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Teatro, Cuba, Yunior

La realidad cubana a tres veces

El reencuentro de tres amigos que llevaban años sin verse es el núcleo central de Jacuzzi, una celebración de la amistad, a la vez que una obra profundamente política

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Tras la salida de Cuba a la que se vio forzado en noviembre de 2021, como consecuencia de haber encabezado la plataforma Archipiélago y la Marcha por el Cambio, prohibida por las autoridades del régimen, Yunior García Aguilera se ha radicado en Madrid. Y tras un período de adaptación y de recuperación de la feroz campaña de acoso y descrédito que sufrió, ha logrado retomar su labor como teatrista.

Ese esfuerzo se ha materializado en el remontaje de Jacuzzi, obra estrenada en Holguín en 2017 por su grupo Trébol Teatro, que fue cerrado por el Ministerio de Cultura. En Cuba, la obra recibió varios galardones, entre ellos en Premio Nacional Aire Frío, de la Asociación Hermanos Saíz, y el Villanueva, que conceden anualmente los críticos. Asimismo, tuvo una muy favorable acogida entre los espectadores. Además fue invitada a festivales internacionales celebrados en España y Brasil. Se convirtió en la obra emblemática del grupo, aunque también hizo que la Seguridad del Estados pusiera a García Aguilera en su lista negra.

En España, Jacuzzi ha tenido una suerte de reescritura. Fue impuesta, en primer lugar, por el hecho de que ha pasado a representarse en otro contexto. Se trata además de un texto que originalmente incorporó varias referencias autobiográficas. Y dado que ni su autor ni Cuba son hoy los de entonces, necesariamente tenía que sufrir cambios. Incluso el nombre de algún personaje y ciertos parlamentos que se decían en las primeras funciones ofrecidas por Trébol Teatro en la Sala Negra de los Teatros del Canal y en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, fueron modificados para la temporada en el madrileño Teatro Lara, que finalizó hace pocos días.

Toda la acción de la obra se desarrolla en un espacio reducido: un cuadrilátero con barras en cuyo centro hay una bañera llena de agua y espuma. Allí tiene lugar el reencuentro de tres amigos que llevaban años sin verse. Dos de ellas, Susy y Pepe, pasaron un tiempo en Europa y les fue bien, y ahora están de regreso en La Habana. El otro, Yunior, permaneció en Cuba y es un escritor inconformista que no quiso seguir siendo acrítico, ni adoptar la doble moral ni doblegarse ante el régimen. Alrededor de esa bañera, se produce el enfrentamiento dialéctico de ese trío, cuyas miradas sobre la realidad del país son contrapuestas.

En apenas una hora, esas tres historias individuales dejan de serlo, para transformarse en un reflejo de la sociedad cubana. O dicho de otro modo, a través de las propias visiones de los personajes se va conformando un retrato de la complejidad de una realidad tan polarizada. Eso resulta posible porque las posturas de Susy, Yunior y Pepe colisionan de manera real y auténtica. Cada uno expresa desde la verdad lo que piensa sobre su país, sin que la opinión de uno tenga más fuerza que las de sus compañeros. Asistimos así al diagnóstico a tres voces de una realidad que resulta abrumadora.

Una sociedad paralizada en el tiempo

Las posturas de esos tres personajes representan, lo apunté antes, aportan tres miradas diferentes sobre una sociedad que permanece paralizada en el tiempo. Pepe es hijo y nieto de defensores del régimen y probablemente han ocupado cargos de cierta importancia, con los privilegios con los cuales van acompañados. De niño se sabía de memoria la “Marcha del 26 de Julio” y disfrutaba entonando loas al Finado. Hoy defiende la continuidad de los valores de una revolución que acabó traicionándose a sí misma. Ataca a los disidentes que actúan contra ella. Pero, ¿lo hace por convicción o por conveniencia? Aun así, no deja de reconocer que la situación de los cubanos es desesperante y que el país se ha deteriorado irremisiblemente.

Susy ha vuelto a Cuba con aires de triunfadora. Gracias al dinero que consiguió reunir, ha podido comprar un apartamento en La Habana. Cumplió así su aspiración a alcanzar una vida mejor, que le proporcione cierto bienestar y un poco más de satisfacciones personales. Ahora puede vivir en su patria y poseer algo que es suyo, aunque el único modo de lograrlo fue irse por un tiempo en el extranjero. Antes fue novia de Yunior y aún sigue enamorada de él. Aprueba su inconformismo y su disidencia, pero teme que eso le lleve a exponerse a la furia de aquellos que no toleran la discrepancia, “los intolerantes que ayer lanzaron huevos y hoy siguen dispuestos a caerle a palos a cualquiera que piense distinto”.

El panorama de la realidad cubana que describe es de una demoledora crudeza: las madres que “celebran que su hija adolescente se case con un anciano europeo a punto del infarto”; las “señoras en licra que hacen cola sin saber para qué”; los chivatos que “te denuncian por cualquiera cosa”; los “cobardes que con la mierda al cuello dicen ¡viva! y aplauden y levantan el puño gritando dignidad sin tener una puta idea de lo que esa palabra significa”; los jóvenes “prostituyen a sus propias novias”; y, en fin, la fauna de “corruptos, chivatos, hipócritas, revendedores, alcohólicos y oportunistas”. Su recapitulación final es que “este país es un cáncer que entró en metástasis”.

A diferencia de sus compañeros, Yunior decidió permanecer en Cuba. Sin embargo, no lo hizo para estar de brazos cruzados, ni esperar a que alguien ponga la cara por él. Siente la obligación moral de que sea su cara la que se exponga, de no usar a otros para expresar sus verdades. Y coherencia con esa idea, ha adoptado la única postura política que cree decente: la del inconforme. Acerca de esto, expresa: “Uno hace las cosas porque no puede dejar de hacerlas. Como un grito, es como un grito que tienes dentro; si no lo sueltas vas a reventar (…) Y después quizás rechazos, elogios, aplausos, críticas, lo que venga ya tú estás dispuesto a aceptarlo porque hiciste lo que tenías que hacer: soltar el grito”.

El reencuentro deviene un enfrentamiento dialéctico

Pero ante sus amigos se muestra sincero y autocrítico. Revela sus luces y sombras y se reconoce antihéroe y perdedor. Confiesa así que, aunque todos dicen que él es muy valiente, siente paranoia y miedo; “el miedo con mayúsculas, el miedo que se te mete por las uñas”. Tiene, asimismo, “el miedo a que Susy tenga razón y lo más inteligente sea quedarse callado. Tengo miedo a quedarme callado y que el día de mañana mi hijo me lo reproche”.

Ese reencuentro deviene un enfrentamiento dialéctico que hace saltar chispas y desata un vendaval de contradicciones sentimentales y políticas. Eso lleva a que desde el presente los tres amigos vuelvan a momentos de su pasado, y hace que se vean metidos en aguas demasiado encrespadas. Salen así a flote las emociones, resentimientos, desengaños y cuentas pendientes entre ellos. Susy nunca ha dejado de amar a Yunior y al tenerlo ahí su amor se reaviva. Pero a la vez, esa tensa pugna les sirve como catarsis para expiar sus culpas.

Al final, los tres están destrozados, pese a lo cual terminan compartiendo un cigarro metidos en la bañera. Esta adquiere entonces un sentido metafórico: se puede interpretar como la imagen de una Cuba donde, a pesar de las diferencias irreconciliables, los cubanos tendrán que aprender a convivir. Con esa escena, el mensaje final de la obra es que, por encima de todo, prevalece la amistad que une a los tres personajes, lo cual significa una pequeña victoria ganada a un régimen que logró introducirse en las familias y se ha dedicado a envenenar las relaciones humanas.

Jacuzzi es, pues, una celebración de la amistad, a la vez que una obra profundamente política. Sobre esto último consigue hablar sin caer en el panfleto, algo que constituye un acierto notable. Su autor lo logra, entre otras razones, porque los tres personajes aportan el contraste idóneo para presentar a una juventud que se debate entre el conformismo, la disidencia activa, la emigración y el escepticismo desprovisto de esperanza.

Son además caracteres bien trazados, que no resultan burlescos ni exagerados, ni se dejan encasillar en los estereotipos. Ni siquiera eso ocurre con Pepe, que reproduce el discurso oficial más manido. Jacuzzi cuenta como principal cimiento el discurso verbal. La obra posee una construcción dramatúrgica equilibrada, y combina los diálogos con monólogos breves. Los diálogos se alternan con monólogos breves y están cargados de intensidad e inteligencia. Están escritos con un lenguaje sometido a un proceso de elaboración. Al hablar, a los personajes se les reconoce como cubanos, pero no emplean un lenguaje pretendidamente popular.

Monólogo con el que rompe la cuarta pared

Además de la autoría de la obra, García Aguilera ha asumido también su dirección e interpreta a al personaje que lleva su nombre. La puesta en escena se sustenta en lo estrictamente necesario: buen ritmo, empleo de los movimientos necesarios, que incluyen entradas y salidas de la bañera, y una buena labor del reducido elenco. Claudia Álvarez y Yadier Fernández defienden a sus personajes con entrega y convicción. La primera interpreta con energía y veracidad a una Susy que navega entre una dualidad amorosa, que juega y manipula y sabe comunicar sus vericuetos psicológicos y existenciales. El segundo apuesta por una labor sobria y da vida a un Pepe cínico y en ocasiones irascible por la incapacidad de ser amado por Susy. En cuanto a García Aguilera, hay en su trabajo una pasión visceral y genuina, que dimana tanto de su formación y su dominio técnico, como del hecho de que su papel incorpora vivencias propias.

García Aguilera tiene un monólogo con el cual finaliza la obra. Con él rompe la cuarta pared y pasa a dirigirse directamente al público como el Yunior real. “Cuando yo escribí esta obra podía hacer teatro en Cuba”, comienza. Luego narra lo que fueron los últimos meses que pasó allí: fue objeto de calumnias y difamaciones por los medios oficiales; dejaron palomas muertas frente a la puerta de su casa; hordas de agentes y boinas negras y defensores del régimen mantuvieron rodeada su casa y revivieron los actos de repudio de la etapa del exilio masivo del Mariel. Llegó incluso a tener que soportar el dolor de que sus propios compañeros de Archipiélago lo tildaron de traidor cuando salió hacia España, cuando lo cierto es que se vio obligado a hacerlo porque las autoridades cubanas lo pusieron ante la disyuntiva del exilio o la cárcel.

Son las consecuencias que deben pagar quienes, como él, se atreven a pensar de modo diferente bajo un régimen totalitario que desde hace más de seis décadas tiene implantado el pensamiento único. Aquel que dictamina, como canta Willy Chirino, “el Partido que parte al que no lo alaba”.