Actualizado: 18/04/2024 23:36
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«Las muñecas las putas las estatuas» de Nuvia Estévez

Las 92 página de este libro contienen más de 40 poemas, desde algunos extensos hasta otros epigramáticos

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Nuvia Estévez (NE) nació en Puerto Padre, Las Tunas, Cuba, en 1971 y en la actualidad vive en Miami. En 2001 allá, en la Isla, obtuvo el Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con su poemario Maniquí desnudo entre escombros. Asimismo, ha dado a la luz otros libros de poemas: Últimas piedras contra María Magdalena y Arrepentida de llamarme Circe, son dos de ellos.

Ahora nos llega Las muñecas las putas las estatuas por la vía de CAAW Ediciones, donde se luce el diseño en general de Jorge Luis Álvarez —incluido el rojo lúbrico del exterior del libro—: 92 páginas contentivas de más de 40 poemas entre extensos, menos extensos, epigramáticos, etcétera.

Es una fortuna comprobar que NE escribe poesía distante de aquellas mujeres que en fechas aún recientes se esforzaban en hacernos llegar versos con una intención machuna extra, lo cual, al agredir de alguna manera al “machismo”, hacía que sus versos padeciesen de cierto “hembrismo”.

Como otras poetas cubanas, sus textos no tienen nada que envidiarles a los de varones o los gays o las lesbianas. O lo que sea.

Mal bien se hacen las poetas cuando se aíslan y conciben lecturas, presentaciones, mesas redondas, eventos solo para mujeres escritoras de versos. Y también de narrativa, se sabe.

Mal. Casi siempre lo que resulta aislado o se autoaísla, ocurre con la finalidad de sobreprotegerlo o sobreprotegerse. Por ello les damos resguardo especial a los niños o los viejitos o los inválidos.

Y la creación poética, y las demás, caen en ese “casi siempre”.

¿Quién, a estas alturas, podría pensar que una mujer es menos poeta, por ser mujer, que un hombre?

En Las muñecas las putas las estatuas el verso libre, el soneto, la décima parten hacia lo cotidiano —dicho sea en su favor: lo cotidiano asimilado, no maldecido como ocurre con tanta poesía (esto no quiere decir que poemas de este corte deban resultar, a su vez, maldecidos)— o ese fervor por proclamar el tiempo ido, tanto el relativamente reciente como aquel que surte las entretelas de la niñez ya lejana.

En poemas como “Daguerrotipo” (Págs. 13-14) hallamos además el ingenio y el planteo que en mi opinión solo a un-una poeta puede ocurrírsele: esa aguda señal de la convergencia de los tiempos, las edades. “Nadie puede ser todas Esas tres niñas que se/ aúpan y desmiembran”. Creo que este poema resultaría un buen ejemplo expuesto por un filósofo de la dialéctica; como igual “Vocabulum”, que inicia el libro.

Lo cotidiano antes citado lo podemos encontrar en la página 39 o la 44 o la 60. Veamos de la 39, donde a su vez la alusión refuerza la propuesta: “Tengo amigas exóticas/ esquizofrénicas/ que me salvan de la inopia/ y la estupidez humana/ A veces creo que las amo/y les doy la flor que sembré en el patio/ los vestidos nuevos/ la historia íntima”. De la 44: “Son las 4:00 a.m./ Mañana despertaré serenamente/ a organizar mis cuatro desatinos”. De la 60: “En esta nueva casa/ no he podido escribir/ un maldito poema/ Ahora frío pescados/ Mi hombre se debate/ entre él y la indiferencia”.

He leído el volumen sin atender, con toda intención, a sus tres secciones —“Las muñecas”, “Las putas”, “La estatuas”—: resulta que el universo poético, esa cosa compuesta fundamentalmente por los tonos y sus gradaciones, así como por los temas y asuntos asumidos, va de una sección a otra con apenas disonancias; salvo, en mi opinión, cuando aquí o allá crea la discordia una décima.

Trataré de demostrar lo dicho en el principio del párrafo anterior.

Tomo de “Las muñecas”, estos versos del magnífico Juego de azahares: “Si pudieras desde tu sitio pequeñísimo de flor volar/ hasta mi árbol desgajado no te asustaría el grito de/ pájaro/ salvaje que canto cuando tengo frío”. De “Las putas”, este, tajante, que parece humear tenuemente desde la página, ella escucha a benny moré mientras los forasteros almuerzan, estos versos: “Alguien me pasa un caramelo blanco/ como la mentira/ Yo no he querido masticar su luz/ que sabe a nada/ y me he sentado/ al revés de los banquetes pálidos/ de la lengua”. De “Las estatuas”, cito estos versos de desde el fondo —extenso poema que viene a ser uno de los más logrados del libro— “Pude lanzar mi corazón en una botella/ partir desnuda tras las malolientes gaviotas/ pero nunca tuve un mar el soplo de las velas/ la danza de su ruido pálido y mecánico”.

Son trece los poemas expresados mediante la décima. Y de estos yo respondería solo por dos. “Toma mi vena”, página 65 (Claroscuro Abracadabra/ del destino a que me anudo/ Canto azul si me desnudo/ Canto rojo que te labra) (Pág. 65) “A veces”, página 79 (Tierra mojada reveses/ Soy un perro mutilado/ Lucifer enamorado/ Solo a veces Solo a veces).

Bueno, lo que quisiera afirmar es que, excepto las dos señaladas en el párrafo anterior, las demás aflojan un poquito el libro; averían en algo esa unidad que yo señalaba antes. Eso percibo. De modo que, si Las muñecas las putas las estatuas hubiese sido mío, para que el puño quedase completamente cerrado, habría eliminado las décimas. Todas.

Algo muy distinto y de vuelo alto, lo logra NE con el soneto.

Termino estas notas con uno:

“Soneto de la puta triste”

Hoy vuelvo a ser aquella puta triste
que maullaba sin par en el tejado
Retorno a ser clavel anonadado
hoy picoteo el hambre no hay alpiste

calmando ese furor que presidiste
Mi cuerpo muere frío arrodillado
y aunque intentes la daga en mi costado
de qué vale si soy la puta triste

los muslos la saliva la cabeza
todo lo que bien pude y que perdiste
todo quise enmendar en la pureza

Pero tú lentamente te partiste
y le quité lo triste a la tristeza
¿Y quién dijo que soy la puta triste?


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