Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Gabriel García Márquez: un año de la muerte que no fue

Tres manuales que trazan nuevas coordenadas de las vidas del arquitecto de Macondo, Gabriel García Márquez

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Ciudad de México, años 60: Gabriel García Márquez llega una noche a su modesto departamento en el sur del DF, después de un agotador trasiego en busca de trabajo; Mercedes lo recibe: “Gabriel, no he podido darle leche a Rodrigo. No tuve con qué”. El escritor contiene la zozobra y sienta al pequeño en sus piernas: “Hijo, mañana habrá leche, te lo juro. Hoy no hemos podido. No pienses que tienes hambre. Duérmete tranquilo. Sueña que mañana tomarás mucha leche”. Rodrigo durmió tranquilo y no lloró en toda la noche. Éste es uno de los episodios que revela Darío Arizmendi en Gabo no contado (Editorial Aguilar, 2014) de cuando el autor de El coronel no tienequien le escriba era pobre.

“Fue una época difícil pero maravillosa. Gracias a México encontré Cien años de soledad” rememora Gabo al referirse a la década de los sesenta recién llegado a México. “A mis amigos los he ido conociendo a través de la vida”, subraya el colombiano y agrega: “Álvaro Mutis me escucha todas los proyectos que se me ocurren: en realidad escribo mientras cuento la historia oral”. Dice el hijo del telegrafista que hasta que no tiene claro el primer párrafo no puede hacer nada: “El primer párrafo tiene que tener ya todo, es lo mas difícil de la novela: ahí se plantea todo el estilo, el tono y el ritmo. El primer párrafo es concluyente”.

El hijo de Aracataca íntimo y también en los gestos de sus obsesiones. Sus amigos lo desnudan en Soledad & Compañía. Un retrato a voces de Gabriel García Márquez (Editorial Debate, 2014), de la periodista colombiana Silvana Paternostro: Cuenta Gustavo García Márquez, hermano: “Una vez que terminó La Hojarasca, se la llevó al editor de Losada. Y esto fue lo que le contestó: ‘Mire, señor García, dedíquese a otra cosa, porque usted para esto no es’”.

Alfredo Correa, amigo de la infancia, revela: “Gabito tenía la piel muy blanca y era pelirrojo. Era muy tímido. Una vez montado en un burro en celo que intentaba aparearse a una mula, se le quito la timidez. La gente gritaba y Gabito miraba la excitación descomunal del animal: así empezó a entender lo que era el sexo”, anécdota que recrea la hispanita japonesa —traductora de García Márquez a la lengua nipona—, Satoko Tamura, en Por los caminos de Cien Años de soledad. Un cuarto de siglo con Gabriel García Márquez (Editorial Aguilar, 2015).

Tres manuales que trazan nuevas coordenadas de las vidas del arquitecto de Macondo, Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo, 1927 - Ciudad de México, 17 de abril, 2014), los cuales circulan en todo Hispanoamérica, España y ciudades de Estados Unidos. Voces de sus amigos, seres queridos, lectores y hasta maldicientes en un collage: jolgorio de afectos: caravana de personajes que discuten, exclaman, juzgan, se desmienten y hasta fabulan en abierta competencia con el Nobel Colombiano.

De la mítica agente literaria del boom Carmen Barcells al novelista estadounidense William Styron, de Marìa Luisa Elío (a quien está dedicada la primera edición de Cien añosde soledad) al narrador argentino Tomás Eloy Martínez, del crítico mexicano Emmanuel Carballo al fotógrafo Rodrigo Moya, de sus hermanos a la cantante peruana Tania Libertad...

“Sí, ya tengo nietos, pero los nietos son de Mercedes, ellos son mis sobrinos, los hombres coquetos no tenemos nietos”. / “Recibo muchas cartas. Si no son de personas conocidas las pongo en un rincón del escritorio y las dejo cerradas un mes. Cuando éste se cumple ya no son urgentes”. / “Le tengo miedo a los aviones. Cuando vuelo voy como en un ataúd, por la forma del avión”. / “Me gusta la independencia y autonomía de mis hijos, su libertad, su personalidad. Es como si no llevaran mi apellido encima. Les enorgullece, pero no le gusta decir que son hijos de un escritor famoso”: algunas de las confesiones del autor de Memoria de mis putas tristes, que descubre el lector en los folios de estos nuevos textos.

“No lo niego, me gusta que me soliciten los reyes, los presidentes y los ministros. Cada vez que voy a España almuerzo con los reyes”. / Fidel Castro es mi amigo más alla del poder y por el poder”. / “La redacción de un periódico tiene que ser como una casa vieja, bien decorada, llena de flores; debe ser estética y humana. Siempre he pensado que debe ser como la sala-comedor de una casa, donde todos llegan, se sirven el café y conversan”. / “Lo mejor del Nobel fue la fiesta de vallenatos con acordeones y tamboras que armamos en la nieve de Estocolmo”, revela con franqueza el creador de la Fundación del Nuevo Periodismo.

Un año sin Gabo: lugar común. ¿Quién ha dicho que el autor de “El ahogado más hermoso del mundo” se ha ausentado? Dicen los editores que sus libros son requeridos más que nunca. Ayer, una muchacha en el Metrobús de la capital mexicana, vestida con uniforme escolar de secundaria, iba leyendo El amor en los tiempos del cólera; la semana pasada un vecino adolescente se aprendía de memoria un fragmento de La hojarasca... En la siesta calurosa del tercer viernes de abril de 2015 —doce meses de su ausencia física— muchos amantes se cobijaron en las franjas de “La viuda Montiel”, en las palpas de “Rosas artificiales”, en las espumas de “El mar del tiempo perdido”: se reflejaron en el azogue de “Ojos de perro azul” y en el salpicado resplandor nocturno de “El avión de la Bella Durmiente” (“Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados”, Gerardo Diego).

Contaba el novelista Eliseo Alberto que el colombiano recitaba de memoria los versos del cubano Eliseo Diego: “…decido hacer mi testamento. / Es / éste: les dejo // el tiempo, todo el tiempo”. Un año sin Gabo: una manifiesta falsedad.

Narrador del tiempo y sus secuelas. “El tiempo / el implacable / el que pasó”, reza una canción de Pablo Milanés: “el tema que más le gustaba al Gabo de mi repertorio es ‘Año’ (‘El tiempo pasa / nos vamos poniendo viejos / el amor no lo reflejo / como ayer...’), un bolero-son santiaguero que escribí en los años 70, el cual siempre García Márquez me pedía en los múltiples encuentros que tuvimos”. El tiempo, rotunda confirmación de tránsitos y mudanzas. ¿Qué es Cien años de soledad, sino un ejemplo de mutación y trasiego del hombre por todas sus estaciones trágicas y de bonanzas? Antiguo testamento escrito en español en que un coronel, frente al pelotón de fusilamiento, recuerda la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Muerte constante más allá del amor. Darío Arizmendi le preguntó al Nobel colombiano que por qué ese temor a la muerte: “Es el temor a la inconciencia y a la oscuridad”, le contestó el autor de El otoño del patriarca. Enfermedad y pérdida de la memoria: “Lo vi la última vez, en la recta final de su vida, en un restaurante de Bogotá. Mercedes me reconoció; pero él, no. Me acerqué a su mesa: me preguntó más de diez veces lo mismo, todavía sin reconocerme. Me di cuenta de la demencia senil que lo acosaba. Después llamé varias veces a la Ciudad de México: Mercedes lo protegía, nunca me pasaba la llamada”, abunda el periodista de Radio Caracol.

Gabo no contado,Compañía & Soledad. Un retrato a voces de Gabriel García Márquez, Por los caminos de Cien años de soledad. Un cuarto de siglo con Gabriel García Márquez: tres cuadernos a un año de una muerte que no fue: nuevos indicios de las vidas del esposo de Mercedes Barcha Pardo; padre del diseñador gráfico Gonzalo García Barcha, y del cineasta Rodrigo García Barcha.


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