Actualizado: 23/04/2024 20:43
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La inaudita condición postcomunista

En la caverna del comunismo, un monumental ensayo sobre uno de los tres acontecimientos históricos decisivos del siglo XX.

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Otros personajes históricos significativos, entre otros, en primer lugar el propio Stalin ( Koba), Ceaucescu, Lenin, Trotsky y Santiago Carrillo ( Sanllo), este último para agregarle una profunda crítica al destino del comunismo español. Entre innumerables referencias a importantes escritores y artistas, además de las polisignificativas de Platón, Shakespeare y Kafka, sobresalen Beckett, Kierkegaard, Canetti, Gorki, Robert Walser, Bröch y, sobre todo, Karl Kraus, de quien es la cita que preside la novela, suerte de esqueleto de su mensaje cosmovisivo más profundo:

"El comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura. Lleva el diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve como amanecer constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes, que, para preservarlos, envían a los otros a los frentes del hambre y del honor patrio, mientras los consuelan diciéndoles que los bienes no son lo más importante en esta vida".

'Después de' y 'en nombre de'

En un sentido profundo, es una novela didáctica, pedagógica. Debería formar parte del canon de todas las universidades. Otros dos personajes, El lector y El escritor, contribuyen, mediante conversaciones, monólogos, flujos de conciencia, lectura de documentos, recreación novelada de sucesos históricos, a romper las tradicionales fronteras entre la tiranía de una voz autoral y un para nada pasivo lector o receptor. Esta suerte de universo participativo, como discurso que acaece dentro de nuestra propia conciencia, es acaso el acierto narrativo y estilístico mayor, con hondas repercusiones cosmovisivas, de la novela La caverna del comunismo.

No quiero (ni puedo) contar la novela al lector. Sólo anticiparle, como sucesos significativos, que en ella se recrea la vida de Bujarin hasta que es sacrificado por Stalin, la larga y penosa supervivencia de su esposa, Lárina, en los gulags del imperio soviético, la ominosa construcción del Palacio de Ceausescu (cuya foto se estampa en la portada de la novela), los trágicos (y acaso poco conocidos) últimos días de Lenin, la propia muerte (casi macbethiana) de Stalin…

Muchos serían los elementos de índole ideológica que son desplegados en la novela: las comunidades entre el fascismo y el comunismo, o entre el comunismo y la inquisición católica; los peligros del populismo nacionalista; la nadificación de la persona; la manipulación del pueblo; el Estado, la Ley o el Dictador como suplantadores de toda democracia popular, y la que es a mi juicio la primordial: la negación de la Vida… Efectivamente, sólo una persona que conoce el comunismo desde dentro podría aportar una visión más certera, por sumamente vital e incluso psicosocial, de la experiencia del comunismo histórico.

Un elemento importante a tener en cuenta es la casi ausencia de ironía. No tiene esta novela ese juego entre irónico y humorístico que preside, por ejemplo, novelas de Bulgakov o Kundera. Su perspectiva es trágica; su saldo, sombrío. Pero sería pueril calificar esta actitud como meramente pesimista. Tiene ese escepticismo lúcido que reclamaba Antonio Machado para el pensador y el escritor. Su complejidad literaria, valga la paradoja, no está al servicio de la literatura, sino de la recreación compleja y profunda de la Historia. Pero tampoco es una novela histórica. En realidad, su apuesta fundamental es, desde la literatura y la historia, por la Vida.

Es acaso un monumental ensayo novelado de uno de los tres acontecimientos históricos decisivos del siglo XX: junto al fortalecimiento del imperialismo y la pavorosa experiencia del fascismo, el surgimiento y fracaso del comunismo. A tal punto, que la frase famosa de Steiner, que parece presidir la llamada postmodernidad, sobre la imposibilidad radical, metafísica, para escribir poesía después de Auswitch, puede refrendarse también, por ejemplo, como "después de Stalin" (¿o de Mao, o de Ceausescu, o de Kim Il Sun, o de Kampuchea?). Un cubano diría, "después de Castro".

Ahora bien, al inicio de este comentario me refería a mi experiencia "post" de lector, porque ¿cómo no reconocer que la vivencia del "comunismo" de la revolución cubana tiene algo de sombra, de mala copia o lectura (lo que la hace desde cierta perspectiva casi inaudita) de una experiencia previa arquetípica o primordial?

Quienes hemos vivido, desde dentro, la experiencia de la revolución cubana, encontraremos en este libro de Andrés Sorel una inevitable y rotunda constatación: su falta de originalidad y de creatividad históricas; su entonces casi sinsentido histórico profundo. ¿Cómo es posible que "después de Stalin" pudiera repetirse y prolongarse, aunque en tono menor y con las variaciones de rigor, una experiencia estalinista en Cuba?

Porque… no encontrará ciertamente el ávido lector cubano muchas referencias puntuales a su isla en esta novela de Andrés Sorel. Y sin embargo, y sin embargo (como reiteraba o enfatizaba Borges en una ocasión), todo en ella le hará revivir Cuba (los mismos argumentos, las mismas frases, la misma naturaleza perversa del poder, la eterna posposición de la vida, el sacrificio como meta, ser sólo medio y nunca fin, etcétera), lo que posibilita hablar ya de una mentalidad o psicología o trauma postcomunista.

Ah, pero ser "post", que haya sucedido todo lo que conforma nuestras vidas "después de" y, sobre todo, "en nombre de", ¿no es acaso eso el mayor y más inexplicable o kafkiano sinsentido histórico?


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