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El sueño de los artistas fuera de la Isla

Los de acá tienen problemas mayores que los de allá: no quieren ir a cantar en una tierra sin libertad, ni los mueve un interés económico.

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Recientemente, el destacado periodista Arturo Arias-Polo publicó un interesante artículo titulado "El sueño de los artistas de la Isla", acerca del interés de los artistas que residen al sur del muro del Malecón de venir a actuar a Miami. En realidad, los artistas de Cuba sueñan con trabajar en cualquier lugar fuera de Cuba, aunque sea en el Polo Norte; siempre las condiciones económicas van a ser más favorables. En el caso de Miami, hay algunos factores más favorecedores que el polo Norte, empezando por el clima, la ocasión de encontrarse con parientes y amigos, el afecto de antiguos admiradores y, sobre todo, la posibilidad de ganarse unos dólares. Entre los desfavorables, está la posibilidad de repudio de ciertos sectores, ya mitigada pero siempre posible, y las preguntas incisivas de los periodistas sobre sus posiciones políticas.

Arias hace un interesante análisis de cómo ha cambiado el talante de los cubanos miamenses ante estos viajes: lo que hace años provocaba broncas encendidas y hasta bombas, como la que le pusieron a Rosita Fornés, ahora produce efectos casi imperceptibles. Se acepta a los viajeros —o, por lo menos, lo hace una parte del público—; en caso contrario, no vendrían.

Pero nadie se ha preguntado la recíproca: ¿cuál es el sueño de los artistas cubanos de afuera, especialmente los de Miami, donde se encuentra el mayor contingente? ¿Alguien les ha preguntado cómo se sienten con esta recepción amable a los de allá?

No creo que les haga mucha gracia, porque, hablando en plata, el artista cubano ha sido muy maltratado en Miami, especialmente en los últimos años. Todavía en los años heroicos del exilio, la primera generación de los que salieron desde 1960 hasta 1980, se hacían esfuerzos para ayudar a los artistas cubanos residentes acá: con sacrificio económico, los cubanos asistían a las actividades que hombres como Rosendo Rosell, el grupo de Pro Arte Musical y otros apoyaban, en suma, a la pléyade de talento cubano que existía en esa ciudad.

Pasaron los años, y muchos de esa generación ya no están con nosotros, o por lo menos en condiciones de hacer una vida nocturna activa. Se ha ido acabando ese público. Sus hijos y nietos muchas veces tienen apetencias musicales que van por otros caminos.

Y muchos de los que vinieron de los años ochenta en adelante desconocían la trayectoria e importancia del talento artístico cubano existente en la ciudad, y, por tanto, no les interesaba asistir a sus presentaciones. Los artistas que llegaron en esa oleada —cantantes como Mirta Medina, Annia Linares, Malena Burke y otros— encontraron que gran parte del público no los conocía, y es difícil hacerse de un público en una ciudad tan desperdigada como Miami.

Por esas razones, entre otras, el sueño de muchos de los artistas cubanos en Miami puede ser actuar en Cuba, ante el público que perdieron y que todavía les recuerda, demostrarle a su pueblo lo que fueron. Pero los de acá tienen, paradójicamente, problemas mayores que los de allá. Los de aquí, en casi todos los casos, tiene un problema de conciencia; no quieren ir a cantar en la tierra que, para ellos, no es libre. No los mueve tampoco un interés económico, como a los de allá. Bien saben que en Cuba no van a cobrar.

Al parecer, los de allá no tienen esos problemas: la mayoría no miran a Estados Unidos como el país dispuesto a invadir Cuba en cualquier momento, e incluso los partidarios del régimen, como Juan Formell, se tragan sus convicciones ideológicas cuando ven los billetes con los rostros de Lincoln y Washington.

Parece un problema insoluble, pero no lo es tanto. Durante los años treinta Cuba era, como siempre, un país exportador de su música. Había cubanos en España y Francia, en Estados Unidos y algunos en México. A su vez, este país recibía artistas de todos los anteriores. Tito Guizar, Pedro Vargas, Toña La Negra y otros eran muy bien recibidos en Cuba. En la siguiente década, se produjo el milagro del cine mexicano, que se convirtió de pronto en el más popular en los países latinoamericanos, a partir de Allá en el Rancho Grande y otras películas que explotaron el rico folklore de la música mexicana, como las rancheras. Pero llegó un momento en que se agotó esa veta, y había que buscar otras.

La solución se encontró al inicio de los cuarenta, ampliando la temática de las películas para incluir muchas de tema cabaretero, en que tenía cabida el amplísimo repertorio de música cubana. México se llenó de compositores, músicos y bailarinas cubanas. Llegó un momento en que para hacer una película mexicana bastaba, o casi, una rumbera y algunos percusionistas cubanos, el título de un bolero (preferentemente cubano) que sirviera de título y, si acaso, un argumento.

Lógicamente, los artistas y músicos mexicanos, que estaban sindicalmente bien organizados, empezaron a obstaculizar esta presencia cubana, y, ni cortos ni perezosos, replicaron a los cubanos, alegando que el número de artistas mexicanos que actuaban en Cuba era también considerable. En definitiva, como era beneficioso para ambas partes, se pusieron de acuerdo, y se siguieron haciendo películas mexicanas con artistas cubanos, y hasta coproducciones entre ambos países. Algo parecido podría intentarse en este caso e igualmente a nivel de las dos partes.

Juanes demostró que se puede cantar en Cuba sin concesiones políticas. ¿Por qué en ese concierto no hubo presencia de músicos cubanos de Miami? ¿Se les invitó, o alguno se ofreció a ir? En definitiva, estamos hablando de una tregua, usual aun entre enemigos acérrimos. En ella, lógicamente, ambas partes ceden algo. En este caso, los de acá tendrían que pensar que si para ellos es violento ir a actuar a un sitio del que salieron por falta de libertades, para el gobierno de ese país es todavía más violento admitir a exiliados que son opositores al régimen, y admitir que se comuniquen con el pueblo. El tiempo dirá quién perdió o ganó en este intercambio.

Por otra parte, es posible que el gobierno cubano no acepte la posibilidad de que cantantes cubanos de afuera vayan a cantar a la Isla. En ese caso, está claro que no deberíamos continuar recibiendo a artistas procedentes de la Isla; seríamos tontos, mereceríamos que en Cuba continúen las cosas como están.


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