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Cine, Arte 7

Las mandarinas de la discordia

El director y guionista Zaza Urushadze logra en esta película mantener un balance, sin caer en la pedantería altisonante ni en la ridiculez de la pedagogía inspirativa

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La zona costera de Abjasia, ubicada entre el Mar Negro a un lado y las faldas del Cáucaso al otro, se supone sea una de las zonas más bellas del mundo, algo así como una Cote d’Azur oriental. Tan es así, que fue el área favorita de Stalin para sus veraneos. Poseía un grupo de casas en las afueras de Sochi y gustaba transitar entre esta ciudad y Gagra, a unos sesenta kilómetros al sur y muy cerca de su natal Gori, en el corazón de Georgia.

Es una región en la cual el cultivo de la mandarina es una producción esencial para su economía y es también una región de ancestrales conflictos étnicos. Abjasia es considerada como parte de Georgia… por los georgianos, y como un país independiente por los lugareños. Durante el período de dominio soviético los conflictos étnicos fueron reprimidos con mano dura por el bien del imperio. Desde principios del siglo veinte, miles de estonios vinieron desde su república báltica a asentarse en esta región y a dedicarse al cultivo de las mandarinas y de sus industrias consecuentes. Una vez desintegrada la Unión Soviética, los conflictos étnicos resurgieron con nuevos bríos.

En ese marco histórico y esa localidad geográfica suceden los hechos que narra el filme Tangerines (Mandarinas), que fue una de las cinco finalistas al Oscar a la mejor película en lengua extranjera, representando a Estonia. El año es 1992, tres años después de la desintegración del bloque soviético y la caída del muro de Berlín. Es el primer conflicto entre separatistas abjasios, apoyados por los rusos y los mercenarios chechenos, y la recién renacida República Democrática de Georgia, a cuyo territorio perteneció Abjasia por muchas décadas.

Ya casi todos los residentes de origen estonio han regresado a su país de origen. Humanamente el paisaje está desolado y es desolador. Ivo es un carpintero y un hombre de mil oficios que se dedica a confeccionar cajas de madera para transportar las mandarinas que cultiva su vecino Margus. Pero en la aparente calma que dibuja la soledad, aparecen y desaparecen los rostros de la guerra.

Se presentan soldados de ambas facciones y durante una escaramuza entre chechenos y georgianos, mueren casi todos los involucrados, excepto dos malheridos que Ivo recoge en su casa. Uno es georgiano y el otro es checheno. Se odian a muerte por razones que una vez cara a cara apenas pueden expresar con coherencia. Ivo establece las leyes de su casa. Tienen que coexistir mientras estén bajo su techo. Triunfa el código de honor no escrito, los convalecientes respetan la voluntad del anfitrión, a pesar de pequeños insultos mutuos.

Pero el espectro de la guerra continúa asechando y reapareciendo. Unas bombas caen e incendian la casa de Margus, vienen guerrilleros abjasios en busca de georgianos o chechenos y los huéspedes se protegen y van forjando una relación de amistad agria una vez descontextualizados del conflicto. Margus insta a Ivo a abandonar la región y a regresar a Estonia, porque “ya las cosas han cambiado allá”. Pero Ivo, por razones que se van comprendiendo a medida que avanza el filme, se resiste.

El filme presenta temas importantes y a la vez corre el riesgo de perderse en la cursilería. Sin embargo, el director y guionista Zaza Urushadze logra mantener un balance, sin caer en la pedantería altisonante ni en la ridiculez de la pedagogía inspirativa. Rehúsa rebajarse a la mensajería, a pesar de que el tema es proclive a ello. Nunca prima la “bondad humana” por encima del horror de la guerra, producto de esos mismos “humanos”.

Urushadze (Georgia, 1965), es un director desconocido fuera de su país. Comenzó a hacer cine poco después de la independencia georgiana y este es su quinto largometraje. En Tangerines trata de equilibrar recursos narrativos efectistas del cine convencional, con un ritmo lento que permite que la trama y los personajes se vayan desarrollando sin concesiones. Quizá no logra ni lo uno ni lo otro, pero mantiene una dignidad artística admirable. Compensa sus excesos.

Las actuaciones son impecables. Principalmente Lembit Ufsak en el rol de Ivo, un veterano actor, también desconocido fuera de las fronteras de Estonia, pero de gran presencia dramática. Un hombre que con un par de gestos sutiles es capaz de trasmitir emociones intensas así como el dolor anquilosado. Giorgi Nakhashidze, otro veterano desconocido quien tuvo una breve participación en la película franco-georgiana A Chef in Love, se muestra imponente y convincente en el rol de Ahmed, el mercenario checheno.

La excelente fotografía de Rein Kotov, otro veterano desconocido que empezó en el cine tras la independencia de Estonia del bloque soviético, realza la belleza del paisaje como acento al contexto en el cual el conflicto ocurre, sin caer en el facilismo de la postal turística. Logra una belleza visual que destaca el drama que sucede en la cinta. Igual función cumple la música de Niaz Diasamidze. Después de ver esta película y las otras cuatro finalistas al Oscar extranjero de la última edición, pienso que ha sido el mejor grupo de los últimos veinte años.

A pesar de moverse entre conflictos étnicos ancestrales, borrosos y casi anacrónicos códigos de honor y una impresionante belleza natural, rozando los temas de la amistad, la violencia, el odio, el respeto a los ancianos y la inutilidad de las identificaciones políticas, Tangerines, se mantiene como un buen filme gracias a la modestia de sus objetivos. Presenta sin ofrecer soluciones, sin engañar al público con mensajes redentores. Es un espejo de la discordia y su irracionalidad.

Tangerines (Estonia/Georgia, 2013). Guión y Dirección: Zaza Urushadze. Fotografía: Rein Kotov. Con: Lembit Ulfsak, Giorgi Nakhashidze, Mikheil Meskhi y Elmo Nuganen. El filme se presentó brevemente en Los Angeles y Nueva York y en algunas ciudades americanas, entre ellas Miami. Ahora se encuentra disponible en DVD a través de Netflix, Amazon y otros sitios de la red.


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