Actualizado: 27/03/2024 22:30
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CON OJOS DE LECTOR

La poesía, señor Pulgarcito…

En 'El rock de la momia y otros versos diversos', Antonio Orlando Rodríguez hace un homenaje a las criaturas que pueblan nuestras más deliciosas pesadillas.

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Pese a lo mucho que sobre ello se ha hablado y a los numerosos e irrebatibles ejemplos que lo prueban, aún hay —y no son precisamente unos pocos— quienes siguen considerando la literatura para niños y jóvenes como una especie de literatura inferior, como una especie de subgénero al cual hay que perdonarle su existencia. De acuerdo a ese criterio, de todo punto errado, un poemario escrito para ese público se reduce al compendio de unas cuantas rimas fáciles y tontas, idóneas para entretener a unos lectores que carecen de discernimiento estético y aceptan como bueno todo lo que se les da.

De compartir esa idea (¡líbreme Dios Jehová Nuestro Señor de caer en semejante totomoyez!), me hubiese privado del placer de la lectura de El rock de la momia y otros versos diversos (Alfaguara, Bogotá, 2005, 59 páginas, ilustraciones de Daniel Rabanal), libro con el cual Antonio Orlando Rodríguez (Ciego de Ávila, 1956) viene a enriquecer una extensa bibliografía, cuya calidad lo ha situado en un lugar destacado en nuestro actual panorama literario. Retomando lo que al inicio expresé, he aquí un poemario original, divertido, inteligente, que más de un escritor de obras para adultos daría un par de sus dedos por haber firmado.

Lo que Rodríguez realiza en su libro es un admirable y logrado proyecto que hace convivir campos y aspectos que, en principio, no parecían tener mucha afinidad entre sí: las antiguas estrofas poéticas y las manifestaciones más actuales de la música popular, los personajes del cine y la literatura de terror y la vida cotidiana. Lo que lo animó a ello fue el propósito, según sus propias palabras, de rendir "un homenaje a las criaturas que pueblan nuestras más deliciosas pesadillas". Se trata, en efecto, de lo que aparece talentosamente materializado en los quince textos que integran Concierto roquero, la primera de las dos secciones que conforman su libro.

Algunos títulos pueden servir para ilustrar la óptica singular y festiva con la cual Rodríguez se ha acercado a esa terrorífica fauna: Rock del hombre-lobo, Himno de los esqueletos, Balada del jinete sin cabeza, Rock de los espantos espantados. Este último, estructurado como una canción protesta, comienza así: "Si te hacen temblar / los cuentos de espantos, / te diré, en secreto, / que no es para tanto. // La gente se piensa / que en el Otro Mundo / todos los espectros somos furibundos. // Los hay de temer, / no lo he de negar, / pero Aquí hay de todo / al igual que Allá". Y para que vean que es absolutamente cierto que en ese mundo hay de todo como en el nuestro, vean ustedes: en sus andanzas nocturnas, un fantasma pescó un resfriado y ahora se halla en cama con escalofríos; los esqueletos han armado tremenda fiesta, y en el camposanto todo es relajo, bochinche y algarabía; la honorable Asociación de Vampiros ha decidido expulsar al conde Drácula, pues rumores dignos de toda confianza aseguran que se ha vuelto vegetariano y encontró un dentista que le va a sacar los colmillos para ponerle unos postizos; cuando tiene ganas de salir de rumba, la momia no se reprime y lo hace como cualquier jovencito amante de la diversión.

En su homenaje, Rodríguez desmitifica a varios personajes que tradicionalmente figuraron en la nómina de "los monstruos". Los despoja de sus rasgos más terribles y siniestros, al tiempo que, como ilustran los ejemplos anteriores, les asigna atributos similares a los de los seres humanos "normales" (algo parecido ha hecho el cineasta norteamericano Tim Burton en Pesadilla antes de Navidad y La novia cadáver). Y pongo el término entre comillas porque tal parece que hoy esos roles se hubiesen intercambiado, como resulta fácil comprobar con sólo echar una mirada al mundo actual. De ello precisamente se percata la voz poética del antes citado Rock de los espantos espantados: "El mundo de ustedes / nos llena de susto. / Ya casi ni vamos/ pa' evitar disgustos. // Lo que hemos visto / nos ha puesto en shock: / guerras, injusticias, / odio, incomprensión. // (…) Al lado de algunos, / somos corderitos / que no amedrentamos / ni a los más chiquitos. // La fama de monstruos / no hay quien nos la quite. / Pero ¿será justa? / Piénsalo y me dices…".

El rock de la momia… es, pues, un libro fresco, lúdico, divertido, y por eso mismo muy recomendable para perderle el miedo a esos terroríficos personajes. Tan risueña revisión lleva a Rodríguez a descubrir, por ejemplo, las ventajas de estar muerto y ser un esqueleto: "Quedarse sin carne / no es cosa terrible, / pues en puros huesos / uno es más flexible. // No hacen falta dietas / ni bajar de peso, / estás a la moda / sin sufrir por eso. // Te sientes ligero, / no pasas calor / y a la hora del baile / te mueves mejor". Verdaderamente delicioso es el Rock de la Mano Asesina, donde se cuenta como ésta se encontró con un productor que le ofreció convertirla en estrella de su próxima película. Era su gran oportunidad para "ser actriz / y triunfar en China, / tener un palacio / grande y con piscina, / mas era una Mano / muy, muy Asesina, / y siguió matando / sólo por rutina". Y si Pedro Luis Ferrer tiene su Son de la suerte esdrújula, la bruja no ha querido ser menos y compuso un rock con esa misma premisa: "Con mi escoba mágica / no hace falta brújula / pues es tan magnífica / que vuela con música. // Es mi escoba eléctrica / con su vuelo técnico / tremendo vehículo / súbito y frenético".


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