Literatura, Literatura cubana, Exilio
Fabular otras identidades
Los dos nuevos libros de Aimée González Bolaño dan testimonio de una obra merecedora del respeto y la admiración que deben concederse a los creadores que se trazan un itinerario muy exigente
Aunque aún faltan cuarenta y ocho horas, me voy a adelantar para felicitar a las mujeres por su Día Internacional. Una fecha que no debería existir, sino que debería serlo de enero a diciembre. Lamentablemente, no es así, y presumo que el celebrarla surgió de la mala conciencia de algún hombre. Hace más de un siglo, el dramaturgo noruego Henrik Ibsen dijo: “Nuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será hermosa”. Cierto es que algo se ha avanzado desde entonces, pero todavía queda bastante por hacer. Como expresó la escritora Isak Dinessen, nuestro mundo será verdaderamente glorioso cuando las mujeres sean personas realmente auténticas y tengan todo el mundo abierto a ellas.
Y para festejar este día que dedicamos a las mujeres, me ha parecido de elemental justicia personalizar mi modesto homenaje en una creadora que acaba de publicar un par de libros. Es Aimée González Bolaño, quien aunque nació y creció en Cuba, desde hace ya varios años reside en Brasil, país cuya nacionalidad adoptó. En la Isla cursó estudios en la Universidad Central de Las Villas y luego obtuvo un doctorado en la Universidad de Rostock. En la actualidad es profesora del programa de postgrado de la Universidad Federal de Rio Grande y profesora adjunta en la Universidad de Otawa, Canadá. Una muestra de su faena crítica y ensayística aparece recogida en el volumen Poesía insular de signo infinito (2008).
Los dos libros de los cuales me voy a ocupar corresponden a su otra faceta, la creativa. Como ella misma ha comentado, a la poesía llegó temprano, ha sido una constancia; pero se tomó su tiempo para plasmarla en escritura. Empezó a hacerlo a finales del siglo pasado. Y acerca de esto, agrega: “Los poemas comenzaron a dejarse escribir por imperativo interior, pensando en un lector, espejo ideal de quien se descubría autora, figura de la ficción”.
Su primer poemario, El Libro de Maat (2002), marcó además el fin de su vida en Cuba e inició el ciclo brasileño. Tras aquel título, han visto la luz Las Otras. Antología mínima del Silencio (2004), Las palabras viajeras (2010), Escribas (2013) y Visiones de una mujer con alas (2016). A manera de balance, en Alada viajera (Apócrifos verdaderos) (Ediciones La Mirada, Las Cruces, Nuevo México, 2020, 200 páginas) ha preparado una compilación de su producción poética hasta la fecha. El volumen se cierra con una sección, Andante, que agrupa textos inéditos que González Bolaño prefiere llamar “poemas en proceso”.
Integran el libro 121 poemas, que están distribuidos en siete bloques o secciones: Teresa, Otra, Viajera, Escritura, Alada, Aika Kiu y Andante. Son textos, lo aclara su autora, que corresponden a diferentes ciclos vitales y creativos, en los cuales ha ido explorando diversos caminos: experimentos autoficcionales, diarios de viaje espiritual, invención de poemas y rasgos biográficos breves de poetas apagadas por la historia y otras formas de conocimiento. Se trata, por tanto, de una obra que posee una profunda unidad, pero que a la vez transita por una amplia variedad de tonos y de voces. Una poesía en movimiento, para usar el término que acuñó Octavio Paz, que apuesta por la búsqueda de la mutación frente al acto de perpetuar lo ya hecho.
El propio título del libro proporciona una clave de acceso a su lectura, al adelantar los dos principios rectores sobre los que se articulan esos textos: la poética de la trashumancia (Alada viajera) y la fabulación de identidades (Apócrifos verdaderos). La paradoja o sinsentido de este último responde a una idea defendida por González Bolaño: “la ficción nos torna más verdaderos y reales”. A través de esa pluralidad de voces inventadas, de esas mujeres imaginadas que la habitan, se busca a sí misma, para hallar respuesta a interrogantes como quién es y por qué escribe. Como expresa a través del epígrafe de la brasileña Cecília Meirelles, mira su vida en todos los orígenes, en todas las existencias. Y apunta: al concebir esos poemas, “medité, sané, padecí, vi, reconocí, volé y anduve por obra de la palabra (…) Y como dijo Pessoa de modo insuperable, fingí tanto que me lo creí”.
En “Otra”, escribe: “No tienes rostro. / Pero tejes esta tela interior/ que soy toda yo desmembrada. / Yo haré tu cara y tu espíritu. / Te he mirado largamente. / Me he metido en ti. / Como obra paciente de amor/ te formaré en este espacio callado. / Me tejes en tu infinito hilo. / Tú poderosa/ eres solo cuando me haces. / Pero ahora es mi tiempo; / Te escribo yo. / Te dejo la voz. / Y te nombro”. En ese proceso de tejer y ser tejida, de existir al hacer que otras sean, surgen las poetas que forman la amplia galería de “las Otras”: Cleis, Sor Clara de la Gracia, Ana Tereza Ayres, Luo Sa, Kiria Hafiz, Calixta Rey, Jean Duval, Alina César, Ulrica von Lebentzow, Denise Ieda Alves y Aimée González Bolaño, quien no se busca en ese telón de fondo patético que es la historia, sino “en el trasiego de los menudos olvidos”.
Logrado ejercicio de estilo
González Bolaño convierte la creación de identidades inventadas en un logrado ejercicio de estilo. Cada una de esas poetas está personificada a través de un texto, lo cual significa concebir una escritura acorde a ella. Para apoyar lo que digo, lo ilustro con tres ejemplos:
“Atthis (Lesbos, VI an.e.)
En el bosque sagrado
el jazmín de mi centro
se enerva y abre
los sentidos desbandados.
Con olas de vuelcos y rizos
una marea tibia
me baña.
Dormiría sobre mí
adornada de guirnaldas
como primavera renacida
de mi propia fuente caudalosa
florida de felicidad
mi cuerpo de luz húmedo
consagrado”.
***
“Alka Kiu (Japón, 1259-1297)
Loto partido
aguas en vértigo.
Tú en su centro.
Viento aullante
vendaval de invierno.
¿Ser o solo eco?
Las estaciones
no han sido eternas.
Tus manos sí.
Del campo pardo
entran en la tibieza:
cuerpo sembrado.
Otoño fugaz
en tu tarde perfecta
yace lo ido.
Nace la noche
con su halo de luces
en mi adentro.
Sol declinante
fuiste belleza pura.
Puedes dejarnos”.
***
“Vivien Liaño (Cuba, 1943-1997)
Epitafio
Isla infinita
dame tu piedra quieta
devuélveme el peso”.
En esa obstinada escritura de los márgenes, González Bolaño se pregunta sobre las omisiones elocuentes, sobre lo no dicho. Escarba y “fija rituales esotéricos/ como el más antiguo de los oficios”. La suya es, como ha hecho notar Nubia Jacques Hancian, una poesía concebida como memoria, como conocimiento del mundo. Inventa para recuperar zonas de silencio e indaga en la historia por otros caminos. En ese sentido, sus textos pueden ser leídos como una historia conjetural, que es a la vez íntima y colectiva.
Sin embargo, ya señalé antes que Alada viajera constituye un recorrido en perspectiva de la trayectoria poética de su autora. Posee mucho de muestrario, de mosaico de los diversos caminos transitados por ella a lo largo de dos décadas. Aunque ocupa un espacio sustancial, el ciclo en que opta deliberadamente por la ficción es solo uno de ellos. Su obra es mucho más compleja y cubre una admirable diversidad de registros estéticos y temáticos. Se nutre de reflexiones, cultura, una dicción elaborada y una voz singular. Una aventura literaria, en fin, merecedora del respeto y la admiración que deben concederse a los creadores que se trazan un itinerario muy exigente.
Su poesía se ha esencializado
Aparte de Alada viajera, en lo que va de este año González Bolaño comparece de nuevo ante los lectores con un nuevo libro: El juego de los trigramas/ O jogo dos trigramas (Editora da FURG, Rio Grande, 2020, 57 páginas). Se trata de su primera obra escrita, como ella anota, “en las dos lenguas que me navegan”. Hasta ahora, solo había incorporado algunas frases en portugués en “Gentileza”, que aparecía en El Libro de Maat. Asimismo, confirma una vez más lo que se había puesto de manifiesto en sus poemarios anteriores: en cada nueva obra parece querer huir de la repetición: no quiere ser previsible ni reiterativa. Entrega lo que se espera de ella, pero sin que el resultado parezca obvio.
El juego de los trigramas surgió, como su autora explica en el texto introductorio, de la lectura y consulta del I Ching, que pertenece a las más antiguas tradiciones orientales. Básicamente es un libro de consultas, un manual de adivinación capaz de contestar a cualquier pregunta. Para cada situación y cada persona posee su propia respuesta, que será la más polivalente y, al mismo tiempo, la más exacta. Es también “el gran libro”, el de todas las épocas, el más antiguo de todos. Se difundió en Occidente a partir del siglo XX, principalmente en los países de habla inglesa. Al principio, fue recibido con reticencias, algo que después pasó a ser franca admiración. El escritor peruano Mirko Lauer, uno de sus traductores al castellano, ha comentado: “La obra que fuera considerada más oscura que el enigma de la esfinge se revela hoy como un acertijo claro, profundo y preocupado por el aspecto cambiante de la realidad”.
El primer aspecto a destacar en este último libro de González Bolaño es que su poesía se ha esencializado. Ha adoptado la estructura del trigrama, una figura formada por la superposición de tres líneas, unas enteras y otras separadas, y que se emplea en la adivinación china. Organizó el poemario en ocho bloques (Cielo, Trueno, Agua, Montaña, Tierra, Viento, Fuego, Lago), que corresponden a las figuras que integran el I Ching. Cada sección incluye ocho trigramas, que se pueden combinar libremente, “formando hexagramas más lúdicos que oraculares, de autoconocimiento y proyección fantástica, acaso lo mismo”. Nuevamente hay, pues, una invitación al juego, a comprender con la imaginación.
Acogiéndome a esa libertad que permite a los lectores para jugar con los trigramas, he seleccionado siete para armar mi propia combinación. Aquí los copio:
“Fluyo estática.
Viajo por una espiral
de cielos ascendentes”.
***
“El primer paso es infinito.
El punto de partida está al final.
El final es viaje inacabado”.
***
“A camino del origen
los viajes tienen regreso.
Solo el viajero no vuelve”.
***
“Para volver bastaría
un rostro oculto a lo lejos.
Distancia significa vuelta”.
***
“Con sereno paso
ir es dulce regreso
a lo desconocido”.
***
“Aprende a no dejar
pisadas ni rastros.
Alada es la viajera”.
***
“Nunca desees mi vuelta.
De los ríos de la muerte
escogí el compasivo Leteo”.
La autora de este breviario, como ella lo llama, no ha querido “copiar ni reproducir, afán absurdo”. No ha seguido los pasos de los antiguos, y expresa que, consciente de que “existen varios tipos de sendas, recorro libre mi camino y hasta, a veces, la poesía me acompaña”. Ese itinerario ha cristalizado en estas 64 miniaturas, que ensanchan los confines de lo minúsculo. Son instantáneas puras, sugerentes, que en sus tres líneas condensan sabiduría, reflexiones incisivas, iluminaciones. En ellas pueden rastrearse tanto nuevas apuestas como continuidad respecto a sus obras anteriores. Algo adicional a destacar son las delicadas ilustraciones de Miguel Elías, complemento visual idóneo para este hermoso libro de una mujer que “ama la literatura, que existe cuando lee y es leída”.
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