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Literatura, Cabrera Infante

La Habana para un Infante desilusionado

Guillermo Cabrera Infante nos dejó un conmovedor memorándum de un adiós, que acaba de ser publicado póstumamente

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Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, noviembre 2013): tercer libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 22 de abril de 1929 - Londres, 21 de febrero de 2005) publicado bajo el cuidado de Antoni Munné, también responsable de la aparición de La ninfa inconstante (2009) y Cuerpos divinos (2011).

El director de Lunes (marzo de 1959 - noviembre de 1961) —suplemento cultural del periódico Revolución (1959 - 1965), dirigido por Carlos Franqui (1921 - 2010)— en la transcripción fiel de un texto que redactó “casi de un tirón” antes de 1968, según conjeturan los editores; su biógrafo —Raymond D. Souza— asegura, de acuerdo al testimonio del autor de Cine o sardina, que “fue escrito en 1973, cuando volvió a trabajar después de una grave depresión, el libro le ayudó a reconstruir y a exorcizar recuerdos del pasado”(Guillermo Cabrera Infante.Two island: many Worlds. University of Texas, 1996). El Premio Cervantes (1997) hablaba del manuscrito —guardado celosamente en un sobre de manila que no se abrió hasta muchos años después de su deceso— y le llamaba “Ítaca vuelta a visitar”: Raymond D. Souza indica que el autor de Delito por bailar el chachachá sentía que “el estilo es demasiado directo y tal vez demasiado denso”, para concluir categórico: “No estoy contento con la narración del libro. Quiero cambiarla. Pero la pregunta es cuándo. ¿Cómo comprar tiempo?”

Buena parte de lo que se cuenta (prefiero utilizar este término y no decir lo que se narra) en Mapa dibujado por un espía está expuesto en “La respuesta de Cabrera Infante”, “La confundida lengua del poeta” y “Carta a Tomás Eloy Martínez de Primera Plana”, textos que forman parte de Mea Cuba (Plaza & Janes Editores/Cambio 16, 1992). El primer parágrafo de “Preámbulo no pedido” —introito de la entrevista concedida a Tomás Eloy Martínez, en julio de 1968— es casi exacto al final de Mapa…: Cabrera Infante hace referencia a los minutos iniciales de su salida la noche del 3 de octubre de 1965 por el aeropuerto de Rancho Boyeros acompañado de sus dos hijas, Ana y Carola.

Hagiografía (memorias noveladas): fragmentos autobiográficos, los cuales prefiguran (pre-parafrasean), por momentos, La habana para un Infante difunto (1979): aquella Habana que inicia con un muchacho subiendo unas escaleras y termina en la penumbra de un cine. Folios póstumos: cartografía real de La Habana en 1965, último viaje del protagonista a la ciudad amada en visita desde Bruselas por la muerte de su madre. Narrada en tercera persona, pero contaminada por un yo íntimo de huellas flaubertianas —suerte de monólogoomnisciente—, las cuales desembocan en confesiones suscritas por la contrariedad.

Hay indiscutiblemente, un cruzamiento de voces que confluyen y se regodean en la dicción del narrador de Así en la paz como en la guerra. El protagonista de estos paseos por el Vedado detrás de ninfas constantes y reales (Ingrid, Norka, Lido, Nidia, Ana Magdalena, Leonora, Silvia…) y rondas en el restaurante El Carmelo de Calzada, dos años después se convertiría en novelista de culto tras la aparición de Tres Tristes Tigres (Premio Biblioteca Breve/Seix Barral, 1964; publicada en 1967).

Retórica del prólogo: develación del siniestro Aldama (agente de la policía secreta del gobierno de Castro asignado en la embajada cubana en Bélgica), quien jamás volverá a aparecer en la historia. Estilo en el que se asoman algunas aliteraciones, inversiones sintácticas, prosodia sincopada, apuntes elípticos, intertextualidades y trasposiciones idiomáticas (“Ciertas criaturas parecen haber sido creadas por la Divina Providencia, por la Naturaleza o por el Azar con el solo propósito de encarnar una Metáfora…”; “Fue la única vez que lo vi sin sus espejuelos negros y pude observar su ojo tuerto, alargado y muerto, como de vidrio, tal vez de vidrio. Con el otro miraba cada uno de mis movimientos nerviosos por el cuarto —y confieso que sentí miedo entonces: no sé a qué, no sé a quién, tal vez recordara el pasado terrible que había producido este Ciclope…”; “…parado y cubierto de nieve, soturno, siniestro casi en su composición de un oxímoron: un auto inmóvil, antediluviano, gangsteril y por siempre inútil.”). Glosas que el narrador jamás volverá a manejar en la cronología central. Descripción de la llegada a La Habana del autor de Un oficio del siglo XX para asistir al velorio de Zoila Infante, la desaprobación de su regreso a Bélgica y los meses de espera.

Textualidad de la crónica (corpus central del relato): estilo directo, carente de travesuras literarias. Testimonio llano, literal (no literario) de la llegada al aeropuerto de Rancho Boyeros, recibimiento por parte de sus amigos (Lisandro Otero, Carlos Franqui, Harold Gramatges…), su ex esposa acompañada por su hermana (Marta y Sara Calvo); funeraria Rivero, Capilla C: encuentro con el padre (“…vio a su padre, más pequeño y apocado y asombrosamente envejecido…); discusión por la futura custodia de las hijas: él anuncia que se las lleva a Bélgica a su regreso: Marta se niega, Sara media a favor de su hermana (intervención del compositor Gramatges, quien pide prudencia); reencuentro con el embajador Gustavo Arcos en los pasillos de la funeraria; amigos que le dan el pésame (Olga Andreu, Marta Frayde, Beba Sifonte…); saludos de Raulito Roa( hijo del Ministro de Relaciones Exteriores Raúl Roa); entierro de Zoila; llegada a la casa familiar: encuentro con la abuela, a quien encuentra “sentada frente a la ventana mirando al vacío”; sus primeras lágrimas; el grito:“!Papi, Papi!” de sus hijas…

Visita al ministro Roa: alabanzas y elogios por su gestión en Bélgica (“…estamos muy satisfecho con tu trabajo en Bruselas y pensamos enviarte para allá con el rango de ministro encargado de negocios”). Llamada desde Bélgica de Miriam Gómez (“¿Mi amor? Apúrate en volver que estoy muy sola sin ti”). Amigos que desfilan por su casa, encuentros y charlas interminables en El Carmelo. Presencia de Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Luis Agüero, Lisandro Otero, Felito Ayón, Walterio Carbonell, Calvert Casey, Oscar Hurtado, Rine Leal, Ingrid González, Jaime Sarusky, Jaime Soriano, Raúl Martínez, Alberto Mora, Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Pepe Triana… Llegada desde España de su hermano Sabá.

Todo listo para el regreso a Bélgica con sus hijas. Aeropuerto José Martí, salón de protocolo: llamada del viceministro de Relaciones Exteriores, Arnold Rodríguez: “Oye, tú, te habla Arnold. ¡Tremenda bomba! No te puedes embarcar. El doctor Roa quiere verte mañana en el ministerio”. El ministro Roa no lo recibe jamás. Comienzo del suplicio. Cuatro meses en los que Cabrera Infante es testigo del deterioro de un régimen que transita hacia formas claramente represivas. Persecución a los homosexuales, presencia del Ministerio del Interior en la vida privada de los ciudadanos, escasez de medicinas y alimentos, chivatazos, desconfianza, burocratismo, miedo… Acecho de Ramiro Valdés, y del creador de los organismos de inteligencia y seguridad del régimen, el viceministro del interior, Manuel Piñeiro, Barbarroja.

“¿Qué cargos había contra él? ¿De dónde provenían las acusaciones directamente? ¿Hasta dónde llevarían las sospechas y cuánto tiempo tardarían en convertirse en cargo reales? No lo supo entonces, pero por primera vez desde el triunfo de la Revolución tenía miedo y comprendió lo que era ser una víctima del poder totalitario”, expone el narrador. A partir de esta circunstancia la crónica da un giro: el protagonista sabe que la única solución está en el exilio, dejar a Cuba para siempre, cargar con sus hijas, huir del horror que se presagia. Partida de su hermano Sabá a España. Arribo desde Londres de su querido amigo, Pablo Armando Fernández.

En esos largos meses de espera y búsqueda de posibilidades de salida —a través de la mediación de su amigo, el comandante Alberto Mora, quien hace gestiones a su favor con el presidente Dorticós y con el influyente Carlos Rafael Rodríguez (antiguo amigo de su padre)— transcurren las tertulias en El Carmelo: Oscar Hurtado convierte cada noche en una invasión de agentes del espacio exterior, Antón Arrufat hace gala de su facundia para hablar de literatura, Calvert Casey no tartamudea y se ve feliz, Pablo Armando Fernández describe un Londres victoriano de celaje y llovizna, Virgilio Pinera es, cada vez más, una sombra que el régimen acosa por su homosexualidad manifiesta… Punto de cacería de mujeres con él único fin de acostarse con ellas.

Aparece la jovencita de 21 años, Silvia (una muchacha habanera con un “oscuro pubis pequeño, casi infantil… cara de gitana egipcia y su color de tabaco maduro, de yodo, de piel tostada…”): Cabrera Infante se guarece en un enamoramiento que sorprende a algunos: uno de los mejores momentos del libro y, posiblemente, sus acápites más literarios: refugio en el apartamento de Rine Leal y guiños indirectos, al D. H. Lawrence de El amante de Lady Chatterley: una Constanza (Silvia) no casada con un parapléjico, pero pronosticada por su madre de que se casará con un hombre chiquito y prieto y que fuma tabaco. Casualidad: el vaticinio tiene ciertas coincidencias con él. Ella quizás busca un padre; él siente culpas: no quiere engañar a Miriam Gómez, pero acaricia a Silvia bajo los ímpetus y los agüeros de un padre que besa a su hija en la despedida nocturna del sueño.

Mapa dibujado por un espía debe su nombre a Alejo Carpentier, quien tenía colgado un mapa de La Habana en su despacho de la Imprenta Nacional, plano de la ciudad que llamó la atención de G. Cain: el autor de El siglo de las luces le revela que había sido diseñado por un espía inglés en el siglo XVIII. Ítaca vuelta a visitar: Ulises reencuentra a Penélope (Silvia) y sabe que el “amor trunco es más grande que un amor completo, que su irrealización le confiere otra dimensión, que junto al amor está el recuerdo del amor (…) sabía que atesoraría el recuerdo de Silvia más allá de lo que durara el amor por ella…” Itinerario que converge con una cartografía de la decepción untada por tardes enteras presididas por Eros y escuchando un LP del pianista Dave Brubeck, quizás con el saxofón de Paul Desmond lanzando, sobre la estrechez del único cuarto del pequeño apartamento del crítico teatral Rine Leal, los acordes gozosos y reiterativos de “Take Five”.

Nostalgia de una Habana envuelta en una ilusión tajada por el naufragio de un proyecto por el cual el mismo protagonista, ahora indispuesto y contrariado, estuvo decidido a dar la vida. El capítulo donde se describe la despedida con Carlos Rafael Rodríguez pone de manifiesto el amor de Cabrera Infante por esa Cuba cosida a su alma. Cuando el importante funcionario le sugiere que lo importante es que no te olvides de tus raíces, el relator apunta: “Él debía haber dicho: ‘Eso nunca’, pero se limitó a sonreír su aquiescencia”. Vaya recurso irónico de un hombre desilusionado del castrismo, pero no del olor íntimo y sentimental de la tierra que lo vio nacer.

“El trabajo editorial se ha limitado a transcribir el manuscrito respetando al máximo su literalidad”, ha especificado Antoni Munné, quien también agregó como epílogo una certera “Guía de nombres”, la cual servirá de mucho a los lectores alejados de esos años iniciales del castrismo en los que imperaba el desconcierto, la duda y la búsqueda de la esperanza en medio de un fervor que poco a poco se fue sosegando. El autor de Arcadia todas las noches nos dejó el conmovedor memorándum de un adiós: los esbozos amargos de un conjuro hacia el destierro definitivo.


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