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Literatura, Literatura cubana

“El ojo de la gaviota”, de Félix Anesio

Resulta punto menos que imposible retraerse de la lectura de este libro, luego de que la hemos comenzado

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Este poemario de Félix Anesio (Guantánamo, Cuba, 1950 y actualmente residente en Miami) llama la atención desde las primeras líneas por la profundidad que muestra el poeta para llevar, hasta el plano de lo universal, asuntos, anécdotas, sucesos de la cotidianidad; entre otras consecuciones.

Sangre de poeta real debe tenerse para semejante alcance.

Por otra parte, hoy en día se viene haciendo cada vez más difícil enfrentar un libro de poemas en el cual la transparencia expresiva nos conmueva desde el primer golpe de vista.

Lo que quiero decir es que El ojo de la gaviota posee una carga sentimental que nos convida, nos lleva hasta los “adentros” del autor sin que sea necesario esa severa abstracción que nos exigen ciertos poetas cubanos de la actualidad.

Luego de leerlo, y releer varios de sus textos, me arriesgo a opinar que el tema fundamental de este libro es el amor. El amor, se entiende, en sus más variados exponentes.

Sé que lo antes dicho podría ser un lugar común. De hecho lo es, solo que en realidad no resulta tan “común” que nos topemos con él más allá de la definición misma.

La terneza, el punto medio que logra el poeta al indagar en los más diversos asuntos, en mi opinión se conectan con esa capacidad amorosa del poeta-hombre.

Ya habrá deducido entonces el lector que el “yo” —en unas piezas más que en otras— corre con vigor a lo largo de las 55 páginas y los 31 textos que componen el libro, dado a la luz por Publicaciones Entre Líneas.

Para ilustrar lo antes dicho, tomo un fragmento del magnífico “Sucesión y límite”, dedicado al recientemente fallecido poeta cubano Alejandro Fonseca:

“El retorno de las flores de la primavera

vistiendo las nieves del último invierno.

La fiel convergencia del día hacia el ocaso

y todas las fases e la encantada luna

pregonando la epifanía del próximo sol.

Una mujer gimiendo en su dolor a término

y el ruido de una nueva vida al filo del alba:

El regocijo de la vendimia y el vino de la celebración.

(...)

Un libro que se cierra como un golpe en la sombra

otro que se abre

y esta finita sucesión de versos

fluir de realidades declarando

que todo acontece dentro de los límites de un reloj

inescrutable”.

El ojo de la gaviota no está armado en secciones, sin embargo, la gradación, digamos, de los asuntos tratados, así como el tono van subiendo de modo tal que resulta punto menos que imposible retraerse de la lectura luego de que la hemos comenzado. Es decir, cada pieza nos “capta” para impulsarnos hacia la próxima. Así de espontánea resulta la poesía de Anesio, quien “padece” de la entrega total en cada verso y resulta formidable cuando se decide por la especulación: “He visto un destello de emoción en su pupila gualda./ Y antes que se marche hacia otro sitio, me pregunto: /¿Por qué me miras/animal/gaviota/ con los ojos tristes de mi padre”.

No falta el ingenio epigramático a la par que admonitorio en El ojo de la gaviota: “La felicidad, impredecible/ como estampida de corceles/ suele ocurrir a cualquier hora/ del día o de la noche, así como así, /sin previo aviso ni lógicas razones./No la evadas nunca”.

En el prólogo de El ojo de la gaviota, la poeta cubana Lina de Feria afirma: “Pleno de imaginación [Félix Anesio], metaforea sus mejores poemas del libro de versos sin necesidad de recursos arcaicos o plagios insoportables”, y agrega: “Sabia ha sido la memoria del poeta ajena a cualquier rencor”.

De lo antes dicho pueden dar fe poemas de alto vuelo como: “Visión de una vieja en harapos” (P. 42), “Linaje” (P. 39) o “En el borde”. Un trío que demuestra sobradamente la originalidad, la polisemia que atraviesa este poemario, a la vez que nos hace saber el pesar, la amargura del poeta al enfrentar esas oscuridades inexorables de la vida en uno y otro sitio en que habitemos.

Intento refrendar las observaciones anteriores con estos versos del libro que nos ocupa (P. 49):

“Si he de partir

dejando en unos la impresión de estar loco.

Si he de partir

dejando en otros la impresión de estar cuerdo.

(...)

Qué más da, si mi destino no es otro que partir”.

Que así sea.


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