Actualizado: 27/03/2024 22:30
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La esposa del «Presidente»

Lucille Ball escribió un artículo para aclarar y desmentir algunas afirmaciones que han circulado sobre ella y su esposo Desi Arnaz. Lo hizo porque, desafortunadamente, algunas de ellas dieron pie a mitos

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Cinco años después de haber aparecido el artículo de Desi Arnaz que glosé hace un par de semanas, la propia revista Bohemia acogió en sus páginas uno firmado por Lucille Ball: “Me casé con el ‘Presidente’”. Se publicó el 4 de enero de 1959, y de acuerdo al breve texto que acompaña una de las fotos, “mi Presidente” era como cariñosamente ella llamaba a su esposo. A diferencia del de Arnaz, su texto tuvo que ser traducido a nuestro idioma, labor que realizó, no muy profesionalmente, Vicente Cubillas Jr.

Ball no redactó el artículo para hablar de su vida y de sí misma, sino para aclarar y desmentir algunas afirmaciones que han circulado sobre ella y su esposo. A propósito de este, comienza diciendo, se han escrito millones de palabras, “algunas de las cuales, desafortunadamente, han dado pie a mitos”. Y pasa de inmediato a referirse al primero. Anota estar cansada de leer: “Cuando se casaron. Lucille era una artista importantísima y Desi un infeliz bongosero”. Eso la lleva a apuntar: “La verdad es que Desi con su orquesta y su negocio de grabaciones de discos estaba haciendo cien mil dólares anuales. Vamos entonces a no prestarle oídos a eso de ‘la artista importantísima y el infeliz bongosero’”.

Se ocupa después de otro punto que quiere dejar dilucidado: “Desi no compró la RKO para mí, ni yo le pedí que lo hiciera porque una vez trabajé allí y me echaron a la calle. Ciertamente trabajé allí, pero nunca me despidieron. Desi y yo no tenemos más que recuerdos muy agradables de nuestros días allí. La razón real de esta compra de la RKO por la empresa Desilú es menos romántica. Simplemente necesitábamos el espacio. Nuestras facilidades para filmar las películas de televisión escaseaban y la RKO estaba en venta. Nos quedaba cerca de nuestros estudios y el precio era tentador. De modo que la compramos”.

Otro mito que Ball refuta es el de que el verdadero poder detrás de Desilú era ella, quien además tomaba las grandes decisiones. Estas son las palabras con las cuales lo riposta: “Ningún mito podría estar tan lejos de la verdad. No hago ninguna decisión. Mi trabajo está en casa, atendiendo a los niños. Desi me pide opinión de vez en cuando, pero siempre sobre asuntos personales o sobre problemas de mucha importancia. Hasta en esas ocasiones, es él el que decide”.

Un tercer comentario al cual se refiere es el de que ella alcanzó el éxito por la vía difícil, después de una lucha larga y tenaz. “Ese mito es ridículo. La verdad es justamente lo opuesto: nunca he estado fuera de ningún trabajo. En mis días de Nueva York, malamente podía estar pasando hambre, como se ha dicho: yo ganaba muy buen dinero como modelo. Entonces vine a Hollywood y Sam Goldwyn (se refiere al productor que fundó, junto con Louis B. Mayer, la Metro-Goldwyn-Mayer) me ofreció un magnífico contrato. ¿Y a eso se le llama lucha?”.

Otra historia que, según ella, empezó a circular algunos años atrás, fue la de que ella se retiraría pronto. Explica que cuando ella y Arnaz le dieron la noticia a un reportero que no les estaba prestando mucha atención, hablaban no sobre ella, sino sobre I Love Lucy. Y agrega que aunque la popular serie terminó, “todavía estamos filmando programas especiales de una hora”.

Retoma el tema de la RKO y escribe: “Trabajar de nuevo en los estudios de la RKO nos trae muy buenos recuerdos. Desi y yo nos conocimos allí hace dieciocho años. Él había sido traído a Hollywood para hacer la versión fílmica de su éxito de Broadway Too Many Girls. Fui escogida para actuar en el rol femenino principal y naturalmente me sentí curiosa por este latino soñador que se había convertido en la sensación de la sociedad de Nueva York y Long Island.

“Su entrada en el estudio me sorprendió: llegó en un largo automóvil guiado por un chofer. Más tarde, el director me invitó a almorzar con la nueva estrella, y esa noche tuvimos nuestra primera cita para salir a pasear. Después de cortejarme a través de llamadas transcontinentales, nos casamos en una ceremonia civil en Connecticut, en noviembre de 1940, y más tarde en una iglesia católica de California”.

Cuenta que durante varios años vivieron en el Valle de San Fernando, en las afueras de Hollywood. Allí nacieron Lucie y Desi, sus dos hijos. Pero comenta que hace unos pocos años la familia se mudó a Beverly Hills lo cual inevitablemente dio pie a otro mito que ella rectifica: “No todas las casas de los artistas en Beverly Hills tienen piscina. La nuestra carece de ella”.

Le encanta cocinar… y comer

Ball apunta que en algunas ocasiones, las invenciones acerca de una persona nacen precisamente donde más se la conoce: en su propio hogar. Lo ilustra con una anécdota: “Una noche, recientemente, la cocinera estaba enferma, de modo que yo preparé la comida. Cuando llamé a la mesa, diciendo: ‘La comida está servida’, Lucy contestó: —¿Cómo puede estar lista la mesa si Frances está enferma? Esto fue aterrador. Aunque siempre me he enorgullecido de ser una buena cocinera, mi hija de siete años ni siquiera suponía que yo pudiera hornear una patata”.

Esa la hizo tomar la decisión de preparar la comida durante las dos primeras semanas de las vacaciones de la familia. Pero se enfermó de catarro, y su esposo fue quien hizo las veces de cocinero. Y hace sobre él este comentario: “Le encanta cocinar… y comer. Lo mismo que a mí. Cuando yo estaba en la Metro, era la única estrella en el estudio que podía comerse una chuleta de puerco, patatas fritas y una cazuela de salsa en el almuerzo. Mi peso nunca variaba. Pero Desi tenía que ponerse a dieta. Y esto no es un mito”.

Tras esa confesión gastronómica, refuta una falsa idea: la de que una vez logrado el éxito, el artista ya puede sentarse a descansar. Comenta que es algo que Arnaz no puede hacer, “mientras tenga que producir dieciséis programas. Nos sentimos dichosos de poder disfrutar, por lo menos, de unas vacaciones de fin de semana. Por lo regular, Desi se levanta a las siete y a las ocho ya está trabajando en su oficina. Su día de trabajo no termina hasta mucho después que los niños han ido a la cama. Es entonces que él cena y revisa algunos de los asuntos que no pudo dejar resueltos en la oficina”.

Ese afán por trabajar demasiado es la causa de las frecuentes discusiones que, de acuerdo a Ball, tienen ella y su esposo. Este “le pone al trabajo el mismo impulso que dedicaba al golf”. Recuerda que cuando jugaba ese deporte “se le despellejaban las manos, hasta sangrarle, de manejar los palos. Pero él se las cubría de grasa, apretaba los dientes y volvía a sus palos y sus pelotas, diciendo: ‘Dominaré este juego aunque sea la última cosa que haga en la vida’”. Y añade Ball: “No hay moderación ni términos medios para Desi. Él va adelante, adelante, adelante. Hasta celebra conferencias en su auto”.

Hay un último mito que Ball quiere rebatir, aunque admite que carece de importancia. “Muchos amigos y periodistas insisten en que nací en Butte, Montana. Ocurre que Butte está a 2 mil millas de mi verdadera ciudad natal”. No obstante, confiesa que esa ficción es culpa suya. “Montana, donde viví de pequeña, me sonó más romántico que Jamestown, New York, donde nací. Mi romántica invención me ha estado dando lata desde entonces”.

Ball finaliza su artículo de este modo: “Pero a pesar de lo que la gente dice de Desi y de mí —y mucho de lo que dicen es cierto y delicioso—, no puedo quejarme. La vida sigue siendo un sueño para mi Presidente y para mí”.

A esos textos escritos por separado por Arnaz y Ball, se sumó una entrevista hecha a ambos por el antes citado Vicente Cubillas Jr. Apareció también en Bohemia en abril de 1954, bajo el título de “Desi y Lucy: el matrimonio ideal”, e iba lustrada por varias fotos tomadas por Osvaldo Salas. En tres de ellas la pareja aparece hojeando un ejemplar de la revista. Y en otra sostienen en las manos un gallardete del equipo de béisbol Habana, que el corresponsal de Bohemia les obsequió y que, según se dice en el pie, “irá a adornar el cuarto del pequeño Desi, en la casa cerca de Hollywood”.

La entrevista fue realizada en Nueva York, a donde la pareja había viajado para el estreno de la película The Long, Long Trailer. Estaban entonces en la cima de la popularidad. Como comenta el periodista, “cuando los diarios publicaron el año pasado que la firma de cigarrillos Phillip Morris había contratado la producción de I Love Lucy por la fabulosa suma de ocho millones de dólares, un estremecimiento de asombro sacudió el país. Ello daba el espaldarazo consagratorio al programa de media hora que por casi tres años ha sido el número uno en el rating en Estados Unidos”.

La visita a Nueva York de la pareja constituyó un acontecimiento sin precedentes. En el aeropuerto fueron recibidos por una banda de música y por millares de admiradores. Dieron una conferencia de prensa en el hotel Waldorf Astoria, a la cual asistieron 400 periodistas. En Times Square fueron ovacionados por cientos de admiradores. Recibieron varios homenajes y el tiempo apenas les alcanzó para atender todos los compromisos. Los diarios calificaron esa visita como la más importante desde la realizada por la Reina Isabel y su esposo. Arnaz y Ball hallaron, no obstante, un hueco para recibir al periodista (fue la única entrevista privada que concedieron, aseguró al reportero el agente de prensa de la pareja), pues como le confesó Arnaz tenía mucho interés en ello. Una de las razones era la de poder referirse al robo hecho por Joaquín Condall, quien en Mi esposo favorito plagió I Love Lucy. De acuerdo a Arnaz, lo que más le duele “es que sea un cubano el que haga esto”.

“¡Este cubano me trae loca!”

Cubillas Jr. describe a Arnaz como “un santiaguero alegre y decidor, a quien veinte años lejos de Cuba no han hecho mella en su campechanía”. Y anota que “con tono guarachero, criollísimo”, lo recibió con “un saludo en español. Mejor sería decir que en correcto cubano”. Después de las primeras declaraciones de Arnaz, entra Ball, quien una vez que su esposo le presentara al periodista expresa: “¿Otro cubano más? ¡Anjá!”. La sesión de fotos en que Ball y Arnaz comparten la lectura de Bohemia da lugar a una disputa sobre quién debe sostenerla. Ball la concluye jocosamente parafraseando un bocadillo de I Love Lucy: “¡Este cubano me trae loca! ¡Se lo regalo!”.

Quien primero pasa a ser entrevistada es ella. De acuerdo al periodista, entiende mucho español y le comenta que “su suegra, Dolores, que vive en California, es asidua lectora de la revista”. Pasa a hablar de los inicios de su carrera, que confiesa fueron muy difíciles. “Sufrí muchos desengaños. Los cuatro primeros trabajos de corista que conseguí fueron fracasos, pues no pasé de los ensayos. Broadway me atraía desesperadamente. Pero mi primer trabajo en Broadway fue de dependienta de una fuente de soda”. Cuenta que cuando ya estaba haciendo carrera como modelo profesional, tuvo un accidente automovilístico en el Parque Central de Nueva York. Pasó ocho meses en cama y el médico le dijo que iba a quedar paralítica. Vinieron después tres años de esfuerzos para recuperar el uso de sus piernas. Algo que, de acuerdo a Ball, logró gracias a su perseverancia.

Arnaz reclama su turno para hablar y recuerda brevemente su etapa en Cuba. Cuenta que a su llegada a Estados Unidos trabajó de chofer de camiones y taxis, tenedor de libros y limpiador de jaulas de pájaros. Y se refiere a sus inicios en la música, su paso por la orquesta de Xavier Cugat, su salida para formar la propia, su llegada a Hollywood. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, fue llamado al servicio militar, pero se fracturó la rótula durante el entrenamiento y lo licenciaron. Fue asignado entonces al grupo dedicado a proporcionar diversión a los soldados. Acerca de aquella actividad apunta:

“Con mi orquesta estuve recorriendo campamentos y bases dentro y fuera de los Estados Unidos. En 1942 estuve en Guantánamo y me di un salto a Santiago de Cuba para abrazar a mi abuelo Desiderio, que peleó junto a los rough-ridesde Teodoro Roosevelt, en la batalla de la loma de San Juan. Fue la última vez que estuve en Cuba, después de mi salida en 1933”.

Cubillas Jr. le pregunta si guarda rencor a los revolucionarios que encarcelaron a su padre e hicieron que su familia tomase el camino del exilio. La respuesta de Arnaz fue: “¡Nunca! ¡Al contrario! Les estoy muy agradecido, pues, de no haber sido así, seguiría siendo un santiaguero más, con algunos pesos, pero perdido en el montón. Si ellos no tumban a Machado, todavía andaría yo por Santiago de Cuba, bañándome en La Socapa o en Siboney, o diciéndoles piropos a las muchachas en la Plaza de Marte”.

La penúltima pregunta que le hace el periodista es si ha sido agradable la vida con Ball. “Muy feliz, Cubillas. Aunque no han faltado esas bronquitas como las que has visto tú en I Love Lucy. Pero puedo decir satisfecho que han sido trece años envidiables, que no los cambio por nada. Y para completar esa dicha, ya tenemos la parejita: Lucy Desirée, nacida en 1951, y Desi IV, nacido el año pasado. Por cierto que al nacer el pequeño Desi, la familia de los Arnaz se reconcilio conmigo, pues el único varón que quedaba del apellido, de los de Santiago, era yo. Cuando nació Lucy Desirée, hubo descontento general, pese a que siempre un nieto es bien recibido, sea cual sea su sexo. Pero Desi salvó la situación”.

Para concluir la entrevista, el periodista lo interroga: “¿Quieres decir algo especial para el público cubano?”. A lo cual Arnaz contestó: “Segurísimo. Que llevo a Cuba en el corazón. Y que a mí no me ha alcanzado el tiempo para enseñar a amar a mi patria a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos. En Hollywood, en Nueva York, donde quiera que me encuentre, yo soy el cubano Desi Arnaz. Y Lucy, con orgullo dice que ella es la esposa del cubano Desi Arnaz. Debemos una visita a Cuba, porque quiero que mi gente nos conozca en persona. Será una visita familiar de los Arnaz de Hollywood”.

El periodista anota que el actor cubano Luis López Puentes, después de ver varios episodios de I Love Lucy, pidió desde la columna Teleradiolandia, de Bohemia, que el gobierno cubano honrara a Desi Arnaz y Lucille Ball con la Cruz de la Orden Carlos Manuel de Céspedes, por sus constantes menciones a favor de Cuba en su popular programa. Y finaliza su artículo con estas palabras:

“Y ahora yo me sumo devotamente a esa recomendación, porque considero muy merecido ese honor para estos ídolos del público de Norteamérica y del mundo entero, que nos hacen emocionarnos cada lunes, a las nueve de la noche, con sus tiernas y divertidas incidencias, en un rincón de la sala de nuestras casas, ante la luminosa pantalla del televisor”.