Actualizado: 17/04/2024 1:24
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Epitafio para una historia no profetizada

En Epitafio para un sueño, el narrador se plantea una historia, no importa cuán lejana pueda estar, y la desarrolla con los elementos propios de su oficio: el lenguaje

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¿Puede una fecha, 25 de noviembre de 2016, cambiar la vida de muchas personas no solo en Cuba, también en los Estados Unidos y el resto del mundo?, ¿o es solo un pretexto del autor para entretejer una historia que no por lejana aún hinca sobremanera la piel del cubano? Entre estos niveles de realidad discurre la novela Epitafio para un sueño, de Carlos A. Dueñas Aguado, publicada por la Editorial CAAW Ediciones, Miami, EEUU, 2017. Novela que ofrece, a través de Juan José Vega, Pepe, su esposa y un grupo de amigos que interactúan en las distintas historias que conforman la trama, y con un alto lenguaje reflexivo, la parte más descarnada de la vida de los cubanos desde los primeros días de enero de 1959, pasando por los oscuros años 90 —Período Especial—, hasta la actualidad.

«Estoy viviendo en un mundo de mentiras. Mentiras que subyugan el pensar. Mentiras que desgarran el sentir. Mentiras que niegan libertades. Esas diabólicas mentiras inventadas en su mundo de fantasía, de sueños de poder, de tácticas con mañas. Camino solo hacia el acantilado. Allí están todos mis recuerdos (…) Ahí está también mi entrega, mis tiempos, esos que me quitó en estado catatónico (…) Llego al acantilado. Miro todo lo que desperdicié de mi vida. Es momento de decir adiós. De enfilar el rumbo hacia una nueva vida. De olvidar por siempre esta pesadilla. Hoy es 13 de agosto de 1994. Me subo al barco y emprendo rumbo hacia otras tierras del mundo. Adiós Cuba. Me despido de ti y no regreso hasta que no seas completamente libre, y por si muero, te dejo mi Epitafio».

Personas comunes que cuestionan el presente a partir del dramático cuestionamiento de su pasado; la «pérdida» de la inocencia, la mutilación de un sueño, la expropiación de cuánto le dijeron le pertenecía, la inevitable persecución por una sexualidad no manifestada o por la simple elección de pensar distinto y escuchar otra música allende los mares; personas que intentan sobrevivir en paz, según los preceptos dictaminados por Dios, pero en un ambiente para ellos de hostilidad y desamparo.

«Fidel, pese a las advertencias de los expertos, se empeñó en hacer una zafra de diez millones de toneladas de azúcar. ¿Y qué pasó? ¡Ni cojones, Pepe! Terminó arruinando al país más de lo que estaba en los años 70, y me voy más atrás, desde el 59 está al frente de un gobierno que lo único que ha logrado es convertir en un desastre las producciones ganaderas, de café, de cacao, y ha desaparecido de la mesa de los cubanos la carne de res, el pescado, la langosta y los camarones, y hasta vegetales que se pueden sembrar en cualquier lugar y en cualquier época. Fidel nos impuso un sistema económico que, según él mismo declaró a un periodista norteamericano, jamás ha funcionado. ¿Crees que esto sea justo para un pueblo?».

Aquí, el pasado nos acecha tanto como el presente; sigue siendo el leitmotiv para lograr entretejer toda una trama que un día nos acompañó y hoy, inobjetablemente, nos sigue acompañando, solo que amparado por un discurso que constantemente llama al exterminio, a otra persecución que nada se diferencia a la ocurrida en la década del 70 bajo las riendas del tristemente célebre Luis Pavón.

En Epitafio para un sueño, Carlos se plantea una historia, no importa cuán lejana pueda estar, y la desarrolla con los elementos propios de su oficio: el lenguaje. Cada historia, para él, no es más que la restauración de aquellos sueños por los que siempre luchó y los recrea, con un discurso directo y alejado de sutilezas, de manera fascinante, sin tener en cuenta los peligros que estos puedan reflejar, lográndolo con destreza de estilo y eficacia técnica.

El que necesite una novela de búsqueda, no le recomiendo esta. El que necesite una novela reflexiva y de interrogaciones, es esta la perfecta. Pepe, su esposa y amigos no solo nos hacen reflexionar y nos interrogan, también nos dan las respuestas para no perdernos en el laberinto, para decirlo de algún modo, de sus desgarradoras historias y salir ileso de las heridas que aún no han cicatrizado.

«Pepe recorrió su vista por todos los rincones del patio de la prisión. Nada hermoso meritaba detener sus ojos para calmarse. Empezó a caminar y Ana María lo siguió. En su camino encontró un pedazo de periódico, nunca había visto un periódico que no fuera de Cuba, así que lo tomó y leyó con mucha atención, un recuadro que contenía una frase de Sigmund Freud: «Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo».

En ella, los protagonistas y los hechos que estos hacen, se preguntan y al mismo tiempo nos cuestiona, nos hace reflexionar sobre los valores que debe habitar al hombre, sobre el respeto al criterio ajeno y a la libre determinación que tiene cada cual en elegir su modo de vida y de pensamiento más factible a su entorno, y también, por qué no, el sistema o país donde quiera afianzar su espíritu de hombre constructor, sin imposiciones ni otro tipo de aberración, muy de moda por estos tiempos. Por eso, las distintas historias que estructuran esta novela, más que historias de vida, son narraciones que ilustran, por medio de la acumulación de experiencias, el mapa de un país y las distintas generaciones que dentro de él conviven. Son estas historias una reflexión desgarradora del existir.

«Era inadmisible olvidar y evitar comparaciones. Cada acto, cada acción y cada logro del presente, inevitablemente, lo llevaban al pasado, como si este le restregara en el rostro todo lo que había carecido y padecido en Cuba, pero, al mismo tiempo, era la recompensa por haber salido, como si todo lo malo hubiera valido la pena».

He aquí, amigos, un pasado que alude a un espacio que se sitúa más allá de nosotros como individuo, de los recuerdos que no solo aparecen, sino que cantan en sus páginas a través de sus personajes, hombres y mujeres comunes, alejados de todo misticismo y con la nostalgia de su idílico país sobre las espaldas.

Háganlo suyo, no más.


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