Hache: el gran simulador
No he podido encontrar datos para tratar de entender los antecedentes psicológicos que llevan a un americano del medio-oeste a convertirse en un exiliado cubano, no sabia que nuestra condición fuera envidiada
La historia de la literatura está repleta de autores que se han transfigurado bajo el uso de seudónimos. En muchos casos se han presentado al público como de género y etnias diferentes a las suyas. En su mayoría ha sido con el propósito de llegar a cierto público, o de darle cierta autenticidad al tema que desean abordar.
Se pueden citar casos recientes como el de James Frey, que escribió las memorias de un adicto al crack tituladas A Million Little Pieces, y que la presento como un libro autobiográfico.
Fue escogido por Oprah Winfrey en 2004 para su club de lectores, pero unos cuantos millones de dólares más tarde tuvo que confesar su impostura en el mismísimo programa de Winfrey.
Otro impostor flamante fue Daniel James, quien en 1983 publicó Famous All Over Town bajo el nombre de Danny Santiago. El libro narraba la historia de supervivencia de un joven chicano pobre, en las calles del este de Los Angeles y se presentaba como autobiográfico. James era un anglosajón de más de setenta años quien para su embuste, contó con el apoyo de John Gregory Dunne y de Joan Didion, quienes, a sabiendas de los hechos, escribieron reseñas favorables al libro. También está el caso de Paul Smail, un escritor nacido en Francia e hijo de inmigrantes magrebíes que en 1997 publicó Vivre me Tue, un libro altamente alabado por su exposición precisa de los problemas de África del norte y de los inmigrantes magrebíes en Francia. Especialistas en el tema se maravillaron. Pero fue el propio Smail, tras esconderse por un tiempo, quien reveló su verdadero nombre, Daniel-Louis Théron, también conocido como Jacques-Alain Léger, entre otros seudónimos, un francés blanco sin ninguna conexión con el mundo árabe.
Se pueden seguir citando casos hasta el cansancio y a través de los siglos. Casi todos fueron descubiertos en vida. Algunos impostores simplemente han aderezado su vida con hechos que vivieron otros, como el caso de Rigoberta Menchu y el de Malcolm X, pero esos han sido con fines políticos y no literarios. Más el caso de “Hache” no creo que tenga comparación en los anales de la impostura y la simulación. De paso, ha traído a la cubanidad al centro de la farsa.
Herman Glenn Carroll nació en Detroit, en 1960. Sus padres eran también nativos de la ciudad y eran maestros. A mediados de los 80 se mudó a Chicago y tras la muerte por SIDA de su pareja, David Robert Herzfeldt, ocurrida en 1989, comenzó a dedicarse a la literatura. Fue por esta época que tomó el nombre de H.G. Carrillo, un habanero nacido en 1960 que vino con sus padres al exilio en 1967. Así se presentaba ante todos mientras se dedicaba a estudiar escritura creativa en la universidad De Paul, y más adelante en Cornell, donde obtuvo una maestría en Bellas Artes. Se dedicó a la docencia universitaria a partir de 2007.
Carroll decidió cambiar su experiencia como negro y homosexual americano por la de negro, homosexual e inmigrante cubano, acentuando el fenómeno de la experiencia del inmigrante en Estados Unidos, a la que dedicó su única novela. Se inventó un padre médico y un talento para el piano que no poseía. Carroll murió como Carrillo el 20 de abril de este año, víctima del coronavirus, a una semana de cumplir los 60 años. Murió mientras cuidaba de su jardín, en una mansión victoriana al norte de Washington, comprada cuatro años atrás junto con su esposo, el entomólogo Dennis vanEngelsdorp. En la propiedad de la casa, Hache, como era conocido por amigos y enemigos, estaba registrado como Hermán G. Carrillo.
Bajo su supuesto nombre y falsa identidad, Hache enseñó en la universidad George Washington y presidió por un periodo la Fundación Literaria PEN/Faulkner. Como colofón, vanEngelsdorp supo de su verdadera identidad solamente después de muerto, cuando la hermana y la sobrina de Carroll contactaron al Washington Post para aclarar el asunto, ya que el obituario original de este diario lo presentaba como obviamente Carrillo siempre quiso ser conocido.
Me enteré de la existencia de Hache al leer el obituario del Washington Post. Supe que había escrito una novela, Loosing My Espanglish, y me llamó la atención su anonimato. No sé por qué me conmovió su historia y me identifiqué con él (aunque nada tenemos que ver). A pesar de haber publicado en revistas prestigiosas como The Kenyon Review y The Iowa Review, su nombre no había tenido ninguna resonancia en los círculos literarios miamenses, ni su obra presentada en la feria del libro de Miami, los cuales hubieran sido sus ambientes naturales.
Confirmé todo esto con mi amigo Orlando Alomá, quien, a pesar de su erudición insuperable, tampoco había oído hablar de Hache. Ambos nos dedicamos a obtener el libro y conocer al personaje. Yo lo compré por Amazon y Orlando lo consiguió en la biblioteca de Coral Gables donde había copias disponibles.
Loosing My Espanish, dedicado a Herzfeldt y que abre con una cita cuya elección ahora me parece premonitoria, del libro Informe contra mi mismo, de Eliseo Alberto, y que dice en su traducción al inglés: “The Ghost will bring rum to the table. Seats are reserved for those who will be absent”, trata sobre el profesor Oscar Delossantos, quien está al ser expulsado de su trabajo en una escuela católica de segunda enseñanza en Chicago. La trama va poco a poco revelando las razones de su expulsión, pero salta elípticamente a ofrecer información sobre su infancia cubana y su llegada, de muy niño, a Estados Unidos. La mayor parte de la novela está dedicada a los problemas de integración cultural del inmigrante.
Confieso que, con la excepción de ese maestro de la transculturación cubana que es Gustavo Pérez-Firmat, las obras escritas en inglés por novelistas como Oscar Hijuelos y Cristina García, me resultan molestas. En particular ese uso repetitivo de: “Mi abuela said…” o “Chico tu tienes que go and tell them…”. Ese uso breve del español insertado en párrafos en inglés, como alusión a un Spanglish que no profesan, me parece un pintoresquismo intencionado que se le vende al lector de habla inglesa para certificar la autenticidad de los autores y los personajes.
Hache hace uso de ello, pero en su caso no me molestó, porque de la forma que maneja el lenguaje, urde una trama bien articulada y creíble en la cual los cubanismos caben con fluidez.
El libro está lleno de errores, como “Habana Pequeña” y “Hilton Habana”, pero pensé que estos errores eran intencionales, para expresar la confusión histórico-lingüística del niño que crece entre dos culturas, rodeado de nostalgia y que al tratar de recrear ese mundo ya de adulto, lo confunde todo. El engranaje está bien montado. La novela es también dura con el castrismo. No es una gran novela, pero se deja leer bien.
Fui víctima de la impostura. Nunca sospeché la realidad. Pero Orlando y yo no fuimos los únicos. Su prosa fue elogiada por gente tan variada y renombrada como Junot Diaz, Eduardo Galeano y la cubana Mayra Montero, cuyas lisonjas son citados en la edición que poseo.
No he podido encontrar datos para tratar de entender los antecedentes psicológicos que llevan a un americano del medio-oeste a convertirse en un exiliado cubano, no sabia que nuestra condición fuera envidiada. Se puede especular que hubo algún amante cubano que dejo su huella en él, pero su pasado es esquivo y poco documentado. Hache no paró ahí, sino que vivió su ficción y luego se dedicó a escribir una obra de ficción que justificara su vida ficticia. Su creación nunca fue descubierta en vida, lo cual lo convierte en un simulador supremo. Su vida es la de un personaje imaginario que imagina su propia simulación y la convierte en literatura. Es un personaje escapado de las páginas de Borges.
El libro tuvo reacciones diversas cuando apareció y no creo que Hache lucró con su invención. Quizá quiso hacer de su vida un escenario en el cual podía ser actor, director y dramaturgo. Un demiurgo de carne y hueso.
Me comentaba Orlando al termina la novela, que estaba satisfecho con lo que leyó, sobre todo para ser de un autor que para él existió después que dejo de existir. Ahora tendría yo que añadir: y del cual la existencia que tuvo antes de dejar de existir, en realidad nunca existió. Aunque quién sabe dónde empieza o termina la ficción y quizá la hermana, la sobrina y los padres de Detroit son producto de su imaginación y Carrillo es más real que Carroll.
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