Literatura, Literatura cubana, Cabrera Infante
Hace 16 años, La Habana se quedó difunta
Maestro del juego de palabras y guardián de la memoria, Guillermo Cabrera Infante convirtió a La Habana en una metáfora de Cuba
Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 22 de abril de 1929–Londres, 21 de febrero de 2005) falleció hace 16 años, en un hospital londinense de Chelsea a causa de una septicemia: ese lunes de febrero, La Habana se quedó difunta. Narrador, periodista, crítico de cine y guionista, fue uno de los más acérrimos críticos de la dictadura castrista. “La mayor enfermedad de Cuba es la castroenteritis”, decía.
Rompió de manera definitiva con el gobierno de Fidel Castro en 1965: dos años después publica Tres tristes tigres (Editorial Seix Barral, 1967), novela que le da reconocimiento internacional. La vida nocturna de La Habana desde una oralidad rítmica y un humor singular (“La dejé hablal así na ma pa dale coldel y cuando se cansó de metel su descalga yo le dije no que va vieja, tu etás muy equivocada de la vida…”).
“Lo peor del exilio es que he perdido a mi lector natural. Los únicos capaces de leer con certeza Tres tristes tigres son los habaneros. Las referencias de la realidad de la ciudad, sus coordenadas, sinuosidades y encrucijadas son un mapa que sólo los que han vivido en La Habana, tienen la capacidad de descifrarlo”, comentaba con frecuencia.
Originario de la antigua provincia de Oriente —ciudad de Gibara—, el autor de Ella cantaba boleros emigra con sus padres a la capital cubana en 1941. El sueño de estudiar medicina lo persigue, pero el trabajo como redactor del semanario de variedades más importante de la Isla, Bohemia, le exige estudiar periodismo en la Universidad de La Habana en 1950. Tres pasiones lo acompañan a partir de ahí, a lo largo de su vida: el cine, la literatura y el oficio de periodista.
Opositor del régimen de Fulgencio Batista, fue encarcelado en 1952 tras la publicación de un cuento que, según los censores, contenía “english profanities”. Al año siguiente inicia su etapa de crítico de cine, bajo el seudónimo de G. Cain, en la popular revista Carteles, donde llega a ocupar el puesto de jefe de redacción. Actividades periodísticas paralelas a la creación literaria lo hicieron acreedor de varios premios y menciones por sus cuentos marcados por influjos de autores estadounidenses.
Fundador/presidente de la Cinemateca de Cuba (1951–1956) y director del suplemento cultural Lunes de Revolución (1959–1961), prohibido por las autoridades cubanas. Agregado cultural en Bélgica: “Allí abrí los ojos, me di cuenta de los desmanes del castrismo. En ese momento me convertí en un crítico sin tregua del gobierno cubano”. Premio Biblioteca Breve por Vista del amanecer en el trópico en 1964. Exilio definitivo en Londres (1966), decisión secundada por su esposa, la actriz Miriam Gómez.
“Soy un escritor aficionado y un periodista profesional”, así se definía. Legado de siete novelas (Tres tristes tigres, La Habana para un Infante difunto, La ninfa inconstante, Cuerpos divinos, Mapa dibujado por un espía…) y 11 volúmenes de relatos y ensayos (Mea Cuba, Puro humo, Vidas para leerlas, Así en la paz como en la guerra, Delito por bailar el chachachá…). Estilista del idioma español: lo estampó de una seductora cadencia. Clásico de la literatura cubana junto a José María Heredia, José Martí, Alejo Carpentier y José Lezama Lima. Tercer escritor de la Isla (Alejo Carpentier, 1977; Dulce María Loynaz, 1992) galardonado con el Premio Cervantes en 1997.
Maestro del juego de palabras y guardián de la memoria. Convirtió a La Habana en una metáfora de Cuba: obsesión que cifró en el aislamiento del exilio londinense. Libertad y soledad se conjugan. Hace 16 años, la noche habanera perdió a su mayor heraldo: difunta, enfrenta el vacío de la algazara aniquilada.
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