Actualizado: 27/03/2024 22:30
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“El príncipe y la bella cubana”: última novela de Roberto G. Fernández

Lo que se propone Fernández en El príncipe y la bella cubana es a la par audaz e imitativo

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El príncipe y la bella cubana, última novela de Roberto G. Fernández, significa paradójicamente tanto una marcada ruptura con su quehacer anterior como la imposibilidad absoluta de divorciarse por entero de este. Ello se discierne debido a que, sobre todo en su etapa final, la fábula responde al contexto carnavalesco patente en sus obras capitales ubicadas directa o indirectamente en el Miami rocambolesco de los sesenta, setenta y principios de los ochenta. Me refiero en concreto a La vida es un special (1981), La montaña rusa (1985), Raining Backwards (1988) y Holy Radishes! (1995), las dos primeras escritas en español, o más bien en un económico Spanglish, y las dos últimas en un inglés matizado de manera arbitraria por el español.

Lo que se propone Fernández en El príncipe y la bella cubana es a la par audaz e imitativo. Por una parte, apoya su narración en una historia verídica, identificada con nitidez mediante el subtítulo Los amores de don Alfonso de Borbón y Battenberg y doña Edelmira Sampedro y Robato. Se incorpora de tal suerte a una pauta algo manida en la narrativa hispanoamericana de las últimas tres décadas.

Al hacerse eco del consabido esquema historicista, sin embargo, Fernández se impone además un criterio desvalorizador del mismo, subvirtiéndolo al tiempo que lo calca. De manera igualmente temeraria, asume el punto de vista de su protagonista para referir la historia, confiriéndole al texto la índole de diario inexistente, pues una vez de divorciarse de Alfonso de Borbón en La Habana el 8 de mayo de 1937, Edelmira de Sampedro guardó silencio absoluto sobre su matrimonio hasta el día de su muerte, ocurrida en Coral Gables, el 23 de mayo de 1994.

Sin embargo, jamás la novela adquiere el carácter de memorias descubiertas por un copista o transcriptor anónimo. Al contrario se desenvuelve en todo momento como ficción, como andamiaje cuya naturaleza apócrifa el lector deduce desde un principio por su cariz farsesco que estriba en una ambigua relación cuya genuina superficialidad se hiperboliza dentro de la narración.

Ciro Bianchi Ross ha aludido a las dos caras del absurdo idilio entre el heredero a la corona española y la dama de Sagua la Grande (patria chica esta que comparte con el autor real). La faceta romántica, arguye Bianchi Ross, satisface a todos; la otra, “que gusta menos o no gusta nada, es dura y fría; realista…” (“Historia de amor”).

Fernández, por supuesto, conforme al esquema carnavalesco que define su producción, descubre una tercera cara: la estrambótica, apta para la tergiversación irónica puesta de manifiesto por una voz femenina en modo alguno más neurótica que la del mujeriego hemofílico que enaltece en su papel coprotagónico.

Tras sus aventuras y desventuras amorosas, de las cuales resulta un insólito hijo, Pío Cristino, la aristócrata a lo cubano Edelmira de Sampedro sufre los embates de la revolución cubana. Junto a su hermana Elizarda, padece un humillante destierro miamense que comparte con la fauna de emigrados urdida por Fernández en textos anteriores.

Barbarita, Mirta Vergara, Pepe, el dueño de Pepe’s Grocery Bar, y otros se codean con la autodenominada Condesa de Covadonga en unos últimos capítulos desvirtuadores en el sentido carnavalesco del término. Estos adquieren cierta índole negra puesto que evolucionan en torno al cubanazo Pío Cristino, abandonado por esta al nacer para protegerlo de las supuestas intrigas de la corte española.

Al final de la novela, tras el fallecimiento de Edelmira, ocurrido de manera fortuita después de un tácito reencuentro con su hijo, anticipamos también el asesinato de este a manos de un matón profesional pagado por los Borbones.

El príncipe y la bella cubana representa un hito significativo en la producción novelesca de Roberto G. Fernández. El autor pone en evidencia el estudio meticuloso de la historia de película en que se fundamenta el texto, la cual distorsiona a su gusto con suprema elegancia.

Asimismo, maneja con destreza el punto de vista, creando una narradora cuya perspectiva, a veces desconcertante sin duda, a veces deslumbradora por su ingenua calidad confesional, seduce en todo momento al lector.

Al mismo tiempo, la elaboración de Pío Cristino mediante la intromisión de una infundamentada voz en tercera persona complementa un armazón textual solo sencilla en apariencia, de acuerdo con el código posmoderno que rige la narración. No cabe duda de que El príncipe y la bella cubana entretendrán sobremanera a los críticos que se aproximen a ella teniendo en cuenta la obra de Fernández en su totalidad.

Roberto G. Fernández. El príncipe y la bella cubana. Los amores de don Alfonso de Borbón y Battenberg y doña Edelmira Sampedro y Robato. Madrid: Editorial Verbum, 2014.


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