalla, subyuga, cualquier acto de los personajes que la conforman. Ese miedo que perturba. Ese miedo que está escondido en el silencio. El miedo al vecino. Miedo a las sombras y también a la luz. Las dictaduras son especialistas en crear esos abismos de terror íntimo. Ustedes los cubanos lo saben muy bien. Sí, el miedo recorre en trote, en cabalgata errante, las páginas de la novela.

Veo en tu novela ciertos recodos kafkianos. El hombre común enfrentado a los mecanismos del poder: una suerte de proceso, metonimia de Josef K.

LB: Estoy de acuerdo, creo que tienes razón aunque no lo había visto así. En el sentido de la tesis central de las fabulas de Kafka hay coincidencias y me siento alabado por la comparación. Leí mucho al autor de El castillo cuando era joven y lo sigo frecuentando. Más que todo, he intentado desnudar los mecanismos del poder: esa secreta fuerza que el Estado llega a hacer legítimo y lo usa, de manera sanguinaria, cuando lo considera necesario. Reitero, en tu país esto que digo es bastante evidente.

Llama la atención el tono discursivo, suerte de diario, crónica, sumario en el que los recursos elípticos juegan un papel clave en los presupuestos semánticos. Narrador lacónico que recurre a la viñeta y al susurro introspectivo.

LB: Parto de un suceso ordinario que, sin embargo, tiene connotaciones terribles. El personaje principal, el escritor Leonardo Bazán, presencia el asalto a una casa vecina en 2010. Y aquí entra entonces la perturbación del recuerdo, lo mismo había sucedido en 1976. La única manera que pensé que eso se podía contar fue la que presento en el libro: narrador en primera persona que va reconstruyendo cruces y concurrencias del pasado. Como bien apuntas, recurro a la tonalidad del diario, al apunte, más que todo, agregaría yo. No olvides que el personaje está preparando una novela.

Observo cierta atmósfera subjuntiva: “Si me hubieran llamado a declarar, pienso”, “Era una noche despejada, declararía, y no hacía frío”, “… diría que siento que mi madre ha leído en mis gestos una verdad que yo mismo no consigo entender…” Sintagmas que subrayan y edifican una estructura de suspenso narrativo que justifica el comentario de la presidenta del jurado, Rosa Montero: “Un thriller existencial, perturbador, hipnotizante”.

LB: Me gusta eso de atmósfera subjuntiva (Risas). Sí, el tiempo aquí se abre siempre a lo posible, a lo indeterminado, a lo impreciso. Por eso quizás esas confluencias con lo incierto por parte del protagonista y también de los otros personajes. Creo en la escritura como un modo de iluminar las conexiones entre pasado y presente, así, más o menos, lo explicita el narrador muy al inicio de la novela. El relator de mi libro no informa, sino que va descubriendo en la maraña misma de sus conjeturas. Suponemos sólo desde el subjuntivo. El recuerdo es una hojarasca: lo que evocamos no es exactamente lo sucedido, sino la rememoración. Todos los seres humanos nos sostenemos en afluencias. No existe el pasado. Soy consciente de luces que aparecen en el presente, pero no sé si esos brillos se corresponden fielmente con el pasado. Rosa Montero ha descubierto muchas cosas en mi libro que yo jamás vislumbré, estoy muy agradecido con su lectura que me parece fue concluyente para que se me diera el premio.

¿La realidad es lo que veo o la realidad es lo que me ilustraron que es? En este sentido veo en tu escritura, en tu “cartografía ideológica”, muchos indicios borgesianos. Esa metafísica tan bien explorada por Borges en el poema “Límites” o en el cuento “Emma Zunz”.

LB: Tocas un tema que a mí me preocupa mucho. Citas dos momentos de Borges cruciales. ¿El padre de Emma Zunz será culpable? Lo interesante de todo está en que Emma nunca cumple su venganza, cuando le dispara a Loewenthal, él ni se entera de las razones por las cuales la muchacha, que ha subido a su despacho con el pretexto de la huelga, lo ataca. En esos tenores mi personaje se parece un poco a la Emma de Borges. Aclaro, Borges es un autor que cargo conmigo, pero esta novela no fue escrita conscientemente en rutas borgesianas. Tus preguntas me llevan a estas asociaciones.

No lo dudo, Borges va conmigo siempre. ¿Qué escritor hispano americano puede eludir la figura avasallante, formativa, de Borges? Pero, insisto en este libro premiado quizás le debo casi todo a Marcela Solá por su novela El silencio de Kind. El estilo del italiano Leonardo Sciascia fue categórico en la concepción de la exposición dramática.

¿Por qué los empalmes de tantas sinestesias al galope en los articulaciones del relator? Hay una que, para mí, es determinante en la tesis central de la novela: “El tufo enfermo de nuestra Intimidad”.

LB: La precisión de la narratividad se consigue sólo desde la poesía. No creo en la transparencia común que algunos defienden. La única pureza esta en el verso. Sí, el desconcierto del personaje y las circunstancias son, en sí mismos, sinestésicos.

Veo a Leopoldo Brizuela con innegable lasitud en los ojos. Marcela González, editora general de Alfaguara México, me hace una amable seña que indica que ya deje “tranquilo” al novelista homenajeado. Ya es casi la medianoche, despedida de una misma noche inolvidable. “Gracias por tu tiempo, Leopoldo”, le digo. “Fue grato conversar con vos; te repito, me gusto eso de la atmósfera subjuntiva”, me responde complacido.


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