Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

Imagen ¿ajena? de un carnaval dantesco

En 'Iré a Santiago de Cuba', el frustrado viaje a Santiago de Cuba de una turista española se convierte en una travesía a la inversa de las epopeyas nacionales.

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El llamado Período Especial ha dado pie ya a un considerable número de obras narrativas, que han escrito autores no sólo cubanos sino también algunos españoles. De ese conjunto, sin embargo, son más bien escasas las que poseen verdaderos valores estéticos, pues la mayoría en realidad son más periodismo que literatura.

De ahí que no tenga reparos en confesar que comencé la lectura de Iré a Santiago de Cuba (Editorial Verbum, Madrid, 2005) con bastante desconfianza. Era además lo primero que llegaba a mis manos de su autor, La hoguera de las vanidades (La Habana, 1961), cuyo nombre a lo sumo creía haber oído mencionar. Asimismo nadie me había recomendado su novela, y de hecho hasta hoy no he hablado con ninguna persona que la haya leído. Casi nada, pues, me predisponía a favor del libro, en cuyas páginas me iba a sumergir más por una cuestión de disciplina que por verdadero interés. Me adentré de ese modo sin brújula en ese océano de palabras y sin idea de lo que me iba a deparar aquel viaje.

Concluida la lectura, comienzo por expresar el buen sabor de boca que me ha dejado Iré a Santiago de Cuba. He aquí un libro que nos recompensa con creces por el tiempo que le hemos dedicado. Y la recompensa en este caso es doble, pues a sus méritos literarios suma el de que su lectura se disfruta mucho, el de ser un texto enormemente divertido. Es algo que me apresuro a resaltar, puesto que son atributos que no suelen andar acompañados, por más que no existen razones para que eso ocurra.

Iré a Santiago de Cuba está construida sobre un hilo argumental muy sencillo, que puede resumirse en pocas palabras. Una turista catalana llamada Nuria arriba a La Habana y quiere ir, como García Lorca, a Santiago de Cuba. Pero quiere conocer "la Cuba verdadera, la del racionamiento y la escasez, la de la cola y los apagones", y por eso decide viajar como lo hacen los cubanos. Mas al cabo de algunos días de haber salido de la capital, no ha conseguido ir más allá de Santa Clara, en cuya terminal pasa tres días. Así que al final determina regresar a La Habana y tomar un avión que la lleva a Barcelona.

A partir de esa premisa, Guillot Carvajal arma un dispositivo novelístico compuesto por cincuenta y seis bloques o segmentos, cuya extensión va de una página a catorce. Esa estructura le sirve para ir haciendo desfilar los distintos personajes con quienes Nuria se relaciona, aunque a veces sea de manera muy fugaz. Son las personas que encuentra en el hotel Plaza, en el "camello" en el que se traslada a la terminal de ómnibus de La Habana y, por último, durante los días que pasa en Santa Clara en la lista de espera para Santiago de Cuba. Las páginas en las que se cuentan las experiencias vividas por Nuria se alternan con otras dedicadas a cada uno de esos personajes. El tono y el estilo adoptado en cada segmento varían de uno a otro. También ocurre lo mismo con el narrador, que indistintamente emplea la primera, la segunda y la tercera personas. Eso convierte a la novela en una polifonía de voces en el doble sentido, esto es, en la multiplicidad que posee tanto de participantes como de maneras de contar.

El primero de los personajes con los cuales se cruza Nuria es Dulce, la señora que limpia las habitaciones en el hotel Plaza. Apenas habla unas palabras con ella, cuando le pregunta cómo llegar en "camello" a la terminal de ómnibus y ella a su vez le pide si le podría dejar el jabón de baño y el champú, si no los necesita, por supuesto. Nuria no llega a enterarse por eso de que Dulce se graduó en la Escuela Normal para Maestros de La Habana, tres años antes del triunfo de la revolución, y que fue una de esas pedagogas que dedican su vida a formar a "sus niños" para la vida. Pero tras cuarenta años de trabajo, se vio ante una disyuntiva que jamás imaginó se le iba a presentar: escoger entre ir para un hotel, "a limpiar la porquería de los turistas", o aceptar que una de sus hijas se metiese a jinetera. No tuvo que pensarlo mucho, y hoy sólo aguarda a que pase este mal momento que está viviendo el país, para entonces ver realizado su sueño de "morir rodeada de niños, no de sábanas sucias".


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