Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

Esa carie de los renglones llamada errata (I)

Un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable, llamó Ramón Gómez de la Serna a ese error tan común en los libros y publicaciones periódicas.

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Dar por nulo, no por culo

En la revista digital de una escuela secundaria de Madrid encontré un artículo firmado por Jesús Sáiz, Erratas morrocotudas, del cual reproduzco un par de fragmentos: "Refería un cronista deportivo que, en el campeonato mundial de atletismo celebrado en Estados Unidos, al representante cubano de salto de longitud se le habían dado por válidos los dos primeros saltos, pero que al tercero se le había dado por culo. Los lectores suspicaces pronto pensaron mal: lógico, Estados Unidos siempre fastidiando al sufrido pueblo cubano. Pues se equivocaron; por una vez se trataba de una errata: el tercer salto del atleta cubano se le había dado por nulo".

Aquí va el otro: "Durante la pasada liga de fútbol, en el diario deportivo Esport a tota marxada de Barcelona, un miembro de la directiva azulgrana afirmó, en relación con las estrellas del Barça, que 'a estos futbolistas hay que exigirles mayor rendimiento ya que tienen una picha extraordinaria'. Muchas forofas, espoleadas por esta afirmación, quisieron verificar los extremos de la misma. El diario confesó que se trataba de una errata y el dirigente, por su parte, aclaró que, en efecto, él se había referido a que las estrellas del Barcelona tienen una ficha extraordinaria, aunque no quiso descartar que tal vez algunos también puedan sobresalir por las dimensiones de sus atributos, asunto que por otro lado, añadió, no era de su interés".

Un autor a quien persiguieron siempre las erratas fue el mexicano Alfonso Reyes. Según narra en sus memorias, en 1910 envió a París el original de Cuestiones estéticas, para que se lo publicase la casa Ollendorff, especializada en libros en español. El encargado de revisar esas ediciones era un dominicano de apellido Gibbes, quien prometió a Reyes cuidar la impresión de su obra. Mas cuando éste recibió los ejemplares, tuvo que mandar a imprimir ¡cuatro páginas de erratas! Reyes cuenta otra anécdota acerca de su libro Visión de Anáhuac. En la edición hecha en Costa Rica en 1917, el editor Joaquín García Monge introdujo sin querer un error. En lugar de "La historia, obligada a descubrir nuevos mundos…", anotó "a describir nuevos mundos". Y comenta Reyes: "Me gustó la errata, y la adopté decididamente en las posteriores ediciones". No dejaba, sin embargo, de sufrir con lo que consideraba "la lepra connatural del plomo". Cuando en 1922 apareció su poemario Huellas, la enorme cantidad de errores lo llevó a caer enfermo. Tantas eran, que Ventura García Calderón escribió en un diario: "Nuestro amigo Reyes acaba de publicar una colección de erratas con algunos versos". En el libro además desaparecieron algunas líneas y otras fueron cambiadas de sitio.

La anécdota de Reyes acerca del error que se introdujo en su Visión de Anáhuac constituye un ejemplo —no muy abundante, todo hay que decirlo— de equivocación que mejora el original. La periodista mexicana Rosalía Cruz ha aportado otro. En el homenaje al poeta Alí Chumacero, Octavio Paz recordó que éste se encargaba de cuidar la edición de la revista Letras de México. Otros autores se responsabilizaban de la selección de los materiales, la composición tipográfica y la revisión de las galeras. En 1941 Paz había terminado una serie de sonetos, inspirados por su lectura de Quevedo. Aparecieron ese año en Letras de México, y entonces su autor halló una errata. Donde él había escrito "yacen la edad, el sueño y la inocencia", se leía "yacen, ya edad, el sueño y la inocencia". Con "una apenas sonrisa" le reclamó a Chumacero, y luego le expresó: "Es una errata afortunada. Mejora mucho esa línea. Deberías estar muy contento. Hay que confesar que el azar es poeta a veces".

Ante tales equivocaciones, queda siempre el recurso de la fe de erratas, pero hay ocasiones en que el daño es irreparable. En el otoño de 1913, el poeta ruso Vladimir Maiakovski comenzó a trabajar en su primer proyecto teatral, pues el movimiento cubofuturista necesitaba triunfar en ese medio. Algunos meses después ya tenía concluida la pieza, que primero se llamó El ferrocarril y más tarde, La rebelión de los objetos. Mas un divertido azar terminó por darle un título más escueto. Cuando la presentó para que la aprobara la censura zarista, el funcionario que la leyó cometió un error y confundió el nombre del autor que figuraba en la primera página del original con el título de la obra. Concedió por ello la autorización para estrenar una tragedia denominada Vladimir Maiakovski. El escritor lo aceptó, pues para enmendarlo necesitaba someter por segunda vez el texto a la censura. Otra razón que atendió fue algo que le comentó Boris Pasternak: "El nuevo título resulta un descubrimiento de una simplicidad genial, ya que el propio poeta viene a ser, más que el autor, el objeto mismo de la obra, y de este modo el título no sólo es el nombre del autor, sino también el nombre que conviene al contenido".

No es extraño por todo lo anterior, que algunos autores hayan dedicado poemas y textos en prosa a los errores que alguna vez han tenido que sufrir. Para ilustrarlo, copio a continuación el Soneto a la errata que escribió el dramaturgo y escritor español Alfonso Sastre: "Escritores dolientes, padecemos / esta grave epidemia de la errata. / La que no nos malhiere es que nos mata / y a veces lo que vemos no creemos. // Tontos del culo todos parecemos / ante el culto lector que nos maldice: / 'Este escritor no sabe lo que dice',/ y nos trata de bilis o de memos. // Los reyes de Rubén se hicieron rayos. / Subrayé, mas no vino la cursiva. / Donde pido mejores van mujeres. // Padecemos, leyéndonos, desmayos. / El alma queda muerta, más que viva/ pues de errata te matan o te mueres. Estrambote: Con sólo cinco erratas y un desliz / en mi soneto, sería yo feliz".


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