Actualizado: 28/03/2024 20:07
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CON OJOS DE LECTOR

La televisión acaba con todo

Títulos buenos y espantosos, largos y cortos, ingeniosos y anodinos, iluminadores y confusos. Una ojeada al modo como los escritores cubanos bautizan sus libros.

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Meses atrás, el novelista español Andrés Ibáñez publicó en el suplemento cultural del diario ABC un artículo, Sexo en días de lluvias, cuya lectura, además de disfrutar, me sugirió la idea de tratar de hacer algo parecido aplicado a Cuba. Me explico. Ibáñez reflexiona allí acerca de la importancia que tienen los títulos en las obras literarias, y eso lo lleva a interrogarse sobre varias cuestiones relacionadas con el tema: "¿Hasta qué punto afectan los títulos a los lectores? ¿Será posible que alguien compre un libro o lea un artículo simplemente porque le guste o le intrigue un título? ¿Es posible que haya lectores tan frívolos?".

Esas preguntas formuladas por el autor de La sombra del pájaro lira, a algunas de las cuales da respuesta, me llevaron a tratar de aplicar esa indagación a las obras de autores cubanos. Como en todas las literaturas del mundo, en la nuestra se han publicado libros que vinieron al mundo con títulos no ya anodinos y torpes, sino sencillamente espantosos. Piensen, por ejemplo, si alguno de los que a continuación cito los invitaría o estimularía a adentrarse en sus páginas. Como dice Bette Davis en una de sus películas, abróchense los cinturones: Amarguras de la vida, Poemas proletarios, La mulata, Canto a Villa Clara, Aurora y barricada, Por nefas, Poemas siderales, Lo que pide la ambición, Hermas viales, El tormento de vivir(Tristes amores de una niña ingenua), Cartilla y farol. Poemas militantes, Cecilia la matancera, Dios es lo bello absoluto, Poemas mambises, En el punto rojo de mi kolimador, El cafetal azul, Lágrimas de un ángel, Por el rastro de los libertadores, Guateque a Alfonso Camín en décimas de batey, Ritmos de solá, Entre sangre y esperanza (Acentos de quejas y rebeldía bajo la dictadura), Los caminos enanos, El espesor del pellejo de un gato ya cadáver, Viaje al cazabe, Sigo zurciendo las medias de mi hijo, En el país de las mujeres sin senos, Se me ha perdido un hombre, De Hatuey a Fidel (¡solavaya!)… Alucinados, ¿verdad? A que sí. Pues todos, toditos son auténticos. Si lo dudan, busquen en los catálogos de las bibliotecas y comprobarán. Al igual que ocurre con esos espantosos nombres que empiezan por y griega que tanto abundan hoy en Cuba, tales títulos condenaron a esos textos a cargar con ellos para siempre, más allá de que sus valores literarios fueran escasos o inexistentes.

Pero al lado de ese museo de los horrores, se puede crear otro con buenos títulos. En el mismo yo incluiría, por diferentes razones, Memorial de un testigo, Notas de un simulador, El correo del azar, Cajón de parafernales, Elegía sin nombre, Aventuras sigilosas, Inventario de asombros, El oscuro esplendor, Richard trajo su flauta y otros argumentos, Habanecer, Cuerpos en bandeja, Muecas para escribientes. Pero no crean, tampoco es que haya muchos. Cabrera Infante dejó varios títulos estupendos: Tres tristes tigres, Exorcismos de esti(l)o, Mea Cuba, Vidas para leerlas. Existen, por otro lado, buenos textos que llevan títulos que los afean mucho. El mejor ejemplo de ello es El lobo, el bosque y el hombre nuevo, el conocido cuento de Senel Paz.

Hay asimismo autores que han reinventado con ingenio títulos ya existentes. Pienso en Alejo Carpentier ( El recurso del método), Reynaldo González ( Llorar es un placer), Eduardo López Morales ( Ensayo sobre el entendimiento humano), Guillermo Cabrera Infante ( La Habana para un infante difunto). Esta última novela, por cierto, cuando se tradujo al inglés adquirió un título más corto e igualmente bueno: Infante's Inferno. A veces, no obstante, eso es algo que trae sus problemas. En la introducción de La quinta nave de los locos, Manuel Pereira expresa: "Al principio este libro se llamó La nave de los locos, pero el editor me pidió cambiarlo, arguyendo que ese título ya estaba en circulación (…) Es verdad que La nave de los locos fue un concepto usado por Pío Baroja, pero él lo tomó prestado de unos grabados de Durero que, como el óleo del Bosco que cuelga en el Louvre, se inspiraron en la sátira poética de Sebastián Brandt así titulada. Sacando la cuenta de tantas naves y de tantos locos, la mía viene siendo la quinta". Y a propósito de cambios, recuerdo un poeta santiaguero que en los años ochenta ganó mención en el concurso 26 de Julio con el poemario Animal de fondo. Por suerte, un alma caritativa lo convenció de que le cambiase el título por otro que no hubiera sido usado ya por Juan Ramón Jiménez.

Hasta el siglo XIX, la brevedad de los títulos era un hábito poco frecuente entre nosotros. Es a partir del XX cuando los autores comienzan a adquirir el gusto por las palabras cortas: Ala (Agustín Acosta), Proa (Rafael García Bárcenas), Coaybay (José Antonio Ramos), Bongó (Ramón Guirao), Tam-tam (Federico de Ibarzábal), Tobías (Félix Pita Rodríguez), Reino (Eugenio Florit), Jardín (Dulce María Loynaz), Tengo (Nicolás Guillén), Cuerpos (Fayad Jamís), GH (Georgina Herrera), Trenos (Armando Álvarez Bravo), Tres (Roberto Friol). Eso no quiere decir, sin embargo, que no existan también obras con títulos más largos de lo habitual. Ahí tienen, para ilustrar, Décimas por el júbilo martiano en el centenario del Apóstol José Martí (Emilio Ballagas), Aventuras eslavas de don Antolín del Corojo y crónica del Nuevo Mundo según Iván el Terrible (Luis Manuel García), Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud (Antón Arrufat), Algo para la palidez y una ventana sobre el regreso (Gustavo Eguren), Variaciones a como veredicto para el sol de otras dudas: Fragmento de una construcción 1936 (Lorenzo García Vega), Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios hace bailar sobre un pingüino ebrio (María Elena Hernández).

También en nuestro teatro contemporáneo los hay: La triste y dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés (Abelardo Estorino), El camarada Don Quijote, de Guanabacuta Arriba, y su fiel compañero Sancho Panza, el de Guanabacuta Abajo (José R. Brene), Aparentaciones sobre la vida y la muerte del bandolero nombrado Polo Vélez con tiros y canturías (Rafael Hernández), Juana de Belciel, más conocida por el nombre de religiosa de Madre Juana de los Ángeles (José Milián). Claro que ninguno puede compararse con aquellos que solían ponerse décadas atrás, como éste perteneciente a una obra de Emilio Blanchet: Estudio acerca de la población de América en general, expresando las inmigraciones y cambios operados en la misma desde los tiempos pre-históricos hasta la llegada de Colón a dicho continente.


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