Actualizado: 25/04/2024 19:17
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

CON OJOS DE LECTOR

La perdurable novedad de la tradición

En su último disco, Miriam Ramos rinde homenaje a nuestra tradición trovadoresca, a través de doce composiciones rebosantes de belleza, candor y cubanía.

Enviar Imprimir

Doce canciones, ocho compositores

La selección hecha por Ramos la componen doce canciones pertenecientes a ocho compositores: Sindo Garay ( ¿Sabes lo que es un beso?, Guarina, Retorna), Miguel Matamoros ( Reclamo místico, Dulce embeleso), Salvador Adams ( Una sublime ilusión), Alberto Villalón ( La ausencia), Luis Cárdenas ( He perdido contigo), Manuel Corona ( Guitarra mía), Oscar Hernández ( Ella y yo), Ignacio Piñeiro ( Las cuatro palomas), además de una de autor anónimo, El colibrí, que hace varios años Silvio Rodríguez rescató y grabó. El criterio que parece haber predominado es el de no recurrir a los títulos que más se conocen, sino en buscar otros igualmente hermosos y representativos de aquella etapa de nuestra música que, al decir de Gastón Baquero, embelleció la vida, valoró el sentimiento, reverenció la ternura. Una vez elegido el repertorio del compacto, Ramos recabó la colaboración de Pancho Amat, uno de los fundadores del grupo Manguaré y actual director del Cabildo del Son. Amat se responsabilizó de la producción, se encargó de los arreglos y compartió con la intérprete la dirección musical.

Para la grabación de Cantar la trova, Pancho Amat optó por el acompañamiento de cinco músicos: William Borrego Rodríguez (percusión menor), Francisco Padrón Jiménez (trompeta), José Francisco Amat Rodríguez (contrabajo), Gilberto Noriega Sosa (percusión), Dayron Ortega Guzmán (guitarra). Él mismo además se unió a ellos y toca el tres en todos los temas y la guitarra en dos de ellos. El apoyo de unos pocos instrumentistas y la voz de Miriam Ramos fueron, pues, los únicos elementos empleados para defender esas doce canciones compuestas varias décadas atrás. Muy poco en realidad, si se piensa en la riqueza de recursos técnicos y humanos con que hoy se suelen realizar la mayor parte de los discos. Pero una vez que se escucha el compacto, uno termina por reconocer: ¿hacía falta algo más?

Por supuesto, a lo anterior hay que agregar que se trata, en primer lugar, de una docena de piezas que han perdurado por el derecho que les conceden la belleza y la calidad que atesoran. Estamos ante la música en su estado más despojado y puro, que además se sostiene en una perfecta conjunción de letra y melodía. Miriam Ramos y Pancho Amat estaban conscientes del auténtico tesoro que tenían en sus manos, y han tratado esas canciones con un profundo respeto y una verdadera veneración. Pero al mismo tiempo se preocuparon por que su trabajo no adquiriese un aire arqueológico o de pieza de museo. Y vaya si lo consiguieron: cuando se escucha Cantar la trova, esos doce temas suenan con tal lozanía y con tanta frescura, que quien no los conozca podría pensar que fueron compuestos especialmente para el compacto.

Ramos vuelve a pisar con seguridad y firmeza en el terreno que es más suyo, aquel en donde se siente como en su propia casa. Sus interpretaciones de esta docena de canciones constituyen todo un derroche de sensibilidad, talento, virtuosismo e inteligencia. Su voz cálida y bien afinada demuestra ser un medio expresivo idóneo para el lirismo y el aliento tierno, melancólico y fino de aquéllas. Como cantante, Ramos posee un conocimiento cabal de sus posibilidades musicales, y eso se traduce en los matices que incorpora, en el respetuoso tratamiento del estilo de cada canción, en la habilidad para destacar el aliento poético de las letras, en el juego con el tempo, detalles todos que siempre incluye en el momento justo. Igualmente valiosa es la aportación de Pancho Amat, quien además de contribuir con unos magníficos y muy profesionales arreglos, arropa maravillosamente a Ramos con su tres.

Muchos elogios, en fin, se pueden decir de este trabajo de Miriam Ramos y Pancho Amat. Me limito, sin embargo, a añadir que Cantar la trova es un disco de factura impecable, en el cual no hay un solo detalle que no se haya cuidado con mimo. No se me escapa, sin embargo, que en esta época nuestra, en la que los valores espirituales se hallan en franco declive y la belleza conoce una de sus horas más bajas, el compacto puede resultar un plato demasiado exquisito para algunos. Me refiero a aquellos que prefieren —y cito una vez más a Gastón Baquero— la murga ruidosa y estridente, el paso de conga, el repicar del bongó. Peor para ellos. Se pierden este maravilloso regalo del cual puede expresarse la frase del comercial de una tarjeta de crédito: priceless.


« Anterior12Siguiente »