La revolución de la dignidad
Este documental recoge un vívido y estremecedor testimonio de las protestas que comenzaron en la plaza de Maidán a finales de 2013. Un hecho en el cual está el origen de la guerra que Vladimir Putin hoy libra no solo contra Ucrania, sino contra cada uno de nosotros
Es cosa sabida que las series y las películas constituyen el plato fuerte que oferta Netflix. Es además la imagen que la plataforma se encarga de promocionar para captar nuevos suscriptores. No obstante y aunque no encajan en ella, en su extenso catálogo también se puede hallar una cifra considerable de documentales. Algo muy de agradecer, pues se trata de un género que llega a las salas de cine con cuentagotas. Y que además desde hace varios años viene conociendo una excelente etapa.
Gracias a esa política que sigue la plataforma, hace unos días pude ver un documental que cuando se estrenó no vi. Cada semana hay una verdadera avalancha de nuevos títulos, por lo cual es perfectamente comprensible que muchos se nos escapen. A eso hay que sumar lo que antes apunté acerca de que Netflix prefiere divulgar aquellos con más posibilidades comerciales. Fue la triste actualidad que le han dado los hechos que hoy vivimos lo que una noche me hizo detenerme en la película en cuestión: Winter on Fire: Ukraine’s Fight for Freedom.
Comencé a verla sin tener ninguna información previa. La profunda impresión que me produjo su visionado me hizo buscar después datos en la red. Pude averiguar así que el documental fue producido por Netflix y realizado en coproducción entre Ucrania, Estados Unidos y Reino Unido. Lo dirigió Evgeny Afineevski, cineasta y productor israelí-norteamericano de origen ruso, quien contó con la colaboración de Den Tolmor en el guion. Se estrenó fuera de competición en el Festival de Venecia en 2015, y después compitió en el de Toronto, donde obtuvo el premio del público. Asimismo, estuvo nominada a los Oscar en la categoría de mejor documental. Fue, por cierto, la primera producción de la plataforma que figuró en la lista de obras aspirantes a la codiciada estatuilla.
Los acontecimientos que recoge el documental ocurrieron entre noviembre de 2013 y febrero de 2014. Entonces, miles de ucranianos ocuparon la Maidán Nezalezhnosti (Plaza de la Independencia), de Kiev, para protestar contra la decisión del presidente Víktor Yanukóvich, quien es oriundo de Donetsk y era líder del prorruso Partido de las Regiones, de suspender la anunciada firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea. Lo hizo en el último momento, pese a que un año antes había impulsado una campaña pro-Unión Europea. Los empresarios de Donbass la apoyaron, pues sabían que los mercados son mejores en esa zona.
Eso llevó entonces a Vladimir Putin a imponer represalias a Ucrania, para penalizar su giro a Occidente. Aplicó a las mercancías sanciones y restricciones que golpearon la industria. No aceptaba que ese país se negara a estar bajo su esfera, como lo están Bielorrusia y Kazajistán. Eso daba al traste con su proyecto de crear la Unión Euroasiática, además de que cualquier tentativa de democratización en el espacio postsoviético la ve como una amenaza. Teme que el ejemplo se extienda y que incluso suceda lo mismo en casa. Aquellas sanciones fueron las que llevaron a Yanukóvich a frenar el avance hacia la Unión Europea. Rusia lo recompensó en diciembre de 2013 con una ayuda de 15 mil millones de dólares y rebajas en el precio del gas.
Un movimiento iniciado por los jóvenes
Es pertinente decir aquel acuerdo que Yanukóvich frustró era algo más que un simple acuerdo económico de asociación a Europa. Definiría cuál iba a ser el principal socio político de Ucrania y si el país iba a tener la oportunidad de decidir por sí mismo. Aquellas manifestaciones nunca fueron antirrusas, pese a que los medios al servicio del Kremlin iniciaron una campaña para que se las viera así. Los manifestantes reclamaban la ruptura con el gobierno de Rusia, el eterno invasor de Ucrania, así como la incorporación a la Unión Europea. Estaban además descontentos con la economía y con un gobierno que se caracterizaba por un alto grado de corrupción y por no respetar los derechos humanos. Esa era justamente la Ucrania que Putin quería: endeble, pasiva, corrupta.
Quienes fueron a Maidán a manifestarse pacíficamente no respondían, como mantenía Putin, a un golpe de Estado instigado por las potencias occidentales. No representaban a ningún partido o tendencia política, ni a ninguna religión. Tampoco a razas o clases sociales. Eran hombres y mujeres que luchaban por su libertad y contra un régimen autoritario que se negaba a escuchar sus demandas. Inicialmente, fueron los estudiantes quienes encabezaron el movimiento. Este provino de la generación de los 90, que arribó a la mayoría de edad cuando la dominación soviética había cesado. Ya se sabe que una vez que se ha probado la libertad, resulta difícil aceptar la vuelta a la tiranía.
Un hecho circunstancial dio origen así a un movimiento social que incorporó a distintos sectores de la población. A la convocatoria hecha por los jóvenes en las redes sociales, luego se fueron sumando personas pertenecientes a sectores muy diversos. Había profesionales, pensionistas, periodistas, clérigos de varias religiones, artistas, militares retirados. Procedían, asimismo, de muchas regiones del país. Todos estaban unidos por el patriotismo y el sentimiento proeuropeo.
Winter on Fire comienza cuando las protestas están por finalizar, poco antes de la huida de Yanukóvich (fue acogido e Crimea y después pasó a la región rusa de Rostov). Un chico muy joven habla directamente a la cámara: “Esta es la revolución ucraniana. Estaba arrastrando un cadáver. Pisé un charco de sangre. No me sorprende nada. ¿Creías que sería fácil venir a Maidán, estar un rato y volver? Yo no. Siempre quise estar en primera línea”. Detrás de él, otro joven trata de mover un cuerpo que yace sobre el asfalto. “Se acabó. Está muerto”, dice.
Siguen después unos créditos muy breves, tras los cuales una narración en off proporciona un breve resumen del contexto político e histórico. En 1991, Ucrania se independizó de la Unión Soviética. En 2004, Yanukóvich ganó unas elecciones que fueron declaradas fraudulentas. Eso dio lugar a la Revolución Naranja, que logró que los comicios se declarasen nulos. En 2010 hubo nuevas elecciones. Fueron ganadas por Yanukóvich, quien prometió la adhesión a Europa. Sin embargo, en secreto negociaba con Rusia. Mientras el pueblo ucraniano miraba al oeste, él miraba al este. El 21 de noviembre de 2013 se anunció que el acuerdo con la Unión Europea no se iba a firmar. Fue la chispa que provocó que se convocara ir a Maidán a protestar pacíficamente.
Grabado por 28 fotógrafos
El material audiovisual correspondiente al Euromaidán fue grabado por 28 fotógrafos, profesionales unos y aficionados otros. Asimismo, parte del mismo fue registrado con teléfonos móviles. Eso se advierte en la calidad de las imágenes, que a veces varía. En todo caso, hay que decir que en general son nítidas y que la narración fluye bien con pocas repeticiones. A ese valioso material Afineevski incorporó entrevistas a varios de los manifestantes, realizadas después de finalizado el movimiento. Van intercaladas a lo largo del documental y dan una idea de quiénes eran esos hombres y mujeres, así como de su sinceridad y de las razones por las cuales se unieron a las protestas.
El documental recoge el día a día de aquellas jornadas y lo hace a la manera de los corresponsales de guerra. Los fotógrafos corren los mismos riesgos que los manifestantes. Se acercan a la acción tanto como les es posible. Captan cómo delante de la cámara sus compatriotas son golpeados o heridos, y en algunas ocasiones cómo mueren. El filme aporta así un testimonio realista y fiel de los hechos. Conviene advertir que hay imágenes impactantes que exigen un buen estómago para soportarlas, y otras se quedan grabadas en la retina por su fuerza.
Uno de los aspectos que el documental muestra muy bien es la desproporción y la brutalidad con que se reprimió aquel movimiento popular. El gobierno envió a la Berkut, una unidad especial de la policía formada tras la disolución de la Unión Soviética. Desde el inicio de las protestas emplearon porras de hierro y no de plástico. Salieron equipados con equipos antidisturbios y en un momento dado pasaron a disparar con munición real, algo que demuestran los cartuchos tirados en la calle.
Cuando los manifestantes pasaron a estar mejor organizados, la Berkut aumentó su nivel de violencia. Situó francotiradores en las azoteas de los edificios y desde allí disparaban. Reclutaron además a los titushkis, unos matones paramilitares dispuestos a hacer cualquier cosa ilegal por dinero. A algunos se les sacó de la cárcel y muchos fueron infiltrados para que incitasen a la violencia, y de ese modo dar pretexto a la Berkut. El día que los manifestantes trataron de llegar a la sede del gobierno, fueron los provocadores enmascarados quienes estaban en primera línea. Era evidente que Yanukóvich recibió de Moscú la orden de acabar con las protestas de raíz y de cualquier modo. Por eso no dudó en crear una verdadera máquina de destrucción masiva.
La población no podía comprender que una policía que había jurado servir al pueblo demostrara tanto odio a sus propios compatriotas. No solo golpeaban a los manifestantes, sino también a sacerdotes y a miembros del personal sanitario que atendía a los heridos. Un hombre cuenta que mostró a los soldados su credencial de la Cruz Roja y, pese a ello, le dispararon a la pierna. Otro, con la cara cubierta de sangre por los golpes recibidos, le pregunta a un Berkut: “Solo quiero saber por qué. ¿Acaso no sois ucranianos también?”. Y en una de las entrevistas, una joven comenta: “No tengo palabras. ¿Qué clase de madre cría a un monstruo que dispara a propósito a una persona que intenta ayudar a un amigo herido?”.
Nunca huyeron ni se retiraron
En contraste con la cruenta e ignominiosa actuación de las fuerzas policiales, el pueblo ucraniano dio una admirable lección de heroísmo. Si al inicio quienes se manifestaban eran los jóvenes, pronto se les sumaron miembros de otras generaciones procedentes de diversas ciudades. El 1 de diciembre, durante la llamada Marcha del millón, se ve desfilar a ancianos, hombres con muletas, mujeres con cochecitos de bebé.
Al cambiar los métodos represivos del gobierno, cambió también la actitud de los manifestantes. Crearon las unidades de autodefensa de Maidán y quienes las integraban aprendieron a hacer frente a la Berkut. Para ello contaron con el asesoramiento de soldados de reserva y de militares retirados. Levantaron barricadas, fabricaron cocteles molotov, emplearon piedras, quemaron neumáticos para que el humo y las llamas alejaran a los policías. Roman Savelyov, un adolescente de doce años, narra que usaba su tirachinas contra estos.
Aquellos hombres estaban en franca desventaja frente a las fuerzas represivas, pero nunca huyeron ni se retiraron. A pesar del frío y de la despiadada violencia desatada contra ellos, demostraron un gran coraje. En el documental se recoge el testimonio de varios, y a través del mismo expresan su firme determinación: “Hemos venido a morir”. “Estamos dispuestos a dar nuestra vida por la libertad”. Al concluir, los 93 días de protestas dejaron como balance 125 muertos, 65 desaparecidos y 1,890 heridos.
El 11 de diciembre a la una y media de la madrugada, la Berkut comenzó a destruir las barricadas. Ante ese intento de desalojar Maidán, las campanas del monasterio de Mijailovski empezaron a tocar. La última vez que lo habían hecho fue en 1420, cuando los mongoles invadieron Kiev. De igual modo, el monasterio de San Miguel se convirtió en hospital y en cocina para dar de comer a los manifestantes. Desde el primer momento, representantes de todas las religiones se pusieron al lado del Euromaidán. Como expresa en el documental Sviatoslav Shevchuk, arzobispo de Kiev, “si hoy golpean a los estudiantes, mañana pueden golpear a cualquiera”.
Las últimas imágenes de Winter on Fire muestran el entierro de los muertos y el júbilo de los ucranianos reunidos en Maidán, cuando se anunció la huida de Yanukóvich y la convocatoria de elecciones en el mes de mayo. Desafortunadamente, aquel triunfo del pueblo no significó el final de la historia. La reacción de Putin no se hizo esperar: en marzo estalló la violencia armada en la región de Donbass y se produjo la anexión de Crimea por Rusia. Como escribió Mark Leonard, director del Centro Europeo de Relaciones Exteriores, cuando los ucranios salieron a la calle para protestar contra el gobierno a finales de noviembre “esperaban desencadenar una revolución. Cuando derrocaron al presidente Víktor Yanukóvich en febrero, no sabían que había una revolución más amplia que estaba en la mente de Vladimir Putin”.
Hace nueve días, Putin desencadenó en Ucrania una guerra que constituye, lo ha escrito el escritor rumano Mircea Cartarescu, “una singularidad jamás vista en la historia, pues es la primera vez que, tras unas batallas convencionales, se perfila un dedo tembloroso que se acerca al botón del Apocalipsis. Un solo hombre, perdido en sus alucinaciones, puede destruir hoy definitivamente el amor, la creatividad, la compasión, la solidaridad, la felicidad, la contemplación, la sonrisa, la maternidad, la curiosidad, la inteligencia y muchos otros aspectos de la maravillosa criatura humana. La guerra de Putin no es ahora contra Ucrania, sino contra cada uno de nosotros”.
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