Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Opinión

La locura de Walterio

Sin el ostracismo, hoy habría una idea más certera de Carbonell, 'rescatado' cuando estaba intelectualmente muerto.

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La represión

A partir del libro Our Rightful Share, entendí justo que aclarara sobre la afirmación de Aline Helg, en el sentido de que había ido preso por publicar Cómo surgió la cultura nacional.

Lo negó de plano. La represión de que fue objeto —contó— sucedió luego de una "invitación de la Casa de las Américas para dar una conferencia". Subrayó durante su exposición que "el negro no está en el poder en Cuba". Fue entonces "que me mandaron para una granja", agregó.

El lugar en que estaba la granja no lo recuerdo, pero sí capté perfectamente: "yo no hacía nada", y "por las tardes me iba al cine o a otro lado". Eran los años de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).

Por muy contradictorio que parezca, eso fue lo que contó. El origen de la represión, sin embargo, me parece más adecuado a la realidad cubana y sobre todo a la intocabilidad de Fidel Castro, que la anécdota que relata Goytisolo —una burla a Castro en su cara y en público— y que provocó que el intelectual negro fuera "enviado durante un par de años a cortar caña", según el hispano.

Curiosamente, Tomás Fernández Robaina, en el ensayo titulado Para mi Maestro: El Gran Walterio, no atribuyó la reclusión ni a la conferencia en Casa de las Américas ni, por supuesto, a una burla contra Castro. Tampoco coincide con El Nuevo Herald respecto a que "en Cuba se le atribuyeron intentos de crear una sección marxista del Black Power y fue enviado a cumplir trabajos forzados en los cortes de caña, a mediados de los años sesenta".

Aunque de forma oblicua, Fernández vincula la represión con el intento de Carbonell de que se ubicara un panel sobre la identidad negra y los problemas inherentes a la raza en la Conferencia Tricontinental de 1966, celebrada en La Habana. Investigador de la Biblioteca Nacional, Fernández sostiene que estuvo preso "alrededor de un año".

De cualquier modo, el castigo por opinar, que fue en definitiva lo que hizo, basta para condenar la represión y la falta de libertad en la Cuba revolucionaria.

En apoyo de la versión que Carbonell me contó, podría acudir la relación que alguna vez lo acercó a Castro, quien, en honor a la verdad, le respetó siempre su salario, y le permitió permanecer en la Biblioteca, mucho más allá de la edad de jubilación, a pesar de la pública evidencia de su locura. Tal vez sin aquel lazo iniciado en los cincuenta, lo hubiera jubilado y punto.

Por otro lado, tampoco hay que dudar de que este estado mental, si no lo propició, lo reforzó la persecución —por la Seguridad del Estado— de que constantemente se sentía víctima Carbonell y que en etapas previas a nuestros encuentros debió ser cierta.

En sus ratos de mayor confusión, lanzaba una diatriba contra el régimen y sus "secuaces de la Seguridad del Estado", entre los cuales señalaba a varios de sus compañeros en la Biblioteca. Pero enseguida aseguraba: "ya el comandante me tiene listo otro puesto de embajador en África", cargo que, en Túnez, realmente desempeñó, aunque por poco tiempo.

Carbonell y Martí

En Cómo surgió la cultura nacional no se menciona ni una sola vez el nombre de José Martí. No está el constructor discursivo de la nación cubana ni el antirracista radical. Tampoco el historiador de la guerra de 1868 que instaló la relevancia del negro como mayoría en la contienda.

Le pregunté al respecto y la respuesta resultó sorprendente. "Martí fue un pequeño burgués", y como soporte, señaló que Ángel César Pinto —intelectual negro cubano— había analizado al poeta, en un libro publicado en 1946, desde de una visión marxista. En el texto aludido, Pinto concluye que Martí no era otra cosa que anticomunista y antiproletario.

Quizá el hombre escindido que fue Carbonell —ahora sí en su sentido postmoderno—habría que buscarlo en las relegaciones de que fue objeto y en castigos injustos que no lograron sacarlo de su pensamiento marxista, lo cual, sin empacho, me confesó. Al mismo tiempo, le escuché criticar —y burlarse— de connotados personajes del proceso.

Precisamente por reclamar contra el "manualismo soviético" instaurado en la Isla, fue cesado como profesor de la especialidad.

Pero además de resistir relegaciones y castigos, resistió contra la humillación. Tiempo después de salir de la granja, solicitó trabajo en la Biblioteca Nacional. Cuenta Fernández Robaina que el historiador y "Dr. Julio Le Riverend le concedió un puesto de auxiliar de bibliotecas, en los almacenes, ofrecimiento que Walterio rechazó". Fue Armando Hart, entonces ministro de Cultura, quien en poco tiempo le facilitó acceso a una plaza como el investigador que era.

Si la estrategia cultural de la revolución cubana no hubiera sumido a Carbonell en el ostracismo y el silencio, hoy tuviéramos una idea más certera de su biografía y su pensamiento, y no casi únicamente el libro que tuvo que costearse él mismo en 1961.

Hace algún tiempo se afirmó que una compilación de artículos y ensayos, dispersos por varias publicaciones, se estaba preparando, pero, que yo sepa, aún no concluye.

Con razón se ha dicho muchas veces que a los intelectuales relevantes, que por una u otra razón critican el proceso vigente en Cuba, se les saca a la luz después de muertos. Nada distinto es el caso de Carbonell. El régimen reeditó en 2005 su ensayo y habló del autor —bajo la presión y el escándalo del texto de Goytisolo— cuando ya estaba loco, es decir, casi intelectualmente muerto.


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