Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Periodismo, Historia

Épica y propaganda en «La historia que fue, el arte que será»

El libro de Norberto Fuentes impone al lector el ejercicio de superar la retórica triunfalista, el fetichismo bélico y el servilismo de funcionarios y militares del gobierno cubano

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La historia que fue, el arte que será, de Norberto Fuentes, es un libro sobre un libro, o mejor aún: sobre dos.

Esto ya de por sí encierra dificultades al lector, y estas dificultades se multiplican cuando se comprueba que quienes aparecen valorando positivamente ambos libros —en la Cuba de la década de 1980— no son escritores ni críticos literarios, sino políticos y militares. Peor aún para ese lector —ese lector que ahora escribe sobre el libro—, es lo detestables que le resultan dichos políticos y generales.

Pero La historia que fue… es más que eso, ya que su origen y final tiene que ver con un capítulo del largo proceso iniciado el 1º de enero de 1959. Una etapa a la que Raúl Castro caracterizó como una micro guerra civil y que se refiere a los alzamientos producidos a lo largo del país —aunque los más conocidos ocurrieron en las montañas del Escambray—, tras la llegada de Fidel Castro al poder.

Para el interesado en dicha etapa, La historia que fue… ofrece datos y fechas de los hechos, tras el ejercicio —a veces arduo— de superar la retórica triunfalista, el fetichismo bélico y el servilismo siempre imperante en las referencias a Castro, de funcionarios y militares a la hora de referirse a lo ocurrido.

A veces no resulta fácil y uno cae en un cinismo simple: ¿no recuerda demasiado esa reunión del Buró Político —en la que se impone machacona la voz de Fidel Castro— a un grupo de fanáticos conocidos, en un pub inglés; o mejor a un habitual encuentro entre gánsteres en un restaurante italiano del Bronx? Otras uno se alegra de vivir en el exilio, cuando lee el infame prólogo de Carlos Aldana a Nos impusieron la violencia, el libro de Fuentes, con esa justificación —casi ladina y siempre baja— al realismo socialista, que para entonces ya había pasado de moda (… pero por si acaso).

Así que entre las varias lecturas posibles a La historia que fue… algunas pueden resultar difíciles de digerir, desde el punto de vista político e ideológico del lector (este lector) —y por supuesto, hay lectores y lectores.

Aunque si se logra superar memoria, prejuicio y destino (todo mezclado), se recuerda y/o rechaza una época en la que el gobierno cubano —no voy a usar el término régimen para no aparentar que cargo demasiado las tintas ideológicas— todavía se creía invencible y doctrinario: esa vieja superstición antillana de considerarse el ombligo del mundo.

Es la época en que Reagan, Nicaragua y Angola forman el último de los triángulos en los que Castro aparentaba o salía realmente vencedor.

Una vez más, se mezclan y confunden la sagacidad del líder con las circunstancias del momento. Porque si Cuba es excepcionalidad —más por la geografía que por la historia—, y la tesis ha sido abrazada tanto por el gobierno de La Habana como por el exilio, no puede ser al mismo tiempo ejemplo, faro a seguir, luz en el camino.

Si la guerrilla triunfa en la Isla —y es un triunfo donde la corrupción batistiana y la propaganda castrista deciden tanto o más que escaramuzas aisladas— no implica ello que ocurra lo mismo en Latinoamérica, como le ocurrió al Che Guevara. E igual rige para los “contras” en Nicaragua o la guerra civil en Angola.

Es en ese canto del cisne que —sin saberlo— vive el gobierno cubano a finales de la década de 1980, cuando Castro y su hermano recurren a la reivindicación de un escritor —atacado anteriormente por el propio gobernante por el libro de cuentos Condenados de Condado— para “sugerir” al mejor estilo maoísta que se divulgue su obra. Sí, como no Comandante, lo que usted diga Comandante.

Claro que la valoración de un político sobre un escritor no sirve para mucho; salvo, si acaso, en el momento.

Tanto que libro de Norberto Fuentes, La historia que fue… es libro sobre Norberto Fuentes, donde la vocación y el mérito de los interlocutores queda al juicio del lector.

En la actualidad una lectura “revolucionaria” de los textos difícilmente supere el nivel de la añoranza —“En tiempos de Don Porfirio”, como diría el anciano ciego de Los Olvidados—, si es que no descarría en el desencanto.

Es un lugar común decir que la historia la escriben los vencedores, solo que aquí la única victoria que sirve aún para repetir hoy es la permanencia en el poder. Paralización en el mando de los defensores de ruinas —si que no optaron antes por la práctica saludable de marchar al exilio—, y poco o nada a reclamar de un pasado extinto en la Isla o fuera de la Isla.

Para quienes intenten una lectura “gusana” —el empleo del nombre como adjetivo, al unísono de una época ya desaparecida— quizá todo se limite a recordar un imposible: tras una guerra caótica y sangrienta, limitada en las escaramuzas campesinas pero de verdadero terror en las ciudades, pocas esperanzas e ilusiones quedaban para empezar de nuevo; con una capacidad propulsora desde el exterior (léase la CIA) que resultaba errante en el rumbo y tan pérfida en los objetivos como el enemigo; además del apoyo popular con el que contaba Castro entonces, una creciente ocupación de todos los sectores de la sociedad, tanto económicos como culturales y de educación, posibilitaron con relativa facilidad el traslado de miles a combatir a los insurrectos; la experiencia bélica se adquiría sobre la marcha hasta la creación de tropas expertas; además de que los grupos alzados, limitados en su composición numérica, nunca alcanzaron la unión necesaria ni surgieron líderes significativos de los mismos; guerra en todos los frentes, donde la Segunda Ley de Reforma Agraria es medida económica para impedir la manutención de los insurrectos, y el traslado obligatorio en una segunda “reconcentración” campesina, como cuenta el libro, otro gesto de guerra sin clemencia. Por lo demás, la penetración, el desorden y el desconocimiento actuaron a favor de las fuerzas del gobierno.

Más allá del título, La historia que fue… no es un libro de historia (y tampoco de arte), aunque los datos —crudos, elaborados o con intenciones diversas— quedan ahí para el análisis.

Se puede intentar establecer su “columna vertebral” en la entrevista de Tad Szulc a Fuentes, sobre el movimiento insurrecto en las montañas del Escambray y otros lugares de la Isla, como una valoración de lo ocurrido (por cierto, Szulc no hace la menor referencia a esta conversación en Fidel: A Critical Portrait), pero otros documentos brindan información —aunque a veces de importancia relativa— sobre lo ocurrido.

En esa relatividad de la información, para la mirada histórica, influye el punto de vista del escritor y periodista.

En Cuba, una nación con una larga tradición de batallas y escaramuzas, la épica nunca ha rendido buenos frutos.

Desde su llegada al poder, Castro convirtió esa realidad en un problema grave para el creador.

Fue como la valoración de los sabores de helado. Al uno nacer en el trópico, tenía que gustarle los helados de coco y chirimoya y no los de fresa y chocolate con nueces.

Para quien intentaba escribir a partir de la década de 1960, algunos temas como que no cuadraban.

Por ejemplo, había que huir de la ciudad, de cualquier detalle que se asociara a la burguesía; de Europa y de gran parte del arte y otras ramas contaminantes.

Tras los libros sobre la insurrección, la dictadura de Batista y las torturas y el heroísmo de la sierra y el llano, que tanto abundaron al principio de la década, la épica, como experiencia vital quedó agotada.

En Condenados de Condado¡ (1968), Fuentes otorga una nueva vitalidad a la épica en Cuba, pero con dos características a tener en cuenta hasta la publicación de Nos impusieron la violencia (1986): una es que la épica se reduce al cuento y se pierde luego en varios imitadores menores; la otra es la prioridad hacia el periodismo —en la forma de reportaje y artículo—, que desde el punto de vista literario es una vía en descenso.

La reunión del Buró Político con los hermanos Castro evidencia el objetivo de continuar este descenso ya en su forma más cruda: la simple propaganda.

Es difícil que La historia que fue… lleve al lector a una nueva valoración política o ideológica o a un simple cambio de opinión. Posible que le haga conocer o recordar. Necesaria su lectura.

Para aquirir La historia que fue, el arte que será, haga un clic aquí.


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