Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Golem y utopía

El cortometraje 'Utopía', de Arturo Infante: ¿Un retrato real del Hombre Nuevo?

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Sin embargo, el tal Alexander no cuenta desde que es capaz de difamar del barroco latinoamericano. "¡Que el barroco latinoamericano no existe!", consideran como escándalo. Un jugador de dominó anuncia en ese punto que él sostiene la misma opinión que el traductor de sumerio, con lo cual la competencia pasa de las fichas a la teoría.

Entretanto, alrededor del puesto de una manicure se habla de un virus tan devastador que ha sido apodado La traviata. La mención operática provoca controversia entre dos clientas a propósito de su autoría: ¿Verdi o Puccini? Y la manicure (quien apuesta por el primero) habla de lo triste y hermosa que resulta la historia de Alfredo y de Violetta.

De vuelta al dominó, los jugadores discuten el origen de la planta arquitectónica en cruz. Ninguno se acuerda de poner ficha, sus frases suman juicios de historiadores a voces del barrio: "¡El barroco latinoamericano no existe ni pinga!".

La niña autómata sigue emprendiéndola con Borges. Donde la manicure han pasado a pelear por la clave en que fue escrita el aria final de Violetta.

Escarmiento a la leyenda

Tanto el grupo femenino como el masculino terminan a los golpes. Quien negaba la existencia de un barroco continental recibe un botellazo, chorrea sangre, cae inconsciente. Las clientas del salón de belleza (si así puede llamarse aquel lugar) ruedan por el piso. El cortometraje acaba (ni Verdi ni Puccini) con música de Albinoni, y gracias al parlamento de una de las melómanas es posible aventurar un significado para tan absurdo tríptico.

Ella avisa que todo su conocimiento musical proviene de la televisión educativa. Puede conjeturarse entonces que Utopía alude a un aprendizaje tan arduo como el que intentan en la Escuela "Martica Salazar". Los trece minutos del cortometraje se ocupan de esfuerzos infructuosos como los del rabino del poema, de seres tan estúpidos como el homúnculo de Praga. Y en el centro de ese absurdo, innominada, se encuentra la campaña oficial que sustenta varios canales de televisión educativa, la pretensión de hacer del pueblo cubano el más culto del planeta.

Esos tipos de esquina desvelados por el barroco y esas mujeres que discuten de ópera en lo que se hacen barnizar las uñas, sirven de escarmiento a la leyenda del Hombre Nuevo. Gente que utiliza la cultura en sus sempiternos enfrentamientos, corroídos de vulgaridad no importa cuánto arte conozcan, la menor diferencia amerita entre ellos el golpe en la cabeza, los arañazos en el rostro, el silenciamiento por la fuerza. Son lobos de los demás.

Ninguna otra clase de humanoides podría arrojar un proyecto social que promueve a la par filiales universitarias en cada municipio y delación entre vecinos, televisión didáctica y brigadas de acción rápida.

Más que pelear entre ellos, dentro de los personajes de Utopía pelea la incompatibilidad entre cultura y dogma incubada por el proyecto revolucionario: un humanismo beligerante contra cualquier disentimiento, receloso ante la libertad individual, monologador antes que dialogante.

Dentro de una cinematografía tan panfletaria como la cubana, el guionista y director Arturo Infante ha eludido explicitar su tesis. Como muy pocas obras del cine cubano, este pequeño dramma giocoso admite varias interpretaciones. Admite, incluso, su disfrute sin más. Hilarante e inteligente, Utopía anima a cifrar esperanzas en los trabajos venideros de su joven autor.


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