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Entrevista al poeta que cuida parqueos

Hugo Hodelín Santana, un hombre de renglones cortos pero de largo aliento; un maratonista mental.

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Su nombre me sonó eufónicamente a remix de Víctor Hugo con Hölderlin con Santayana. Fue en Matanzas una tardenoche de sábado, entre farolas que iluminan tal vez demasiado el Parque de la Libertad: "Míralo", me susurraron, "ése es Hugo Hodelín Santana". Y lo vi, su solitaria silueta cruzando bajo las cadenas rotas de una estatua con los senos al aire.

Un mito, intuí: como todos, desde la pérdida del aura poética que implica nuestra provinciana modernidad, un mito enfermo. En la ciudad de Carilda Oliver Labra, a quien pensaba enamorar a cambio de una entrevista, descubrí la antítesis del Premio Nacional de Literatura. Era, en efecto, el fantasma magro y noble de Hugo Hodelín Santana (Matanzas, 1955). Un poeta menor, minimizado en primer lugar por él mismo. Inédito para el resto del mundo, casi mudo de tanto rumiar los restos de este otro mundo. Y olvidé mis grandilocuentes proyectos y me lancé a recuperar al menos el eco de aquella voz.

"Yo soy muy malo en las entrevistas", me recibió en una casita en la cima de su ciudad. Y en verdad lo era, lo cual es óptimo para mí como entrevistador. Me pareció un poeta punzante que no quería herir a nadie con el impacto de sus palabras. Un ermitaño de la escritura, sin referencias al cotilleo bohemio y editorial: "soy ingeniero y trabajo en una brigada constructora, pero cuando estoy ante el texto me quedo muy solo". Si bien rechaza toda noción bucólica de vivir "incomunicado en una urna": de hecho, los nuevos autores dialogan con sus textos y los antologan como si pertenecieran a la poesía más joven de Matanzas.

Afán de pugilato

Con un par de poemarios publicados, ambos por la editora local (El Anciano, 2003, y Confesiones de un poeta mientras cuida un parqueo, 2007), el autor considera que su obra ya está partida en dos por "algo que raya en el misterio, pues mi primer libro tenía una tendencia tan lírica como una iglesia barroca o gótica, llena de elementos decorativos; entonces tuve una fase sin escribir, sin proponérmelo (no considero que la poesía sea un oficio diario planificable) y sin poder explicarlo por influencias de lecturas. Hasta me dije: 'he escrito bastante porquería y a lo mejor ya no escribo más'. Lo cierto es que cuando sentí otra vez la necesidad de hacerlo, ya todo salía un poco más descarnado, en el hueso, desde una visión más directa e incluso plana. Al estilo del arquitecto Van der Rohe: menos es más".

Y es cierto. Pero no es cierto. Sus dos libros brevísimos incluyen cada uno sólo un poema narrativo, subdividido en una decena de partes sin título. Uno tiende a creer que está leyendo versos tan efectivos que han sobrevivido a una traducción desafortunada. Entre 2003 y 2007 ocurrió un corte en la lengua y en la edad del autor (en sentido anticronológico, por supuesto), pero sigue siendo inmutable la debacle de que él narra: desasosiego de cara a lo eterno, vaciamiento del que contempla ya sin ganas de protagonizar el teatro de la Historia, el sonsonete de la muerte como colofón del carnaval humano, el deseo que pasa no sólo por el intelecto sino por el cuerpo. Y nada de esto asusta a un lector entrenado en desastres. Al contrario: es entrañable este afán de pugilato a favor y en contra de la poesía.

Amigo cercano de Luis Marimón (1951-1995), quien murió en el exilio virtualmente inédito, Hugo Hodelín Santana afirma ser "un poeta de los años ochenta". Aunque "de niño leía como una polilla todo lo que caía en mis manos, ya lo único que hago es releer a mis autores preferidos", entre los que nombró entrecortadamente a Maiakovski, Baudelaire, Milton, Pound, Bukowski ("todos antes que Eliot, en quien me encuentro menos"), Baquero y el propio Luis Marimón.

'Nunca fui un marginal'

"Tampoco soy muy concursador ni dado a publicar, a pesar de que ambos gestos sí me interesan. Tengo amigos, compañeros de trabajo, y vecinos, pero mi personalidad disfruta de la soledad. Sin renunciar a lo cósmico, en mi poesía soy como un boxeador que entra y sale del centro del ring hacia el arrinconamiento de las cuerdas (conozco muchas promesas de campeones que se frustraron en el torneo de la vida). Por lo que, más que de una ciudad, soy un habitante de los libros y la poesía, donde viajo más y mejor".

Como Lezama Lima y su noción (¿nación?) de "peregrino inmóvil", pienso yo. Y, como Lezama Lima, a sus cincuenta y tantos años, nuestro hombre en Matanzas aún convive candorosamente con su anciana madre, quien ignoro si ignora versos como "toda esperanza constituye un hecho intrascendente" (2003) o "doblar las piernas frente a las perillas / y las buenas putas / putas y putas / persiguiéndome por todas partes / inconsolables" (2007).

Hugo Hodelín Santana, junto al entrevistador, Orlando Luis Pardo. (CE)Foto

Hugo Hodelín Santana, junto al entrevistador, Orlando Luis Pardo. (CE)

Se defiende ante mi acoso Hugo Hodelín Santana: "Tengo un verso que dice 'El arte no obedece a la razón'. Así que no me preocupa la originalidad, aunque sí temo repetirme. Todo poeta tiene que ser autovisionario, pero no creo que mi poética sea exaltada (entre la agonía y la calma, algo quiere ser expresado con urgencia en mí, pero no de manera aplastante) ni programo o salgo a buscar la mal llamada "mala palabra", tan común hoy en Cuba. Por mi educación y convivencia, nunca fui un marginal: ni siquiera me he sentido apartado, por más que digan que soy un poeta maldito. Incluso al hablar me cuesta mucho emplear las palabras fuertes".

Pero sí es un marginal, por supuesto (acaso el poeta siempre lo es). Un hombre de renglones cortos, pero de largo aliento en su resistencia contra el día a día tedioso de la ínsula y de la isla. Tal vez no sea un poeta maldito (una circunstancia que en Cuba siempre pasa por la política), pero sí es un maratonista mental que, desde la cima de Matanzas, relee y acumula sus apuntes como quien hace jogging en una pista en blanco: de hecho, muchos de sus textos son almacenes de imágenes sin simbolismo que, al superponerse, generan nuevos significados como si fueran un alef.

Grandeza desde la precariedad

Del poeta Hugo Hodelín Santana emana la grandeza de todo ser cuyo presente es ya muy precario (fue mi impresión al despedirnos, bajo una reproducción de Modigliani tan antigua como el original) y cuyo futuro es sólo el pasado que él destila domésticamente en sus poemas, mientras "adusto / sentado / ve pasar la patrulla policial / y agita banderitas / como un escolar / en los actos solemnes".

Casi en la calle, me regaló un consejo como propina extensiva a mi generación: "tener mancomunidad y ser lo menos egoísta posible a través de las palabras, no extraviar al poeta o niño espontáneo en nuestras inevitables mutaciones de adulto; que no se detengan y que se escuchen y se hagan caso a sí mismos, según dijo alguien más sabio: 'si nadie me oye, que me oigan las estrellas'".

Y allí dejé entonces a Hugo Hodelín Santana, sin saber si volvería a verlo pronto o nunca, su mirada transparente traspasándolo todo desde aquella suerte de observatorio al borde de la medianoche cubana.


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