Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Censura, Literatura, Represión

Letra y comunidad: del compromiso literario en el 59 cubano

Una lectura lineal de la historia literaria —que sin duda circula como discurso en ensayo de Pastora— no se percataría de cómo aparece allí la idea del campo letrado bajo el signo de comunidad

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Daría la impresión que, en la primera década, no existía otra pregunta para el intelectual cubano sino esa. “¿Existe un compromiso literario con la revolución?”. La hondura de la pregunta pronto convocaría fantasmas, palabras sectarias y reuniones, aprendizaje, manipulaciones, y también, sin olvidar, la fuga de muchos. Con la pregunta en el título mismo, es que se publica a finales del primer año de la revolución, en la edición de Septiembre-Diciembre de Nuestro Tiempo, un intento de respuesta por Sara Pastora Fernández. Es un texto que de algún modo instala un tema y da inició a la polémica.

La pregunta no era nueva, tampoco su actitud o su fraseo. Meses antes Virgilio Piñera se dirigía a Fidel Castro en nombre del gremio, y Roberto Fernández Retamar ponía en el tapete de la discusión nacional el problema de la culpa como marca residual del intelectual republicano. O sea, que nada nuevo había en su manera en encarar el problema, lanzar la pregunta, y situar al campo literario cubano en un espacio que, visto retrospectivamente, vendría a culminar en las trincheras de las relaciones entre cultura y poder. Esta nueva cerrazón conseguirá fijar los límites políticos en la literatura, y exponer un debate con el poder. En realidad sería equívoco leer el texto de Pastora como un lugar dado a la polémica, sino más bien, como uno de esos textos, que en los matices de su tajante finalidad, se someten a la contingencia de la guerra de posiciones.

No hagamos dilatar más su respuesta: para Pastora la propia pregunta sobre el compromiso literario con la revolución no solo establece una contención, sino que se torna ilegítima. Y subraya: “En cualquiera de sus obras (de los escritores), aun las más alejadas en apariencia, estará palpitando el instante de su concepción. Es absurdo tratar de convencer al escritor de un compromiso externo a su vocación misma”. Luego de volver sobre la composición heterogénea de la cultura —transculturación, dicho de otra forma— Pastora establece equivalencia entre la revolución como devenir histórico y los valores simbólicos de la literatura, encantamiento que liquidaría la distancia entre letra y vida. Esferas que, según ella, han fomentado este desencuentro a lo largo de las tradiciones latinoamericanas.

Así, no obstante, Pastora logra entrever el gran problema que establecerá la revolución con la cultura en cuanto a lucha por el lugar la vanguardia y su frontera. No habrá compromiso, ya que la literatura ha recobrado su mayor fuerza expresa en su enunciado social y en sus modos representativos. Así, llega pensar esta nueva producción literaria, como una materia “viva”, esto es, como una nueva malla simbólica que recoge el habla de todos.

Tampoco habrá necesidad de perpetuar categorías suscitadas por la cultura burguesa. Intelectualidad, compromiso, renovación, intervenciones culturales quedarían ceñidas en un pasado social que en el tiempo presente que encarna la revolución reorganizará los nuevos ejes del debate.

Si la pregunta ontológica de Sartre sobre la literatura aun fomentaba la división entre política y letra, Sara Pastora achica esta distancia dando lugar a la Revolución, una condición estética que vuelve la letra soluble, microscópica, siempre menor frente a esa grafía megalómana que conquista la nueva temporalidad revolucionaria. Resumamos en palabras de Patora: “un espacio de participación de todos los cubanos”. La revolución era en sí ya un arte, y la literatura podía disolverse en su plena libertad. No la desmienten las fotos que acompañan el texto de Nuestro Tiempo, donde vemos esas masas, las mismas que Gutiérrez Alea haría sondear en Asamblea General, y que articulan esa nueva “zona ciega” que, al decir de Graciela Montaldo, interpela la representación del sujeto público y las miradas del campo letrado.

Una lectura lineal de la historia literaria —que sin duda circula como discurso en ensayo de Pastora— no se percataría de cómo aparece allí la idea del campo letrado bajo el signo de comunidad. En efecto, quizá en todo el texto de Pastora no haya un análisis más profundo que el que articula una nueva forma introducir el problema. Leamos:

Así, toda literatura se fundamenta en un acervo común. Ampliamente hablando, hay comunidades esenciales a la literatura universal que tienden innumerables puentes entre los hombres… Sin embargo, de tal manera depende lo único de lo común, no solo en su captación sino en su existencia misma, que a medida que se precisa el cerco de lo común, se enrique la fuente de posibilidades originales…”

Si bien el concepto de lo común articula una manera de vincular la relación entre forma literaria y sociedad, también logra entreponer la comunidad como centro de la producción cultural. Pastora divisa la diferencia, presiente la heterogeneidad, y propone una entidad letrada que, si bien en su habla diferencial se divide en átomos heterogéneos, termina atravesando el núcleo común que implica estar en revolución. En la medida que se establecen los límites de una comunidad plural y unificada, Pastora adelanta las directrices culturales entre el poder revolucionario y el compromiso del creador.

Hablábamos anteriormente de una lectura retrospectiva. De modo que podríamos leer los debates posteriores a partir del texto de Pastora. Quien se acerque desde Sara Pastora a las discusiones sostenidas en la Biblioteca Nacional y en Palabras a los intelectuales, encontraría una ficha previa de lo que allí se ponía en juego: el problema de la comunidad literaria y las diversas formas en que podría construirse el campo intelectual frente al nuevo estatuto de la política revolucionaria. Leído de esta manera, daríamos lugar para reconsiderar la amplitud y la ruptura con que las palabras a los intelectuales de Fidel Castro entran a la escena cultural, y cómo se generaron los efectos entre los creadores presentes aquella noche.

Pastora adelanta la idea de una comunidad en función de la gran Revolución. Habla en términos de una conjunción de diferencias, de núcleos expresivos alternos. Tiene en mente formas aleatorias que luego repetirá Fidel, desde luego, pero su gran acierto es definir una práctica sin intenciones. En lugar de hablar verticalmente entre exigencia y letra, postula el problema de la posibilidad misma de la comunidad, es decir, como efecto inmediato sin causa. “No vamos a imponer al escritor que habla de Cuba y de su hora”. O sea, que más que tratarse de un llamado, lanza un juicio descriptivo que, al menos en su entonación, deja al margen los antagonismos entre poder y comunidad.

¿De qué forma, entonces, leer Palabras a los intelectuales, dos años más tarde? Una vez reorganizado el campo intelectual (léase Lunes de Revolución, Hoy, ICAIC, Nuestro Tiempo) en tanto sus diferencias, estamos habilitados para leer el discurso de Fidel Castro como el lugar en que se hace visible, y se explicita el secreto de la comunidad, ese voto que años antes Sara Pastora había cifrado en esa suerte de inmanencia realista. Sabemos de memoria aquella frase (“dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”). Más que razonar contra ella, podríamos escuchar el tono burgués, el habla de la ideología. Puesto que, donde Pastora quería ocultar el secreto, Castro lo hace visible. Temerario.

“Comunidad de familia, contradictoria con la comunidad de trabajo[1] —oímos a León Rozitchner. Si la primera se funda a través de los afectos y el amor, Palabras resuelve el problema al construir un trato con prácticas artísticas que entran en el desafío de un trabajo llamado a la subordinación, y que, a lo largo de estos años, bordea los contornos de la traición, cobrando la ostentosa forma de una nueva explotación del gremio.

Tal y como viera Maurice Blanchot en La Communauté inavouable, quien revela ante los miembros de la comunidad el secreto que los une, inaugura su desintegración, su disgusto, su dispersión. Los dos textos, el de Pastora y el de Castro, implican un futuro, incierto como toda temporalidad que escapa las predicciones y que persigue la utopía. Aunque podríamos anotar otra diferencia terminal: mientras Pastora concluye llamando a la vocación de los letrados, Fidel Castro, por su parte, remata con variaciones del temor (temibles, teman, temer, son tres variantes de dicción), y en tono entre lo jocoso y lo anecdótico, exigiéndole a una esclava de más de cien años a escribir su experiencia cimarrona [2].

En Palabras, el poder ya exige con altos grados de visibilidad, habla en imágenes y parábolas, pinta pronósticos sobre el futuro. No mucho después aquella comunidad (múltiples en sus diferencias, estilos, e intenciones), se disgregará. El efecto inmediato es el miedo, cierto, pero seria la desintegración misma del vivir en común intelectual, el que se rompe aquella noche, y que instala el poder revolucionario.

¿Quién fue Sara Pastora Fernández? Difícil acotar una biografía más allá de los que Nuestro Tiempo cita a pie de página: joven, escritora, católica [3]. Esto indicaría, entre otras cosas, que en cualquier cartografía intelectual, importan menos los nombres propios que aquellos lugares donde se pudieran descifrar mecanismos de lectura y gestos discursivos que ayuden a definir una tradición, o cierta configuración cultural.

Tampoco podríamos simplificar el lugar que ocupó Nuestro Tiempo, bajo Harold Gramatges, en el estante de las ideas nacionales. Carente de tabiques internos, a diferencia del Origenismo o el Minorismo, es también posible leer aquella publicación bajo la luz de la posibilidad comunitaria, como la que divisaba la señora Sara Pastora al escribir su artículo, y a la que no volveríamos a dar cuenta en la historia intelectual cubana tras el triunfo revolucionario.



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Imagen del filme “PM”, el cortometraje censurado que provocó las “Palabras a los intelectuales” de Fidel CastroFoto

Imagen del filme PM, el cortometraje censurado que provocó las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro.

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CINE

“PM”

PM (1961), dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal. El documental, de apenas 15 minutos de duración, fue censurado por el gobierno cubano por dar una imagen "desvirtuada" de la vida nocturna de La Habana. [tuyomasyo]

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