Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Kundera, Literatura

La risa de Kundera

En La fiesta de la insignificancia lo risible se habilita, se inspira, en la proporción de ridículas gestualidades de nuestro tiempo

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Milan Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929) es —además de unos de los grandes novelistas contemporáneos— también pianista de jazz: lo descubre el lector por la ondulación de su prosa, se aprecia en las conformidades inquietantes de sus tramas, se sostiene en los azorados gestos de los personajes que merodean sus historias.

Cierta vez declaró que su pianista preferido era Fats Waller (1904 – 1943), el rey del swing en el Harlem neoyorquino y maestro del stride piano. “Mi padre me enseñó a tocar el piano desde niño: cuando ejecuto jazz escribo sobre el teclado calcando el modelo de Waller, quien escribía relatos sobre las teclas; cuando escribo procuro que mis personajes se columpien en las síncopas de un jazz que nace de los armónicos del verbo”, ha dicho el autor de El arte de la novela.

Desde La Broma (1967) a La ignorancia (2000), el escritor de Europa Central más cercano a Kafka ha conformado un cosmos en que una desenfadada visión del mundo se entrecruza con lo grotesco en un cortejo donoso que converge con lo tragicómico. En las tramas del autor de El libro de los amores ridículos, la risa de Dios encarna en los embozos del hombre. El Ludvik Jahn, de La Broma, y el Jaromil, de La vida está en otra parte, representan eso que el narrador checo-francés define como homo sentimentalis europeo.

En su primera novela, La broma, la risa redunda en una metonimia socarrona sobre el estalinismo; en La vida está en otra parte: la poesía es acicate para escapar de la ordinaria circunstancia del totalitarismo; La despedida: amor y odio en los gestos de ocho personajes que manifiestan sus ambivalentes designios y sus sombrías emociones desde zumbonas actitudes; La Inmortalidad: el ser humano es presa breve de las compasiones del tiempo…

“Desde siempre cuestiono con fervor, y a veces con violencia, a quienes quieren encontrar en una obra de arte una actitud (política, filosófica, religiosa...), en lugar de encontrar en ella una intención de conocer, de compartir, de captar este o aquel aspecto de la realidad” (Kundera, El arte de la novela)

La fiesta de la insignificancia (Tusquets, 2014), décima novela de Milan Kundera, está trazada como un ritornelo, encore: epílogo, inventario de la totalidad de su obra. Evidentemente, la presencia más pujante es la de La broma. Pienso que el autor de Los testamentos traicionados escribió esta banal fábula bajo los influjos de una sonrisa redundada. Si en El libro de los amores ridículos hay un desfile de personajes concupiscentes trazados desde una prudencia descarada, y en La broma, amor y goce están bordeados por circunstancias en las que la ausencia del sentido del humor prescribe cualquier situación; en esta fiesta de insignificancias lo risible se habilita, se inspira, en la proporción de ridículas gestualidades de nuestro tiempo.

Siete apartados: “Los protagonistas se presentan”, “El teatro de marionetas”, “Alain y Charles piensan con frecuencias en sus madres”, “Todos andan en busca del buen humor”, “Una plumita planea bajo el techo”, “La caída de los ángeles” y “La fiesta de la insignificancia”. Alain, Ramón, D’Ardelo, Charles... Las memorias de Jrushchov, las veinticuatro perdices de Stalin y el baño de los camaradas. D’Ardelo: la celebración de su cumpleaños y su cáncer inventado. La próstata inflamada de Kalinin. La incontinencia urinaria de Stalin. El jardín de Luxemburgo donde las jovencitas enseñan el ombligo. Kundera hace un retrato de la toda la trivialidad, ligereza y actos tragicómicos que definen el entorno del hombre contemporáneo: guiñoles sobre un tablado que se columpia en el vacío (“hombres hechos a partir de una marioneta”).

“Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”, proclama uno de los personajes de esta novela que sustenta, en la voz de otro de los protagonistas: “la insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. La insignificancia es la clave de la sabiduría y es la clave del buen humor”. Texto inclemente, nostálgico y guasón: crónica de equívocos, las ilusiones aquí están suscritas en la desventura individual y risible de los personajes que habitan estos folios de esperanzas extraviadas. Kundera expone: ríe.


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