Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Con ojos de lector

El precio de ser diferente

Un documental toma a Reinaldo Arenas como figura emblemática de la represión que sufrieron los homosexuales cubanos durante las décadas de los 60 y los 70.

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Ese hostigamiento alcanza su punto extremo en 1973, cuando es detenido en la playa de Santa María del Mar, bajo los cargos de “inmoral”, “corruptor de menores”, “extravagante”, “desacato y escándalo público”. Aquel incidente es contado, mediante una excelente labor de montaje, por Arrufat, Fernández Robaina, Ingrid y el propio Arenas. Todos coinciden en que fue algo preparado y amañado para meterlo entre rejas. Algo que esa vez no se consumó, al lograr él escapar de la estación de policía, pero sí al año siguiente, cuando fue internado en la prisión que entonces se hallaba en el Morro. De modo que, como concluye Fernández Robaina, si una persona tenía que irse de Cuba era Arenas. Lo corrobora él, cuando relata que al iniciarse el éxodo masivo del Mariel, un oficial de la policía lo visitó para sugerirle que se fuera, pues en la isla él no iba a tener ningún futuro.

La etapa que viene después, es decir, los diez años que pasó Arenas en el exilio prácticamente no se reflejan en el documental de Manuel Zayas. Es ése el reparo fundamental que, a mi juicio, debe hacérsele a Seres extravagantes. Es también, por cierto, uno de los defectos de la versión cinematográfica de Antes que anochezca que realizó Julian Schnabel. No es posible hacer un recuento biográfico de Arenas y obviar el período más productivo e intenso de toda su existencia. Entre 1980 y 1990, se convirtió en jefe de fila y portavoz del grupo del Mariel, fundó y animó revistas culturales, publicó decenas de artículos, dictó conferencias en universidades de varios países, intervino en congresos y tuvo la idea de exigir al Innombrable un plebiscito en la isla. Para ello logró reunir más de doscientas firmas de intelectuales del renombre internacional de William Styron, José Luis Aranguren, Louis Malle y Manuel Puig. Reescribió asimismo los originales de las novelas que había perdido en Cuba y acometió y finalizó nuevos proyectos. Al suicidarse dejaba escritos una veintena de títulos, que componen una obra original, transgresora y apasionadamente comprometida. ¿Hace falta que suministre más datos para insistir en que es lamentable que esa etapa se haya ido de vacío en Seres extravagantes?

El director deja para la última parte el testimonio de Oneida Fuentes, lo cual constituye otra muestra de la sabiduría cinematográfica que demuestra en Seres extravagantes. Con mucha tristeza, la madre del escritor confiesa que se había hecho muchas ilusiones con él. “Pero yo no lo comprendí a él, ni él a mí”. Reconoce, sí, que a pesar de su carácter, Arenas la quería mucho. Agrega que en su familia no hay nadie que haya leído entero ninguno de sus libros. ¿Por qué? “No le gustan, no es lo que ellos esperaban que él escribiera”. Según ella, su hijo llevó una vida muy amargada, y no fue capaz de entender la revolución, “que lo ayudó muchísimo”. Una intervención de Delfín Prats aporta un comentario significativo: para Oneida fue más duro leer su autobiografía, que recibir la noticia de su muerte.

Manuel Zayas, quien estudió dirección de documentales en la Escuela Internacional de Cine, Televisión y Video, de San Antonio de los Baños, y en la Filmakademie Baden-Württemberg, de Alemania, ha sabido hacer un magnífico empleo del material de que disponía. Los testimonios están muy bien ensamblados con las fotos e imágenes de archivo. Con todo ello, Zayas creó un discurso que discurre con coherencia y buen ritmo. Sabe aprovechar el momento más oportuno para incorporar las entrevistas, y establece un contrapunto entre los discursos del Innombrable y las imágenes que luego se muestran. En ocasiones, la realidad misma irrumpe en la filmación, como si deseara dejar constancia de que no todo lo que se dice en el documental pertenece a un pasado ya superado. Me refiero al momento en que la entrevista de Delfín Prats es interrumpida por un policía, que llega a pedir los carnets y a averiguar qué están haciendo allí aquellas personas que portan una cámara.

Quince años después de su muerte, Reinaldo Arenas disfruta de un reconocimiento internacional con el que seguramente nunca soñó. Pero al igual que ocurre con otros escritores y artistas que padecieron el ostracismo y la marginación, todo lo que se haga por recuperarlos y darlos a conocer nunca será suficiente. Debemos recibir, pues, con entusiasmo este valioso acercamiento a su vida y a su obra que es Seres extravagantes.


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