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Artes Plásticas

La sombra y el asombro

Una muestra de Abelardo Morell enfatiza los temas principales que ha trabajado el fotógrafo durante casi dos décadas.

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"Pronto vendría la luz del día, llena de sombras. / y a la luz, sintiéndose acogido, las sombras / ocuparían un único espacio, / sin mansalva…" (José Kozer)

La visión revelada


Desde principios de enero de 2007 ha viajado por varios países la exposición Visión Revelada, con una selección de obras de Abelardo Morell. Primero expuesta en el Patricia and Phillip Frost Art Museum, de Miami, la muestra ha visitado ya el Museu de Arte Moderno de Sao Paulo y el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile. Su presencia en el Centro de la Imagen, de la Ciudad de México, entre junio y agosto, constituye un verdadero privilegio para el público mexicano y un reconocimiento del prestigio de la institución.

Curada por Elizabeth Cerejido, la exposición reúne obras realizadas por Morell desde los años noventa hasta el 2003 aproximadamente. Pese al amplio período que abarca, la selección, inteligentemente realizada, no organiza las obras siguiendo un criterio cronológico, sino enfatizando los temas principales que ha trabajado este autor durante casi dos décadas. Por lo menos tres de estos temas están ya suficientemente definidos como para que se tengan en cuenta en cualquier recopilación de las fotografías de Morell. Me refiero a sus fotografías de libros o páginas impresas, sus reproducciones de obras de arte y sus escenas de cuartos oscuros. Estos han sido los pretextos de Abelardo Morell para explorar un tema omnipresente en todo su trabajo: la manera inexplicable, casi misteriosa, con que la realidad puede revelarse ante nuestros ojos.

El título de la exposición puede parecer un lugar común. Hablar de una "visión revelada", en principio no dice mucho sobre la obra de ningún fotógrafo en particular. Cualquier fotógrafo hoy día puede sentir su trabajo digno de esos términos. De hecho, ya palabras como "visión" y "revelación" forman parte de la retórica adjunta al vocabulario que usa la crítica más elemental para hablar de fotografía. Y sin embargo, pocas veces he sentido como ahora que esos términos son los más adecuados para resumir la poética de un fotógrafo.

En el trabajo de Abelardo Morell la realidad fotografiada se nos presenta como revelación. Referido a esas fotos, el término visión no alude tanto al acto de ver (una atribución del espectador) como al acto de revelarse (una atribución del objeto). Sentir las cosas fotografiadas por Morell como "visiones" implica intuir su cualidad imaginaria, y disfrutar esa atmósfera de idealidad con que el fotógrafo sabe impregnarlas. Implica también descubrir en las cosas una cierta voluntad de aparecer, como si no bastara con que el fotógrafo fuera en busca de ellas. O, en todo caso, como si la fotografía fuera capaz de mostrar mucho más de lo que buscaba el fotógrafo.

El presentimiento de lo mágico es una de las posibilidades que ofrecen estas fotos para el placer estético. Pero éste no se realizaría plenamente si no fuera por la exquisitez de la factura. Cada una de las fotografías exhibidas aquí es un objeto bello. Están impresas impecablemente, montadas con sobriedad y buen gusto, desplegadas con elegancia y medida. En realidad, esta es una de las mejores exposiciones que se han mostrado en el Centro de la Imagen en los últimos años. Y, dicho sea de paso, demuestra que el espacio tiene suficiente valía para exhibir obras con una cualidad museográfica impecable.

Fotógrafo cubano

Abelardo Morell llegó a Estados Unidos cuando tenía 14 años. Ha mencionado a Robert Frank, Diane Arbus y Cartier-Bresson entre los fotógrafos que más fuerte impresión le causaron al principio de su carrera. Toda su formación cultural y profesional, así como la mayor parte de su vida, ha transcurrido en Estados Unidos. Y probablemente, pese a eso (o precisamente gracias a eso), yo siento que Morell llena uno de los espacios vacíos que ha tenido por años la fotografía cubana.

La historia de la fotografía cubana no cuenta con muchos artistas tan finos, tan sensibles y tan inteligentes como Abelardo Morell. Sólo me atrevo a mencionar un nombre que puede emular los niveles de exquisitez formal e intelectual de este autor, y es Eduardo Muñoz Ordoqui, fotógrafo también exiliado en Estados Unidos (y la coincidencia puede ser útil para algunos, pero no para mí, pues me consta que las influencias de la fotografía norteamericana y de la europea estaban presentes en la obra de Muñoz mucho antes de salir de Cuba).

Es posible que la obra de Morell fuera desconocida en Cuba antes de 1994, cuando Ricardo Viera organizó una exposición de fotografía cubanoamericana, durante la celebración de Fotofest, en Houston. El hecho de que esa exposición coincidiera con una muestra de fotografía cubana organizada por Wendy Watriss, puede haber contribuido a que algunos fotógrafos cubanos conocieran el trabajo de Morell. Sin embargo, es muy difícil hablar de influencias.

Abelardo Morell no hace el tipo de trabajo que puede influir inmediatamente en otros artistas. Su obra es demasiado personal para ello. A lo más que podemos aspirar es a que los jóvenes fotógrafos cubanos encuentren ahí un paradigma estético al estilo del que nos ofrece un poeta como José Kozer, por poner sólo un ejemplo. Siempre he tenido el deseo de comparar a estos dos artistas porque comparten el gusto por las presencias cotidianas, las atmósferas apacibles, los cruces fugaces entre distintos universos. Y ambos suelen encontrar en esos mundos domésticos (o domesticados) las claves de lo trascendental. Tal vez por eso intuyo, tanto en la poesía de Kozer como en la fotografía de Morell, un sentimiento de afable religiosidad. Como si cada una de sus obras en realidad pretendiera demostrar que lo bello, lo misterioso, o lo sensual, son solamente ecos de una bondad que nos rebasa.


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Imagen de cámara oscura de El Vedado, La Habana, hacia el noroeste (2002).Foto

Imagen de cámara oscura de El Vedado, La Habana, hacia el noroeste (2002).

Visión Revelada