Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Artes Plásticas

La sombra y el asombro

Una muestra de Abelardo Morell enfatiza los temas principales que ha trabajado el fotógrafo durante casi dos décadas.

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Papeles simbólicos

Creo que solamente partiendo de una intensa relación con lo espiritual puede llegarse a niveles de perfección formal como los que alcanza Abelardo Morell. Modificando un poco este planteamiento, puedo decir que solamente con una aguda percepción del mundo concreto se puede llegar a una formulación tan perfecta del mundo como abstracción. Esa doble cualidad, no necesariamente antagónica, es la que reflejan los objetos fotografiados por Morell.

En especial con sus fotografías de libros logra proporcionarnos una cercanía física que deviene casi metamorfosis. Los acercamientos se expresan también como formas de distanciamiento, en la medida que el objeto parece refugiarse en una distancia dada por el paso de lo concreto a lo abstracto. De esa ubicuidad no escapan sus fotos de billetes amontonados, aunque ni el propio autor podría evitar que leyéramos también en esas imágenes todas las implicaciones del dinero acumulado, con su desmesura casi irreal.

Joan y Sir William Butts

Joan y Sir William Butts (Museo Gardner, 1998).



Extraer de su pesada materialidad esas evidencias del poder y la riqueza, para llevarlas a un plano de abstracción e idealidad —de ficción en última instancia—, es una de las mayores audacias poéticas que se ha permitido este autor. Después de esto, se entiende que estas fotos sean equivalentes a sus ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas o a las reproducciones de obras de arte que él mismo ha tomado de libros o de cuadros en algunos museos.

No me extraña que Abelardo Morell se haya referido a los mapas, las ilustraciones de libros e incluso al dinero, como "papeles simbólicos". La crítica contemporánea los calificaría como textos. Pero lo importante aquí es ver el texto impreso en su unidad con el soporte, configurando un objeto cuyo simbolismo va más allá de lo representado. Es obvio que el simbolismo de un billete no radica solamente en que contenga impresa la figura de un Padre de la Patria. Tampoco el simbolismo de un libro radica en que reproduce una obra de arte o un retrato de un escritor famoso. Lo interesante de todo esto es que en la cultura moderna, el simbolismo del papel ya no depende de lo que reproduce o lo que representa, sino de su importancia para la representación.

En estas circunstancias, las fotografías (que también son "papeles simbólicos") estarían reproduciendo, por medio de otros objetos, su propia cualidad reproductiva. De hecho, siempre he visto la reproductividad como una de las lecturas a que convoca la obra de Morell. Esta conclusión puede ser un poco fría (o excesivamente técnica), pero no puedo evitar pensar que uno de los temas básicos de sus fotografías es la propia fotografía, por lo que tiene de simbólico, por lo que tiene de invención y por lo que tiene de reproducción.

Las fotos con el tema de la cámara oscura son las que mejor ejemplifican lo que acabo de decir. Son obras que tiendo a interpretar como el extremo paradójico de una estrategia de desmaterialización de la fotografía. Estrategia que para mí es una de las claves para entender la fotografía contemporánea. Y que, viendo el conjunto de esta exposición, se me ocurre enunciar como el extremo paradójico de un proceso de abstracción de lo fotográfico.

Abelardo Morell ha sido profesor de fotografía durante mucho tiempo. Ya es conocido el hecho de que algunas de las primeras fotos de esta serie surgieron marcadas también por una intención didáctica. Pero como obras de arte, estas fotos parecen más bien la documentación de una investigación conceptual acerca de la cualidad especular, o refractante, de la fotografía. El resultado es un discurso tautológico (fotografía de o sobre la fotografía) donde el tema (la fotografía, pero también el proceso para construirla) desplaza en importancia al objeto figurativo (la fotografía, pero también la documentación del proceso). Aunque sea momentáneamente, la fotografía pasa a representar la descorporeización de lo fotográfico y, en consecuencia, la pérdida (o al menos la precariedad) de esa ilusión de permanencia que daría finalmente la fijación de la imagen sobre el papel.

Con esto Morell saca partido de las posibilidades estéticas de los procesos de inversión de lo real en que se basa la fotografía. Pero sobre todo mantiene como centro del funcionamiento estético de su obra, lo inmaterial, lo intangible y lo ilusorio. No por gusto estas son las fotos más fascinantes de este autor. En parte porque son las que de manera más evidente poseen una "atmósfera", la que viene asociada a una efectiva dramatización del espacio. El hecho de que aparezcan superpuestas dos realidades, y que una de ellas sea una realidad invertida, le da a cada una de estas fotos un carácter ambiguo y teatral. Pero el hecho de que toda esta teatralidad se logre sobre la base de algo tan elemental como es la sombra, nos lleva a intuir la persistencia de un residuo mágico en la representación, residuo que deviene uno de los estímulos para el goce estético.

Es cierto que todo esto nos despierta el deseo de especular sobre la cualidad fundamental de lo fotográfico. Porque de alguna manera se está exhibiendo el aparato simbólico mediante el cual solemos aceptar como atemporal e inmutable algo que en realidad es circunstancial y efímero. Pero tanta especulación sería muy aburrida si no estuviera mediada por el talento de Morell para convertir lo efímero en algo bello y seductor. Aunque —aceptémoslo— no se trata solamente de talento, es también una cuestión de sensibilidad.

Abelardo Morell tiene una mirada candorosa, que todavía conserva la capacidad del asombro. Y si sus fotos de cuartos oscuros son tan fascinantes es porque nos transmiten un asombro casi infantil, casi primigenio. Que el asombro venga provocado por la sombra, se me antoja perfectamente lógico. En la sombra se intuye el doble, y de ahí surgen algunos de los misterios de los que el arte se hace eco. Las fotografías de Morell tienen ese gran mérito: dejan intacto el misterio y, con eso, preservan uno de los valores intrínsecos del arte.


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Imagen de cámara oscura de El Vedado, La Habana, hacia el noroeste (2002).Foto

Imagen de cámara oscura de El Vedado, La Habana, hacia el noroeste (2002).

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