Hasta siempre, Guillermo
El prominente politólogo Guillermo O’Donnell ha fallecido en su natal Argentina
En México muchas cosas suelen ser tan exquisitas y fastuosas (fiestas nacionales, ceremonias académicas, edificios públicos, tratos personales) que llegan al punto de provocar en algunos visitantes una rara mezcla de admiración y aturdimiento. Hace poco más de un año, en el foro más magnificente que jamás haya visto, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, experimenté esas sensaciones, al coordinar un panel sobre la relación entre intelectuales y política en América Latina, en que contaba con las aportaciones de colegas de Colombia, México y una compatriota de la diáspora criolla. En aquel enorme teatro, cegado por un caleidoscopio de luces y sombras, apenas pude reparar en el público que nos interrogaba con preguntas certeras e incisivas. Al terminar alguien se me acercó en el pasillo y me dijo, “Felicidades joven, valió la pena venir y escucharlo”. Quien me prodigaba semejante y desmerecido elogio no era otro que el politólogo Guillermo O’Donnell, fallecido este 29 de noviembre en su natal Argentina, víctima de una injusta enfermedad.
Un rato después, el maestro y yo conversamos en el lobby del hotel, con la misma calidez y ausencia total de convenciones que se dispensan dos viejos amigos. En nuestra plática —a la que seguro ayudó el natural desenfado de habaneros y porteños—, conversamos sobre su experiencia bajo la dictadura argentina, acerca del desarrollo de su teoría sobre el Estado (magistral engarce de las tradiciones marxista y liberal) y de los acuciantes problemas de la actualidad política continental. Me preguntó sobre la realidad cubana y esbozó sugerentes conexiones entre los escenarios de la Isla y las experiencias latinoamericanas y de las naciones de la Europa del Este. Acompañado de su activa colega y esposa Gabriela, Guillermo hacía finas bromas, contaba anécdotas y alertaba sobre las agendas que la izquierda debería seguir para, insistía, atender simultáneamente (y sin menoscabo de ninguna) las deudas de democracia y justicia social que arrastran las naciones de nuestra región.
Al despedirse, Guillermo me dijo, con la complicidad de su compañera, una frase que nunca olvidaré “cuenten con todo nuestro apoyo, joven, en la lucha por una salida democrática y de izquierda para el futuro de Cuba”. Poco después me concedió una entrevista que publicamos acá en CUBAENCUENTRO y mantuvimos una comunicación por correo electrónico hasta que, hace unos meses, un fatídico mensaje en mi buzón anunciaba su padecimiento. No pude verlo en mi reciente viaje a Buenos Aires y las noticias que me daban amigos comunes presagiaban lo peor, que ahora se cumple.
Esta noche, cuando regreso del cine, un amigo me avisa de la muerte de Guillermo. Me irrita mi inocente torpeza, al escribir, apenas anteayer, un mensaje pidiendo señales de humo, seguro de que él o su esposa me contestarían. Pero hay cosas frente a las que uno debe resignarse y por ello pienso, como consuelo, en la oportunidad que tuve de conocer a un ser humano que asumió, sin estridencias, una vocación de investigador y de compromiso con las condiciones y dramas de su país natal. Oportunidad que me fue negada con Norberto Bobbio, Charles Tilly y Howard Zinn, pensadores ya fallecidos que marcaron, desde plurales dimensiones y miradas, mi formación como cientista social y que poblaron, a despecho de la mediocridad y los temores, los programas y conferencias que impartí a mis benditos muchachos en la Universidad de la Habana.
Esta suerte de crónica imprevista, hija del pesar y la rabia, no pretende emular con los cuidadosos obituarios y resúmenes de vida y obra de Guillermo O’Donnell que pulularán, seguramente, por un buen tiempo en redes sociales, medios impresos y programas de televisión. Intenta ser solo un sencillo y sentido homenaje para alguien que, por encima de las discrepancias y cuestionamientos, se ha ganado un sitio destacado dentro de las ciencias sociales latinoamericanas y mundiales, por su capacidad indagatoria, su reflexividad critica, su vocación para tender puentes para el diálogo entre saberes, escuelas e ideologías.
Cuando tantos dogmáticos se reciclan y mutan, una y otra vez, de estalinistas a neoliberales; cuando las esperanzas, luchas y sangre de la gente en pos de una vida más decente, democrática y equitativa son amenazadas por mercaderes y caudillos; cuando tenemos, nuevamente, que reinventar los signos y contornos de la izquierda y el socialismo, el legado de Guillermo O’Donell nos acompaña como un arsenal para el pensamiento y la acción. Y le garantiza un pasaporte a la eternidad, lugar donde moran los titanes.
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