Archivos, Literatura, Literatura cubana
El placer de los archivos
Resultado de su acuciosa investigación en los fondos bibliográficos, con Raros y valiosos de la literatura cubana decimonónica Leonardo Sarría demuestra cuánto queda por investigar y esclarecer
Un libro “misceláneo como las obras decimonónicas”, “un catálogo de lo que la investigación me ha ido dejando”. Así presenta Leonardo Sarría (La Habana, 1971) Raros y valiosos de la literatura cubana decimonónica (Editorial UH, La Habana, 2019, 229 páginas), que le valió en 2018 el galardón que auspicia esa casa editora en la categoría de ciencias sociales y humanísticas. Al mismo se sumó el Premio de la Crítica con que semanas atrás el libro fue recompensado.
En ese libro, su autor ha recogido artículos, adendas, noticias, comentarios. Son en total once trabajos que son fruto de lo que él llama “el placer de los archivos”. Es decir, de su inmersión en periódicos, revistas, cuadernos, manuscritos y obras de la literatura cubana del siglo XIX. Los autores a quienes esas páginas están dedicadas merecen sin discusión el calificativo de valiosos. Anoto algunos aquí algunos nombres: Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Jacinto Milanés, Julián del Casal, Esteban Borrero Echeverría. En cambio, constituyen auténticas rarezas los textos suyos a los cuales Sarría ha leído y escudriñado, pues son desconocidos o bien cayeron en el olvido.
El trabajo con el cual se abre el libro es el único que se refiere a una obra a la que no cabe el calificativo de rara: el Diccionario biográfico cubano de Francisco Calcagno. El propio investigador comenta que, a más de un siglo, su rigor sigue siendo extraordinario, pese a los errores e imprecisiones de que adolece. En esas páginas se ocupa de rastrear los intrincados avatares editoriales por los que pasó el libro de Calcagno. En su laboriosa pesquisa, descubre discordancias de fechas, referencias contradictorias e incluso la existencia de dos ediciones distintas impresas en vida de su autor, esto último un hecho que hasta ahora se había omitido.
En su acuciosa investigación en los fondos bibliográficos, Sarría encontró dos obras de la Avellaneda que se conservan en la Colección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional José Martí. Una es el Álbum de recuerdos sevillanos, que ni siquiera biógrafos de la autora de Sab tan meticulosos como Domingo Figarola Caneda y Emilio Cotarelo mencionan. Se trata de un álbum con encuadernación de lujo de 112 páginas, en el cual se recogen poemas, retratos y dibujos que le obsequiaron a la escritora sus amigos. Sarría hace una detallada relación de su contenido y destaca la importancia que posee “como valiosa fuente de información de una de las etapas menos documentadas en la vida de Tula, los años de su residencia en Sevilla entre 1864 y 1868”.
Aparte de los comentarios, ese trabajo se enriquece con el hallazgo de una composición poética de la Avellaneda hasta ahora desconocida. Se titula “A mis amigos” y en la misma esta hilvana nombres, notas sintéticas y rápidas sobre sus contertulios. El Álbum, expresa Sarría, nos ayuda a completar la esfera de relaciones que la escritora entabló en Sevilla, así como a comprender mejor los matices y aristas de su personalidad. Y “deja a la vez una evidencia de lo que ella significó en la estima y formación de aquel círculo de intelectuales españoles”.
El otro libro de la Avellaneda al cual Sarría dedica un trabajo es su Devocionario nuevo en prosa y verso, impreso en Sevilla en 1867. Aunque corresponde a un tipo de obra escrita para recogimiento y ejercicio piadosos, muy abundante en esa época, descubre rasgos que lo distinguen de otros. Así, hace notar que en él la autora da muestras de su devoción personalísima, audaz y con matices de vanguardia religiosa. Un ejemplo de esto es su osadía de difuminar la frontera entre los campos religioso y literario, al incorporar poemas y ruegos de su autoría. Como uno de los mayores atractivos del Devocionario, Sarría señala el permitir la aproximación a “esta otra faceta de la Avellaneda, que amplía y problematiza aún más la contradictoria riqueza de su carácter, en ocasiones juzgado desde uno solo de sus ángulos”.
Ese interés por las zonas periféricas de nuestra literatura decimonónica lleva al autor del libro objeto de estas líneas a detenerse en la correspondencia de Juan Clemente Zenea con Luisa Mas, en las poesías y autógrafos estampados en los abanicos, en la imagen de los ñáñigos que dieron los costumbristas y en la producción poética de Esteban Borrero Echeverría. En esta última, eclipsada por su narrativa al punto de que nunca más se ha vuelto a editar, halla valores dignos de ser tomados en cuenta —“ninguno de sus contemporáneos, excepto José Martí (…) se le aproxima en esta agónica, visceral desnudez de la experiencia”; “no recuerdo otro poeta cubano que haya arribado antes que él a esa profundidad en la reflexión sobre el ser, unitario y distinto, suma de sucesivas muertes y desemejanzas”— y que bastan para que Borrero Echeverría sea recolocado como poeta.
La amada desde una óptica masculinamente idealizante
A partir de la lectura de artículos costumbristas de autores como José Victoriano Betancourt, Enrique Fernández Carrillo y Francisco Baralt, el investigador pone en evidencia el rol protagónico que esa manifestación tuvo en presentar a los ñáñigos como foco de abyección, plenamente ligado al mundo de la delincuencia. De igual modo, el repaso de los dos volúmenes de recortes en los que Julián del Casal recopilaba artículos, crónicas, cuentos y poemas extraídos de la prensa, le permite resaltar “el inextricable mosaico de contactos y líneas de fuga que conforman”. Como se deduce de la lista, ordenada alfabéticamente y por países, el autor de Nieve no solo se interesó por las letras francesas, sino que también mantuvo una constante preocupación por la actualidad literaria de Hispanoamérica.
La sutil e iluminadora agudeza de Sarría se pone particularmente de manifiesto en los trabajos titulados “Abanicos autógrafos” y “Modelando la amada. Cartas de Juan Clemente Zenea a Luisa Mas”. En el primero, llama la atención sobre lo que Cintio Vitier llamó “subproductos domésticos del romanticismo”, para afirmar que en esa época la división entre un arte mayor, de asuntos “elevados”, y un arte menor, de tono más ligero, era menos tajante de lo que se cree y que los escritores transitaban de uno a otro con abierta desenvoltura. Y concluye que acercarnos a esa “poesía de ocasión” nos dejaría ver “lo que podas y esquemas jerárquicos impiden: las volubles modulaciones de una literatura y sus frágiles, modestas guirnaldas”.
En su atenta revisión de las cartas amorosas de Zenea, Sarría advierte en el discurso romántico el encorsetamiento de la imagen de la mujer hecho a la medida de las ensoñaciones del llamado “sexo fuerte”. Así, en una de las misivas el poeta sostiene que “la mujer es menos constante que el hombre”, por lo cual es consiguiente que “por nuevas impresiones olvide amores pasados, que siendo sensibles no pueden resistir a las seducciones y como sus gustos y su educación le inspiran pasión por la vanidad, bien se deja ver que es más voluble que el hombre”. El investigador incluye otros fragmentos para ilustrar cómo a través del dispositivo verbal Zenea recorta y construye la figura de la amada desde una óptica masculinamente idealizante.
Mencioné antes el hallazgo de un poema de la Avellaneda hasta ahora desconocido. No es, sin embargo, el único hecho por Sarría en sus pesquisas en los archivos. Al mismo se suman los descubrimientos de sendos poemas de José Jacinto Milanés y Zenea, así como varias traducciones del segundo. De singular valor es también el de Una visita al censor, cuadro dramático en verso que forma parte de la colección de El Mirón Cubano, de Milanés. A más de ser inédito, añade el atractivo de centrarse en un tema tan escasamente tratado en esa época. Algo que el personaje justifica en estos versos: “Pero extraño que usted crea/ que el que es Mirón necesita/ más motivo que el que vea/ para que un censor visite./ El ridículo conmigo/ no halla seguro escondite”. Completa ese bloque de hallazgos El arranchador, un texto narrativo del pintor martiniqueño Alexander César Moreau de Jonnès. Se publicó en París en 1843 y el investigador supo de su existencia por una nota aparecida en el Faro Industrial de la Habana. En el libro se incluye el original en francés y su traducción al español. Su argumento tiene notorias similitudes con El ranchador, de Morillas, lo cual hace a su descubridor preguntarse: “¿Apropiación, plagio? ¿Acción estratégica, abolicionista, mancomunada? ¿Simetrías debidas al conocimiento que uno y otro, contertulios de Del Monte y amigos de Villaverde, tuvieron probablemente del Diario de un rancheador, de Francisco Estévez?”. Unas incógnitas, agrega, que solo podrán empezar a despejarse mediante un análisis comparativo de los dos textos.
A pesar de ese carácter misceláneo y de catálogo que su autor le reconoce, Raros y valiosos de la literatura cubana decimonónica representa un valioso aporte a la reconstrucción del panorama literario del siglo XIX, una etapa fundacional en varios aspectos. Al fijar su atención en los márgenes y en zonas poco o nada frecuentadas por los estudiosos, Sarría demuestra cuánto queda por investigar y esclarecer. Gracias a su faena paciente y erudita, ha recuperado textos “menores” que permiten reevaluar nuestra literatura, desmontar criterios establecidos y ensanchar nuestro horizonte cultural. Como él mismo reconoce, esos hallazgos no van cambiar la imagen que tenemos, pero sí acarrearán reacomodos, sospechas, matices, nuevas inquisiciones, y expandirán la comprensión de nuestras letras.
Aunque los trabajos del libro no son extensos, en ellos se puede constatar la agudeza de análisis y la sensibilidad de lector de Sarría. Entre sus valores, son de destacar la ponderación de los juicios, la habilidad de combinar el rigor de los datos con la perspicacia de las opiniones, a menudo novedosas, y la capacidad de examinar al pasado con ojos contemporáneos. Escribe además con estilo elegante y sobrio y no cae en el error bastante común de confundir seriedad con pesadez.
En la breve nota “Al lector”, el autor de Raros y valiosos de la literatura cubana decimonónica alude al placer de los archivos. A su vez, estos lo han recompensado con generosidad por haberlos desempolvado y revisado con tanta inteligencia y dedicación.
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