Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Viera, Literatura, Literatura cubana

Expresando lo inexpresable

Nota sobre la segunda edición de Precio del amor, relatos de Félix Luis Viera

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Un libro es sobre todo el lector. Y solo en la medida en que el lector se involucra y participa en su creación, sabemos si se trata o no de un buen libro. De buena literatura. Aplicando esta certeza, debo decir que he vuelto a leer casi un cuarto de siglo después de la primera vez Precio del amor, de Félix Luis Viera, ahora reeditado por Alexandria Library, Miami, y ha sido una experiencia completamente diferente. Una vez más me arrastró (me involucró), pero esta vez lo hizo como si se tratase de otros cuentos, de otras historias. Porque el lector (o sea, yo) era, es otro. Lo que viene a confirmar lo dicho al principio. Mi Precio del amor de ahora es el que surge ante los ojos de un hombre que, después de haber vivido cosas que aún no había vivido en aquel lejano 1991, entra en él de una forma nueva. Si mejor o no, no puedo decirlo.

Hay sin embargo cosas que no han cambiado. Por ejemplo, no ha cambiado la sensación de que al leer me introducía en el mundo (que es el mundo de esos cuentos) de un modo inédito. Tan inédito como entonces, pero con una forma, por así decirlo, inédita de virginidad.

Me explico: Al abrir el libro uno erróneamente (al menos fue mi error) espera encontrarse con cuentos de amor. O desamor, que es algo que viene en el mismo paquete. Esto es, cuentos donde las parejas interactúan, consuman el amor, luchan por él, se confunden, se desesperan, se desenamoran, se suicidan, Romeo y Julieta, Odiseo y Penélope, don Juan y doña Inés, etc. Y FLV va y nos sorprende con unas historias donde el amor está ahí, de lleno, con la intensidad de los amores más intensos, sí, pero de un modo perturbador. Uno se queda con la duda de si lo que “ve” es amor u otra cosa: “flechazos”, “clavos ardientes” a los que se aferran individuos azuzados por la soledad, el deseo sexual como trasfondo, o simplemente como fondo de sentimientos que se revuelven e inventan para mantenerse a flote... FLV se asoma al amor, en fin, por una ventana que no nos esperábamos. Y de nuevo tenemos que acostumbrarnos a ello.

Tenemos que acostumbrarnos a ver cómo ese sentimiento se resuelve en un “marco de necesidades” muy específico. El del sujeto que ha sufrido un fracaso, o se siente derrotado, o sencillamente busca relaciones sexuales, o sufre el desamor o la resaca del amor, o se halla en ese estado que sigue al fracaso, o en la infidelidad que se agota por el compromiso de otra relación que se fija por motivos “humanos” extraños o no tan extraños al amor... el del sujeto vulnerable que es arrastrado por la fuerza de atracción del cuerpo-objeto que surge entonces como posibilidad sustitutoria y que, si decimos toda la verdad, se inventa.

Dicho de otra manera (de la manera que corresponde; o sea, subsanando el error), FLV no nos habla del amor, sino —ya lo avisa en el título— de su precio; o de algunas de sus posibles consecuencias. Y eso es otra cosa. Y para entender el sentido cabal de cada relato y, en general, del conjunto, conviene no olvidarlo.

De modo que FLV intentó una vez más eso que intentan todos los grandes escritores: expresar algo que en realidad no se deja expresar. Y lo expresó con la firmeza de quien tiene buen pulso para decir lo justo, con trazo sólido. O sea, expresó lo inexpresable. E hizo que los personajes echasen a andar y a respirar y a vivir, en cada caso con tan solo un pequeño puñado de palabras casi invisibles, como si el autor hubiese escogido solo las estrictamente necesarias para formar su gente y su mundo, con la aparente sencillez de las cosas más complicadas y, en lo que a técnica de género se refiere, con las manos limpias.

Y ya que menciono la palabra “mundo”, que es clave en el imaginario de cualquier obra que se respete y que respete al público receptor, advierto que ese mundo que FLV nos pone ante los ojos no es un mundo extraño, pero sí es un mundo recorrido de modo peculiar, hasta el punto de que queda convertido en un lugar encantado sin que por ello pierda realidad, ni su enfoque de realismo. O sea, hay realismo, pero un realismo que fantasea sobre la realidad; un realismo mágico pero no en el sentido del movimiento literario que sabemos (fundamentado sobre todo en imágenes), sino en el sentido de la mirada y la forma de explicar lo que esa mirada ve en la verdad, sin más distorsión que la que el ojo puede percibir al mirar a través de determinado cristal... en este caso, el lenguaje.

Justo lo que nos atrapa en estos cuentos. Esa atmósfera que nos envuelve en un misterio que resulta difícil de explicar y que nos lleva de una línea a otra para abrirnos paso entre sus datos hasta llegar a la solución. Una solución que necesitamos tanto como los personajes, y que casi siempre nos deja tan perplejos como a ellos. O sea, como digo al principio aunque con otras palabras, nos convierte a los lectores en personajes. Nos involucra como parte y no como espectadores. Nos hace “crear” lo que, sin embargo, ya está creado, incorporándolo al yo que somos con la naturalidad que lo hace, digamos, un recuerdo. O al revés.

Y todo esto FLV lo logra sin que nos percatemos bien de sus palabras. El texto se convierte desde la primera línea en un ambiente, en unas personas, en un deseo, en un desasosiego que, al final, es eso: el precio, casi siempre elevado, que todos pagamos, o hemos pagado, o tendremos que pagar aún, de un modo u otro, por el amor. Habilidad de mago al que es imposible pillarle el truco.

Dicho esto, ¿debemos lamentar que FLV cerrase con este libro, para decirlo con palabras suyas, “mi trabajo en el cuento”, tal como hizo hace menos tiempo con la poesía al publicar, en 2010, La patria es una naranja? Lean y/o relean este libro excepcional, y me dicen.


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