Actualizado: 28/03/2024 20:07
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“La Fille Mal Gardée”, de Burdeos a Miami

La puesta en escena del ballet La Fille Mal Gardée por el Cuban Classical Ballet of Miami

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En la entrevista que Pedro Pablo Peña me concediera en abril del 2011 le pregunté sobre cuál era su ballet preferido, y me contestó que Giselle, “aunque como director artístico y amante del ballet considero que todos los grandes ballets clásicos tienen que prevalecer y ser esmeradamente cuidados”, afirmación que la puesta en escena del ballet La Fille Mal Gardée por el Cuban Classical Ballet of Miami que él dirige vino a corroborar ampliamente, por aquello de “hechos, no palabras”, el principal mérito de su desempeño.

Esta hija o niña malcriada —o malguardada, como sería la traducción literal— cumple el primero de julio del 2011 nada menos que 222 años de haber sido “engendrada” y estrenada en el Grand Théâtre de Bordeaux (Burdeos), Francia —trece días antes del estallido de la Revolución Francesa—, por Jean Bercher (bajo el seudónimo de Jean Dauverval), por lo que es el ballet más antiguo en repertorio.

Inspirado en una estampa vista, según el autor, en una vidriera —La reprimenda/Una joven regañada por su madre, de Pierre-Antoine Baudouin— este es un ballet cómico, donde la pantomima y la mímica juegan un papel primordial, decisivo en el éxito de la puesta, y donde por primera vez personajes populares sustituyen a dioses y héroes mitológicos.

Mamá Simone, una próspera campesina, quiere mejorar de posición casando a su hija Lissette con Alain, el hijo tonto del rico terrateniente Don Tomás, pero Lissette ama a Colin, un pobre campesino, quien le corresponde. Todas las precauciones de la ambiciosa madre son inútiles, pues la joven pareja logra burlar su vigilancia, y la boda con Alain se frustra al encontrar éste a Colin dentro de la habitación de Lissette. Ante lo evidente, mamá Simone acaba por aceptar el amor de los dos jóvenes, y todo termina con la feliz boda de los enamorados.

Como La Fille… es un ballet corto, las compañías acostumbran a combinarlo con otro ballet de similar duración, y en este caso Pedro Pablo escogió la suite de Paquita, con coreografía de Marius Petipa y música de Leon Minkus, para acompañarlo.

Los jóvenes bailarines Hiroko Sakakibara y Christopher Rodríguez-Miró tuvieron a su cargo los roles protagónicos de Paquita en ambas funciones —la noche del sábado 14 de mayo y la tarde del domingo 15—, muy bien acompañados por el cuerpo de baile femenino del CCBM, cuyas solistas se destacaron en sus variaciones.

Antes de pasar a reseñar el desempeño de la pareja protagonista, quiero celebrar el buen gusto y la originalidad del vestuario, proporcionado por el Centro de Danza del Ayuntamiento de Zaragoza, España, aunque el telón de fondo con la imagen del interior de un palacio debió cubrir todo el largo del escenario, y el primer peldaño de la gran escalinata coincidir con el piso del tabloncillo del teatro. Además, —y esto también es válido para la escenografía de La Fille— estoy seguro de que en Miami hay diseñadores y pintores muy talentosos, como Abel Quintero, que pudieron haber logrado mejores resultados estéticos, no tan convencionales como los empleados en estas dos puestas.

Hiroko resplandeció desde su primera salida a escena en ambas funciones, ostentando un arsenal técnico poderoso y varios momentos de bravura. Sus fouettés con pirouéttes intercalados —hasta cuatro el domingo— fueron el mejor momento femenino de estas dos presentaciones del CCBM, aunque le recomendamos no desplazarse del lugar al dar los fouettés.

Christopher, por su parte, con una figura espléndida de príncipe de cuento —que me remiten al recuerdo paradigmático de Jorge Esquivel y de Fernando Bujones—, se destacó por sus giros, su elegancia y el dedicado acompañamiento de su pareja —con muy buenas cargadas incluidas—, aunque a sus saltos les falta más elevación para dotarlos de la bravura que este novel bailarín se merece.

Pasando ahora al plato fuerte de las dos funciones, el sábado 14 Lissette y Colin fueron Lorena Feijóo y Rolando Sarabia, dos primeros bailarines de alto desempeño, muy queridos por el público de Miami, pero antes de pasar a glosar su actuación, quiero comentar brevemente el vestuario y los decorados de esta producción de diseñadores rusos (vestuario de Anna Kotlova y escenografía de Viacheslav Okuner).

Si bien el vestuario es agradable y cumple eficazmente su cometido, la escenografía me pareció facilista y no a la altura del teatro Marinsky referenciado, donde tuve la oportunidad de presenciar trece puestas de óperas y ballets de alto nivel de diseño escénico, de lo cual carece esta escenografía tan elemental.

En cuanto a danza se refiere, Lorena y Rolando siempre hacen una hermosa pareja, y en esta función lo evidenciaron una vez más.

Como éste es una pantomima-ballet, Lorena se lució en el rol gracias a su bis cómica, y su depurada técnica le dio brillo a su interpretación, aunque para mi gusto debió haber bailado más en el estilo de este ballet, que no es precisamente romántico ni el del Lago. Por ejemplo, cuando disimula ante su madre el beso que le lanzó a Colin, aletea como un cisne en vez de limitarse a marcar el aleteo de una mariposa.

Muy musical, con excelentes giros, puntas y extensiones, Lorena tuvo en Sarabia a un atento partenaire, totalmente a su altura. Rolando deslumbró con los vertiginosos giros que constituyen su “marca de fábrica”, y también se identificó muy bien con el espíritu cómico de su personaje.

El tonto de Alain, el forzado pretendiente de Lissette, tuvo el mismo intérprete de lujo en las dos funciones, pues el joven Walter Gutiérrez se apoderó del rol de tal modo que su bravura le ganó los mayores aplausos del público en sus dos desempeños.

Ahora bien, y esto vale para los dos días, el personaje que introduce a Thomas y a su hijo Alain —parece que en sustitución de las dos deliciosas casamenteras de otras versiones— desentona completamente con el ambiente de la época, pues su corte de cabello es casi punk, y francamente su papel no se justifica.

La mamá Simone de Jesús Sanfiel debe evitar “hablar” con Lissette durante las pantomimas, pues desde las primeras filas se nota demasiado el movimiento de sus labios, y aunque su personificación de la calculadora madre estuvo bastante aceptable, le recomiendo que estudie videos de otras puestas para que la haga más orgánica y simpática.

En la segunda noche, Arionel Vargas y Fernanda Oliveira fueron los dos jóvenes enamorados.

El fuerte de Fernanda fue la pantomima, mientras que técnicamente estuvo correcta, pero sin ir más allá, al igual que su partenaire Arionel Vargas, al que le recomiendo bailar con más ganas y con más bríos, para que esté a la altura de su categoría como primer bailarín del English National Ballet.

En cuanto a la música, las cortinas musicales para los cambios de cuadros fueron muy extensas y estridentes, y, en general, la orquestación grabada empleada tampoco me pareció la mejor, por lo que recomiendo que esto sea revisado —la utilizada en la versión del Ballet Nacional de Cuba puede ser usada como referente— para que las coreografías brillen aún más.

El abrupto “apagón” final, tras la coda de los recién casados, no tiene sentido, y no me pareció de buen gusto, por lo que recomiendo también revisar esta decisión.

En términos generales, considero que el CCBM ha acertado dignamente con estas puestas de Paquita Suite y de La Fille Mal Gardée, y que su director Pedro Pablo Peña puede sentirse satisfecho con lo logrado, siempre con las miras puestas en una mayor excelencia en el difícil mundo de las puntas.


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