Elogio y vindicación del chisme
Donde se hace un elogio de una de las costumbres humanas más placenteras, necesarias, terapéuticas y baratas.
Parte integrante de la vida contemporánea
Emilia Pardo Bazán dedicó al asunto que aquí trato uno de los artículos de la serie La Vida Contemporánea, que publicó en el periódico semanal de Barcelona La Ilustración Artística (la Hemeroteca de Madrid ha recopilado esos textos en una hermosa edición). Está fechado en agosto 25 de 1902, y empieza por anotar que "la murmuración forma parte integrante de la vida contemporánea. Es el dato más revelador, más psicológico; descubre los pensamientos, las pretensiones, las aspiraciones, como un aparato de rayos Roentgen la estructura de los huesos; y es además el pasatiempo general y barato, lo mismo ahora, en casinos, hoteles, playas, balnearios, fiestas campestres y giras, que será luego, cuando el invierno reconcentre la vida en las grandes ciudades y apriete la malla floja de la murmuración convirtiéndola en fina red semipolicíaca".
Señala que a cada instante se escuchan ingeniosidades y mordacidades, que ningún daño pueden causar si se toman como se dicen; si se comprende su sentido cómico, de caricatura. "Os dirán, por ejemplo, de un avaro, que a sus criados 'los mata de hambre' y que recoge del suelo las colillas para fumar: descontaréis lo descontable, y resultará que el susodicho Harpagón les da a sus servidores poca carne y mucho arroz y garbanzo, y que fuma un tabaco nada selecto". Tales exageraciones para caracterizar una figura, insiste Pardo Bazán, ningún efecto perjudicial producen cuando se quedan entre los iniciados.
Prueba de lo inofensivo que es "ese puñal relumbrante y mortífero cuando se ve de lejos", es que los esgrimidores no temen usarlo contra ellos mismos. "Pónense, pues, a sí mismos de hoja de perejil, a menudo, los que al prójimo ponen de cogollo de escarola, y demuestran así que no hay fondo de verdadero veneno en cuanto chismorrean. Hablan también, libre y desembarazadamente, de su parentela y de su familia, y no dejan títere con cabeza en su retablo. Y estos murmuradores aun perjudican menos. Son como cierto linaje de críticos literarios o artísticos, que a todo el mundo ponen reparos y defectos; igualando así, ante la censura y la trituración, a las diferentes categorías, donde resulta que viene a quedar cada cual en su sitio y a nadie se le quita ni se le pone una línea respecto de su altura. Y es que todo lo que extrema pierde fuerza, y ática moderación, que Horacio recomendaba a todo lo aplicable".
Sostiene que la murmuración no es difamación cuando versa sobre defectos y faltas particulares muy conocidos de todos. Y escribe: "Podrá, en tal caso, ser pesadez, carecer de novedad y de gracia; y casi siempre se incurre en estos defectos al insistir en algo excesivamente notorio (…) Pero ¿conciben ustedes que quepa robarle a alguien lo que ya no tiene, y que desacreditan las hablillas al que ya envió su crédito a hacer compañía, en las regiones de la luna, a la razón del paladín Astolfo?".
Se refiere a otro error, muy peregrino y común, que se conoce como "día de las alabanzas", es decir, la tregua de la murmuración ante el fenómeno, previsto y natural, de la muerte. Al respecto, Pardo Bazán anota: "¿Qué patente de virtud da el morirse? ¿Qué delitos borra, en qué puede modificar el juicio que nos merece un hombre?". Dice repugnar menos una murmuración ajustada y medida, que "ese panegírico embustero y abofeteador del sentido común, que leemos o escuchamos cuando sale la papeleta con orla en la cuarta plana. En día tal, mientras la iglesia, muy lógica, sólo a la misericordia divina atribuye el perdón y a la justicia el castigo, nosotros en vez de rezar por el alma del muerto, que eso ya sería harina de otro costal y nos calificaría de cristianos, le soltamos un pestífero botafumeirazo de mentiras, que sólo nos califica de embusteros solemnes o desmemoriados lelos".
Finalmente, Pardo Bazán se pregunta si, bien mirado, la historia no es sino "un extracto de murmuración, un confuso rumor de arroyuelo". Y concluye: "Dejemos, pues, que corran esos arroyuelos tal vez fangosos. Sepamos filtrar sus aguas y sacar de ellas arena dorada. Oír murmurar, ¡qué estudio tan interesante! Si sólo se escuchasen elogios, encomios, panegíricos; si no resollase por la murmuración la verdad asfixiada, ¿quién toleraría la relación con seres humanos? Y en cuanto a los efectos de la murmuración, recordemos la frase de una persona muy genial: 'Dos venenos conozco que ni matan ni corroen, ni manchan siquiera: la saliva y la tinta'".
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