Literatura, Periodismo, Mañach
Glosas de andar y ver
Jorge Mañach debutó como escritor con una recopilación de artículos, definidos por él como “unas cuantas rúbricas del espíritu curiosos sobre las hojitas cotidianas del calendario”
Hace la friolera de noventa años que un joven que entonces no pasaba de veintiséis compareció ante los lectores con el que era su primer libro. No era precisamente aquel, confesó, con el cual soñaba en su época de lirismo, “una obra «seria», laboriosa y difícil de escrutar, que turbase algo la mecánica celeste”. Pero mientras llegaba esa obra “—novela, tratado, ensayos, ¿quién sabe?—”, se contentó con recopilar en un volumen un puñado de artículos que previamente había publicado en periódicos. En la nota con que los presenta, apunta: “Estas, ya lo ves, no son más que crónicas, lector: sensaciones y pareceres fugaces (a veces, hasta furtivos), al fleco de las cosas. El Tiempo y el Espacio, categorías también de la especulación periodística, no permiten ciertas ampliaciones; otras dimensiones de intensidad, es el Medio el que no las permite… No te ofrezco, pues, sino unas cuantas rúbricas del espíritu curioso sobre las hojitas cotidianas del calendario”.
El joven a quien me refiero es Jorge Mañach (Sagua la Grande, febrero 14 1898-San Juan, Puerto Rico, junio 25 1961) y el libro con el cual se estrenó como escritor, Glosario (Ricardo Veloso Editor, La Habana, 1924, 380 páginas). Se trata de setenta artículos que originalmente habían visto la luz en las páginas de dos famosos periódicos habaneros, Diario de la Marina y El País. En su momento fueron muy leídos y elogiados, y de acuerdo a su autor fueron “los encarecimientos de aquellos amigos y lectores” los que lo estimularon a hacer una selección de ellos, “amén de que (para decir toda la verdad) ya andaba yo algo corrido de ser un escritor sin libro”.
Como muchas ediciones de esa época, el libro de Mañach ha aguantado muy bien el paso del tiempo. Eso se debe, en primer lugar, a que fue impreso con papel de buena calidad. Asimismo la tipografía empleada es, además de legible, bonita, si bien no es de las más elegantes. La cubierta está ilustrada con un dibujo donde se ve a un grupo de pingüinos, y en el interior se incluye uno de Mañach hecho por Carlos (no se menciona el apellido). El libro no tiene colofón, de modo que no es posible saber de cuántos ejemplares fue la tirada. Tampoco se especifica cuándo se terminó de imprimir, aunque la nota de presentación está fechada en diciembre de 1923. Puede deducirse que fue en marzo de 1924, tomando en cuenta la fecha cuando aparecieron las primeras reseñas. Acompaña el libro una página en papel biblia donde se corrigen las erratas advertidas, que no son todas las que aparecen. Glosario está dedicado “A la memoria de Eugenio Mañach, mi padre, mi amigo”. Un detalle curioso en el que nadie, que yo sepa, ha reparado es que en la primera página se lee: Glosas I. Es decir, su autor tenía pensado publicar, como mínimo, un segundo volumen.
Mario Parajón, quien en los años 90 emprendió la edición de las obras completas de Mañach (alcanzó a publicar ocho volúmenes), valoró con gran lucidez aquel debut literario. Al referirse a Glosario y Estampas de San Cristóbal (1926), las caracteriza como obras escritas por un Mañach juvenil, “inseguro aún del terreno que pisa, prudente, enamorado no solo de las realidades sino de la realidad, ufano, orgulloso de un estilo literario que estrena mostrándolo al público con algún énfasis disculpable”, pero que “ya esgrime el arma que no se le caerá jamás del cinto: el estilo”. Su juicio es muy acertado, pues contrariamente a un escritor plenamente formado (así lo llamaron algunos de los reseñistas), estamos ante las primeras obras de un autor aún en formación, pero que, eso sí, revela talento, cultura y voluntad de estilo.
Cuando empezó a escribir su columna Glosas, Mañach contaba con la experiencia y el aprendizaje acumulados en su intenso período formativo. En 1915 su padre lo envió a estudiar en la Cambridge High and Latin School. Dos años después ingresó en la Universidad de Harvard, donde se graduó cum laude en 1920. Continuó allí los estudios graduados para obtener la maestría en Lenguas Romances. A mediados de 1921, recibió la Beca Sheldon, para especializarse en Filología Románica en la Universidad de la Sorbona. Mañach, sin embargo, matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París.
Durante su estancia, aprovechó para viajar por Austria, Alemania, Bélgica, Holanda, Suiza, Italia, Inglaterra y España. Varias de los artículos que empezó a publicar en el Diario de la Marina son crónicas en las que plasmó sus impresiones de los lugares visitados por él. Acerca de aquellos trabajos, Mañach recordó años después: "Desde París había estado mandando crónicas al Diario de la Marina. Me pagaban con el envío del periódico. Cuando llegaban los paquetes, con meses de retraso, al apartamentico que vivíamos en el Boulevard Port-Royal un venezolano revolucionario y yo ¡qué actualidad emocional tenían siempre aquel olor de tinta oreada por el Atlántico, aquellos ecos de la tierra lejana que uno podía llamar suya! (…) Ahora ya estaba en Cuba. Don León Ichaso -¡el querido, sobrio, el limpio Don León!- me publicaba las crónicas en «el alcance» de la tarde, al lado de las Impresiones de Pepín Rivero… Se habían puesto ya algo pesaditas, con esa gravedad del neófito que quiere hacerse de autoridad en un día. Y llevaban un título estrepitoso: Glosas trashumantes".Título tomado en préstamo de Eugenio D’Ors
Dado que los textos que conforman Glosario fueron escritos como artículos independientes, al ser recopilados en un libro se hace evidente su falta de coherencia temática. Mañach trató, dentro de lo posible, de buscar cierta unidad y los agrupó en cinco bloques. En Sensaciones exóticas, reprodujo seis crónicas de sus andanzas europeas, además de una dedicada a Nueva York. Mucho más numerosa es Sensaciones de la tierra (18 glosas), donde reunió semblanzas de ciudades y pueblos de Cuba, surgidas del viaje por varias provincias que realizó en 1923. De carácter más misceláneo son Pareceres y Tropicalidades, donde predominan los artículos de recuento histórico y de crítica social. Y en Arte, por último, se pueden leer trabajos sobre pintores (Lucien Simon, René Menard, Joaquín Sorolla), músicos (Juan Menán, Andrés Segovia) y escritores (Pierre Loti, Paul Verlaine).
El título escogido por Mañach para encabezar sus artículos lo tomó prestado de Eugenio D’Ors, quien fue una de sus admiraciones de la juventud. El influyente escritor catalán preparó en 1906 una recopilación de sus textos a la cual llamó Glossari. En el artículo “Santayana y D’Ors”, aparecido en 1955 en la revista Cuadernos Americanos, Mañach recordó: “Por mucho tiempo, mis propios artículos periodísticos se publicaron bajo el título de Glosas —lo cual, según me contaron, llegaría a no hacerle gracia ninguna a D’Ors, a pesar del humilde sentido casi discipular que al principio había tenido ese plagio”.
Dado su carácter heterogéneo, la variedad es la nota que domina en el libro. Mañach demuestra una gran facilidad para recorrer casi todos los caminos. Es capaz de ir del costumbrista sagaz al notable crítico de arte, del cronista ameno al amable filósofo. Posee, como hizo notar Juan Marinello al comentar Glosario en la revista Social, un don periodístico que le permite adentrarse en cualquier terreno como en casa propia. Pero como también advierte Marinello, esa misma facilidad para recorrer todos los caminos lleva a su autor a una difusión de su actividad: “si beneficia hoy grandemente al periodista, perjudicará en definitiva al escritor. La obra perderá en intensidad lo que gane en variedad, si a tiempo no proyecta sus relevantes cualidades sobre un determinado sector de actividad literaria”.
Las primeras obras de la mayoría de los escritores no suelen ser las mejores, y publicarlas es parte del precio impuesto por el aprendizaje. Si además proceden del tiránico periodismo de los diarios, tienen en su contra la vida efímera a la que la actualidad fugaz las condena. Pero como señala Marinello, muchos de los textos de Mañach están tocados de “una gracia sutil en la expresión, que en cierta medida los absuelve de su trivialidad”. Escritos muchas veces festinadamente, en ellos “se descubren a cada paso raras bellezas de estilo y gentil maestría en el decir”.
En la glosa dedicada a Colonia, con la cual se abre el libro, Mañach escribe: “Si pueden compararse las ciudades con los individuos, se diría de esta que es como un burócrata eternamente grave, muy rígido dentro de su levita anticuada, metódico a la manera de aquel sabio Herr Emmanuel Kant, de quien describió Heine puntualidades inverosímiles. Dan tristeza y casi respeto su Rhin silencioso y amarillento, sus calles sin vehículos, por donde transitan confiadamente los alemanes rapados de ancha cerviz y las fraulien mantecosas. Ni un ruido disonante, ni un accidente urbano, ni una gota gaya de color, ni siquiera letreros conspicuos como en Berlín (…) Dentro de ese marco grisáceo, ¡qué bien cuadra la bellísima catedral! En otra ciudad nos pareciera harto sofocada, en medio de aquella menuda plazuela, sobre la que se ha venido, en tiempo modernos, un alud mediocre de cosas urbanas; pero allí, en Colonia, no se echan de menos esos vastos y pintorescos emplazamientos de las catedrales inglesas; hay como una íntima afinidad entre la Dohm famosísima y su vecindad”.
Mañach dedica una elegíaca y hermosa crónica a hacer el “Elogio de los coches provincianos”. Los llama “tristes epígonos de una lúcida estirpe”, que con “el advenimiento de los fords —¡esa maldita dinastía de Detroit!— sois como hidalgos caídos en desgracia, por la voluntad caprichosa del Público, Rey”. Y expresa: “Y sin embargo, ¡qué estimable, qué inigualable función era la vuestra! No hablemos de vuestros ilustres antepasados, los privados landós del tiempo antiguo, en que tan maravillosamente se esparcían los miriñaques y los malacós de las abuelas; de aquellos que pasaban suavemente, sin estrépitos ni malos tufos, con lentitud que facilitaba la eficacia del piropo hidalgo, la recogida del guante leve, la admiración de las levitas café-con-leche junto al vasto y plegable fuelle. No hablemos de aquellos cuyo tronco brioso, andaluz en el linaje, se desbocaba a las veces muy melodramática y oportunamente, dando ocasión a la proeza de algún caballero de Dumas, algún pálido Antoine que había leído a Byron, el Werther, o a Mendive… Nos dirían románticos, oh coches, si evocáramos esas cosas”.
Se dirige a una silueta femenina
Durante su recorrido por varias provincias del interior de la Isla, Mañach también tiene ojos para ver lo que le parece criticable. Cuando visita Bayamo, le reprocha al municipio “el estado de mísero abandono en que se halla ese admirable pórtico del Cementerio Viejo, ejemplar rarísimo en nuestra tierra”. Y luego comenta: “En California, los yanquis hacen maravillas por restituir a su primitivo aspecto, con adobes y procedimientos de la vieja época, las misiones que presidió el espíritu beatísimo de Fray Junípero Sierra. En Cuba mismo, una compañía americana conserva devotamente el espíritu del Hotel Camagüey, antiguo cuartel de España. Pero nosotros, los descendientes, usamos para estercolero y para establo las añosas estructuras… ¡Señor, Señor, que siendo, a nuestro decir, más «idealistas», seamos empero menos generosos para con la tradición de las bellas piedras viejas!”.
En muchos de esos artículos, su autor se dirige a una interlocutora imaginaria: “¡El plácido encanto de Trinidad! ¿Cómo se lo diría yo, señora mía, con palabras privilegiadas, que no fueran vana literatura? A usted, fatigada de views y de bois, de Rines y de Parises, ¿cómo sugerirle, nada más que justicieramente, el milagro retrospectivo de esta villuela andaluza en el Caribe?”. Mañach emplea un amable tono epistolar para dialogar con esa silueta femenina, que la puertorriqueña Concha Meléndez caracteriza como “una mujer inteligente en su dorada madurez intelectual y física”.
En Glosario se incluye una crónica en la cual Mañach describe el entierro de Luján, “el último de los criollos”. Allí anticipa: “Algún día, señora, si Dios me da oportunidad y arrestos, he de cumplir el último ruego —que fue también el único— de Luján, moralista, coleccionando en un libro los pensamientos que hizo mientras fue dómine y portero”. Eso lo cumplió en Estampas de San Cristóbal, su libro más entrañable, en donde ese viejo procurador, filósofo nato, mantiene una charla ininterrumpida con un joven, mientras pasean por las calles de La Habana.
En su inteligente y equilibrado comentario sobre el libro, Marinello señala que las relevantes cualidades de Mañach “quedaban como esbozadas, irrealizadas diríamos mejor”. Algo de lo cual culpa al periodismo, “con su maquinaria pavorosa, devoradora de papel y algunas veces de ideas”. Asimismo Marinello afirma que el autor resulta muy superior a su obra, y sostiene que su libro es “no fruto en sazón, sino interesante florescencia, prometedora de cumplidas opulencias”. A ese juicio conviene agregar un par de cosas.
La primera, que las cualidades de Mañach son, en efecto, relevantes y bastan por sí solas para que sus glosas resistan y merezcan hoy ser releídas. Eso, a pesar de los noventa años que tienen encima y de la vida efímera para la cual fueron redactadas. Aunque unos cuantos de los temas han caducado, esos textos se disfrutan por el buen dominio del instrumento expresivo, el buen gusto y la elegante sobriedad de la prosa, la cultura sólida y de rara amplitud, las pinceladas de moderna ironía, la riqueza del vocabulario e incluso el uso de unos arcaísmos que en otros autores resultarían lamentables.
El segundo aspecto sobre el que me parece pertinente llamar la atención es que, a más de permitir conocer la génesis literaria de Mañach, en varios de los textos incluidos en Glosario su autor adelanta, aún en esbozos, indagaciones y criterios que tomarán cuerpo en obras posteriores como La crisis de la alta cultura en Cuba (1925), Indagación del choteo (1928) y el magnífico ensayo sobre Goya (1928).
En el momento de su publicación, sobre Glosario se publicaron elogiosas reseñas firmadas, entre otros, por Francisco Ichaso y Agustín Acosta. Sin embargo, una de las opiniones que Mañach reconoció haber agradecido más expresaba una valoración más bien negativa. Cito un fragmento de su artículo “La aventura crítica”, aparecido en 1950 en el Diario de la Marina: “Siempre recordaré el bien que a mí me hizo cuando empezaba, un juicio epistolar del insigne Pedro Henríquez Ureña sobre mi primer libro: Glosario. Yo creía que aquello era ya una pequeña maravilla. Don Pedro me escribió, más o menos: Esas estampas centrales sobre pueblos de Cuba, no están mal. El resto del libro no me interesa… Y esa severidad me sirvió de mucho más estímulo que los elogios a caño abierto con que me obsequiaron lectores menos exigentes. En ambiente literario sin crítica los escritores no crecen, y llegan a morirse un poco monstruosos, como niños bigotudos”.
Glosario significó el inició de la trayectoria literaria de quien es posiblemente el pensador cubano más importante del segundo tercio del siglo pasado. Sus méritos son muchos, pero si hubiese que decir cuál fue su aporte más decisivo a nuestra cultura, se podría resumir con las palabras expresadas por Mario Parajón: “haber elevado la vida cotidiana del cubano a una altura que urge recuperar”.
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