Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Artes Plásticas

Identidad, lenguaje y contexto histórico

Una exposición itinerante con obras de 61 creadores cubanos del siglo XX recorre varias ciudades de Brasil.

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Al igual que los de 1927, o Wifredo Lam, los artistas de este último grupo, conocido como generación de los ochenta, ganan gran visibilidad dentro de la muestra, junto a los de los años noventa, por su trabajo conceptual, de fuertes marcas políticas y antropológicas (Gustavo Acosta, Sandra Ramos, Eduardo Ponjuán, José Bedia, Flavio Garciandía, Leandro Soto, Humberto Castro, Arturo Cuenca, Tonel, Zaida del Río, Consuelo Castañeda, Carlos Estévez, Belkis Ayón).

El espacio del elegante edificio del CCBB, funcional para otro tipo de exposiciones, sólo resultó suficiente para apretujar las obras. Distribuidas en cuatro segmentos —"Surgimiento y consolidación del arte moderno", "Arte moderno y contemporáneo", "Arte contemporáneo años 80", "Arte contemporáneo años 90"—, prácticamente cualquier obra se encuentra de manera aleatoria al lado, al frente, o distante de cualquier otra de la que debería estar cerca. Tales segmentos están localizados en tres pisos con varias salas de exhibición (incluyendo los pasillos) y un subsuelo que la prensa local prefiere denominar "foyer".

En verdad, no hay que reclamar de lo que nos muestran, pero sí de cómo lo han dispuesto. Los difuntos (Víctor Manuel, Portocarrero, Mariano, Abela, Carlos Enríquez, Jorge Arche, Fidelio Ponce, Pogolotti, Diago, Arístides Fernández) se encuentran en el tercer piso: en el cielo, que desciende al segundo piso, donde se mezclan, de manera casi mitológica, los vivos y los muertos. Aquí, la fotografía del cadáver del Che, que Paris Match no debió divulgar sólo para que no llegara nunca a manos de José Ángel Toirac (video-instalación), sirve de antesala para otro panteón: obras de Lam, Amelia Peláez, una vez más Portocarrero, Raúl Martínez, Fayad Jamís (de quien hubiera preferido colgar un poema), y otros, como Dolores Soldevilla, que con dolor olvido.

Entretanto, para saber que Antonia Eiriz pintaba o ensamblaba objetos debemos pasar por Raúl Martínez, cuya obra puede ser rastreada también, gracias a la geometría de las líneas curatoriales, en otra sala del segundo piso. Sorprende más encontrar a Mendive y a Tomás Sánchez en entrecortado diálogo con Consuelo Castañeda o Lázaro Saavedra.

Para mayor instrucción del público brasileño, esta significativa colección de arte cubano se exhibirá en otras ciudades, donde tal vez productor y curadora tengan la ventaja de reorganizar el patrimonio institucional en amplios salones. Puede que esta primera parada se trate más bien de una suerte de relectura del MNBA en la distancia. Para ser justos con las limitaciones de espacio podríamos adaptar a esta osadía de montaje el famoso dictado de la justicia socialista: de cada cual según el tamaño de su cuadro, a cada cual el tamaño de su pared.


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