La siesta americana: el exceso, la metáfora y su parodia
Con Spring Breakers, el realizador Harmony Korine ha logrado lo que el autor de esta reseña considera el mejor filme de su carrera
Desde el errático desembarco del Mayflower, en la movediza y polémica roca de Plymouth, las bases éticas de la cultura americana han estado principalmente moldeadas por el calvinismo de separatistas y puritanos que fundaron la nación. A pesar de la influencia de otras oleadas migratorias de diversa procedencia, que indudablemente han enriquecido su cultura, y los meandros que causa el andar de la historia, la experiencia americana puede aún resumirse como una entidad perfectamente escindida, si bien no exactamente dosificada.
Se come para vivir, el domingo se descansa, de lunes a viernes por la tarde se trabaja y desde el viernes por la noche hasta el sábado en la madrugada se fiestea. Casi como si fuera por decreto. Los deportes, el entretenimiento y las actividades culturales se planean de acuerdo a las estaciones (aún rige el clima del noreste del país). El béisbol se juega en verano, el fútbol en otoño e invierno y el baloncesto comienza en invierno y alcanza su clímax en la primavera. Nadie se atreve a practicar un deporte fuera de fecha. La programación de televisión comienza en otoño, los cines exhiben películas serias en otoño e invierno y en el verano sólo se exhiben vehículos de entretenimiento banal y para niños. Las librerías ajustan sus ventas y sus recomendaciones de lectura según la temporada del año. En fin, como enseña el Ecleciastés, todo tiene su tiempo.
Por supuesto, dadas las limitaciones, las etapas de diversión hay que disfrutarlas al máximo, lo que genera una cultura del exceso por el exceso mismo. Nada como el “spring break” ilustra esta tendencia. Es como una breve siesta en medio del trajín de la existencia. Dura solamente una semana y a través de los cuatro años de asistencia universitaria, por lo que además, se reduce a una parte de la población. Este efímero y pautado hedonismo, se exprime hasta el agotamiento. Se toma para “estropearse”, no para meramente disfrutarlo, el éxtasis tiene que ser espeluznante, se baila hasta el cansancio y se consumen drogas hasta la inconsciencia. Tiene el añadido aderezo de ser un pataleo contra la ausente autoridad familiar, que consiente como cómplice conocedor de la necesidad de este escape autorizado para mantener en su lugar los controles sociales. En Spring Breakers, Harmony Korine hace una excelente e imaginativa parodia de este evento.
Candy (Vanessa Hudgens) y Brit (Ashley Benson) no hacen más que soñar con el “spring break” y en medio de sus clases universitarias comparten burlonas sus ilusiones y sueños eróticos a llevar a cabo en ese momento. Cotty (Rachel Korine) es también parte del grupo, como lo es Faith (Selena Gomez), una joven un poco más retraída, que pertenece a un grupo juvenil de renovación cristiana que no acaba de llenar sus necesidades y la llena de dudas por lo que no ha disfrutado. Al parecer, hace años que intentan pero no pueden ir al evento porque no tienen dinero. Hartas de posponer su sueño, Candy, Brit y Cotty deciden asaltar el Chicken Shack, una cafetería de mala muerte, y con el dinero que obtienen se van una semana para St. Petersburg, en la Florida, a disfrutar de la folclórica bacanal.
Una vez llegadas a su destino comienzan a disfrutar de las festividades a todo tren como para recuperar los años perdidos, pero de tanto alcohol y tanta cocaína, resultan arrestadas y sancionadas a varios días de cárcel. Aquí entra en juego Alien (James Franco), un rapero blanco que tiene más surcos de maíz en su cabeza que todo el estado de Indiana. Este, quien las observó durante el juicio y que las había visto anteriormente en su espectáculo, les paga la fianza y con su consentimiento se las lleva para su casa. Las introduce al mundo de sus amigos y enemigos, un ambiente de bajo fondo que aterra a las muchachas, principalmente a Faith, quien decide regresar a su casa. Tras unas escaramuzas nocturnas en las cuales Cotty resulta herida levemente, esta también decide regresar y solamente se quedan Candy y Brit a expensas de las manipulaciones de Alien. Aquí es donde el guión da un giro sorpresivo, aunque paulatino, que sirve para despedazar las expectativas del espectador y poner bocabajo el argumento de la película. El sueño se vuelve pesadilla para quien menos uno espera y el final, abierto y surreal, se convierte en una parodia del argumento y el spring break resulta una metáfora del aburrimiento de una juventud alienada, inconsciente de lo que tiene y que sin darse cuenta acude a la imbecilidad como paliativo contra la monotonía suburbana.
No soy lo que se dice un devoto de Harmony Korine, quien en sus primeros años entusiasmó mucho a Werner Herzog. Gummo (1997) y Julien Donkey-Boy (1999) me parecieron dos obras interesantes de alguien que hace demasiado esfuerzo para hacer algo diferente y para que lo tomen como un rebelde serio. Sin embargo, la más calmada Mister Lonely (2007), cuyo elusivo personaje central está basado en la figura de Michael Jackson, me pareció un trabajo bien logrado. No he visto Trash Humpers (2009), pero con Spring Breakers ha logrado lo que considero el mejor filme de su carrera, parece al fin haber cumplido su promesa y justificado el entusiasmo de Herzog y de Larry Clark, para quien escribió Kids (1995), filme que le otorgó la clasificación de joven prodigio, ya que hizo el libreto cuando contaba con apenas 21 años.
Korine narra este filme elípticamente, con secuencias repetidas que se extrapolan temporalmente y desde distintos ángulos espaciales. Lo filma y lo edita como un prolongado y narcotizador video musical, respetando todos los elementos del género para al final volverlos contra sí mismos. Sostiene una ambivalencia argumental que se mueve entre el sarcasmo y la tensión, entre amenazas ciertas y soluciones imaginarias que resuelve con eficacia y creatividad. Las referencias intertextuales a las influencias de los juegos de video y el hedonismo de ocasión son de una mordacidad acertada. Su único defecto es que a veces machaca demasiado sobre ciertas tesis, pero nunca llega resultar obvio ni didáctico. A veces sugiere más de lo que después logra, pero en general, nunca se toma totalmente en serio y esto lo salva.
Vanessa Hudgens y Ashley Benson están muy bien en sus papeles. Expresan una perversidad subliminal que acentúa perfectamente la ingenuidad juvenil de sus personajes y despliegan un erotismo agresivo que va in crescendo a medida que van absorbiendo el nuevo ambiente. Selena Gomez también logra, en su más breve rol, expresar confusión y ambigüedad a la muchacha que quiere deshacer su madeja moral y desencadenar su sexualidad pero no se atreve ni a lo uno ni a lo otro y mantiene todo a nivel de espejismo. Rachel Korine, la esposa del director, es quien menos se destaca. Al aparecer James Franco en pantalla, me pareció que iba a resultar un cliché más, pero a medida que avanza la trama se desenvuelve muy bien en este estereotipo del estereotipo que caricaturiza a este personaje de la cultura de los videos.
La música y la fotografía se conjugan armónicamente para crear un ambiente de goce constante, de un sueño del que se teme despertar, de un vacío existencial que es como una pequeña fractura en la homogeneidad lineal de la norma cotidiana. Korine se divierte mientras parodia la necesidad de pedir permiso para pecar.
Spring Breakers (EEUU, 2012). Guión y dirección: Harmony Korine; Director de Fotografía: Benoit Debie; Con: Vanessa Hudgens, Ashley Benson, Selena Gomez, Rachel Korine, James Franco y Gucci Mane. De estreno amplio en casi todas las ciudades de Estados Unidos.
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