Actualizado: 25/04/2024 19:17
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El último son de Pío Leyva

Alegría, frescura y sabor: Tres componentes esenciales de la música cubana acaban de ser sepultados en un cementerio de La Habana.

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Retomar el legado

Ahora que se cumple una década del inicio de la saga del Buena Vista valdría retomar su legado, especialmente delineando lo que figuras de la talla de Pío pudieron aportar mientras la vida les dio fuerzas. Es fama lo que sucedía en Cuba con estos grandes protagonistas de un siglo tan musical como el que estaba llegando a su fin. Es difícil que se pueda hurtar la verdad durante tanto tiempo, maniobra para la cual se han prestado y se prestan incluso altos nombres de la intelectualidad de la Isla. La memoria cultural e histórica de una nación es la que perdura cuando todos seamos tierra en la tierra.

Estos músicos que tan alegres cantaban lo mismo en Tokio que en el Madison Square Garden o París, estaban en su mayoría al pairo, esperando la muerte en un olvido injusto, viviendo de lo que se podía. Es triste decirlo, pero algunos de ellos, después de cobrar algunos royalties, se olvidaron de contar a los demás su propia historia, callaron y, en el peor de los casos, la trastocaron en un vano agradecimiento a un estatus que antes los despreciaba.

En cambio, si nos fijamos en su trayectoria, no parece ser Pío el que peor la estaba pasando de todos ellos. En 1994, la empresa estatal cubana Artex editó su disco Pío Leyva. El Montunero de Cuba, a partir de grabaciones de archivo presumiblemente de los años ochenta, donde intervienen Juan Pablo Torres y Demetrio Muñiz como arreglistas.

Un año después se pone en circulación otro fonograma suyo, Así quiero vivir, otra vez conjugando sones, guarachas, boleros y chachachás. Su participación en el fenómeno Buena Vista no detuvo sus visitas a los estudios, pues a partir de entonces continuaron saliendo otros discos, entre recopilaciones y novedades, como Sabor a montuno (Virgin España, 1999), Soneros de verdad presenta a Pío Leyva (2001), Esta es mi rumba (2003, con varios de los mejores músicos cubanos del momento) y La salud de Pío Leyva (2005).

De cara al debate

Su muerte nos pone otra vez de cara a un debate necesario, que se renueva cada cierto tiempo. Una de sus aristas tiene que ver con la lectura que de esa magnífica tradición musical están haciendo las generaciones más nuevas, con sonoridades cada vez más mixturadas, aunque muchas veces despersonalizadas o apostando por el engañoso beneficio del estrellato y el glamour.

Otra quizás nos enrumbe por la acusada desorientación que casi como una generalidad se descubre en la música popular bailable de hoy en la Isla, carente de paradigmas y tan desconectada del mundo como hace treinta años.

La edad de los grandes soneros ha pasado, es rotundamente cierto. Quedaba Pío y acaba de morir. Por ahí anda también Félix Valoy, menos conocido fuera de Cuba, pero todavía vital, enrolado en los nuevos proyectos de Juan de Marcos. Pío supo de esos desafíos de la historia y siempre le reprochaba a los músicos de ahora que se creyeran todos estrellas y no le dieran protagonismo al que más lo merece: el cantante.

"Ustedes tocan muy bien, pero nadie sabe ya acompañar", cuentan que dijo a un grupo de instrumentistas con los que debía irse a Japón a realizar conciertos.

Quienes con él trabajaron, lo recuerdan como un hombre siempre alegre. Esa es la condición primera que Pío supo dotar a todo cuanto cantó. Alegría, frescura, sabor cubano. Tres componentes esenciales de nuestra música que acaban de ser sepultados en un cementerio de La Habana.


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