Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Con ojos de lector

Lorca que te quiero Lorca

Una selección de textos críticos y testimoniales refleja la huella que dejó en Cuba la breve pero intensa estancia del poeta y dramaturgo español.

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Asombrado desde que puso el pie en Cuba

Particularmente rico en anécdotas es el trabajo de Emilio Ballagas, quien por cierto hace este comentario: "Desde que puso el pie en Cuba Federico se sintió asombrado. Rafael Alberti empezó a asombrarse verdaderamente de nuestra Isla cuando se alejaba de la linda bahía habanera". Rememora cuando García Lorca leyó algunos de sus poemas en el estudio del pintor Jaime Valls. Se trataba de las primicias del libro Poeta en Nueva York: "Estábamos allí, además del dueño de la casa, Marinello, Florit, Mañach, Suárez Solís, Sergio Carbó, entre los que recuerdo con más claridad. Federico dijo su poema El Rey de Harlem con una dignidad expresiva que ya quisieran para su mejor día nuestros recitadores varones. Era de beberse su gesto al oírle cuando decía, entre otros versos, aquello de «dolor en longitud, yodo en punto», refiriéndose a una fila de hormigas".

También figura en el artículo de Ballagas esta otra anécdota, que a continuación reproduzco: "Le habíamos preguntado un día dos amigos jóvenes su opinión sobre cierto poeta cubano que le llevó sus originales, y nos había contestado con franqueza: «Son muy malos, muy malos». A nuestra vez le insistimos: «¿Son tan malos, tan dramáticamente malos como nos dices?». Y él continuó: «¡Horribles! Cuando los leo me dan accesos de llanto y ganas de echarme al suelo inconsolable gritando así: ¡Ay, aaaay, aaaay!, como mi Bautista cuando el verdugo le rebanó el cuello»".

Roig de Leuchsenring cuenta, por el contrario, el entusiasmo con que García Lorca le habló de Arturo Carnicer Torres, periodista y poeta a quien conoció durante su visita a Sagua la Grande. Lo calificó como "el hombre más extraordinario, más genial de nuestros tiempos, y tal vez, también, de todos los tiempos". Asimismo le expresó su regocijo por el trabajo que le dedicó, y al cual considera "mi verdadera y definitiva consagración, el elogio más alto que de mi personalidad literaria pueda haberse hecho". Roig de Leuchsenring incluye en su trabajo un artículo publicado por Carnicer Torres, que al escritor español también le pareció "una verdadera obra maestra, inimitable". Debo confesar que tras leerlo, albergo serias dudas acerca de si éste hablaba en serio o si, por el contrario, lo hizo en plan de cachondeo. Como botón de muestra, he aquí el primer párrafo: "García Lorca —poeta ipotrocasmo— el que ha dado un epónimo a la nueva ritma literaria, nos ha visitado no ha muchas horas, y desde el críptico esceneril del italiano caserón «principal», nos dio toda la euforia de su ritmo". Y más adelante prosigue: "Fui a oír en tribunicio cerco a García Lorca, porque interpretando la vigencia de su módulo, sabía que no iba a encontrarme melismos de cadencia cansona, sino la puridad, que una fobia literaria no echada en campo desbombero, lleva toda enfática etimología de la palabra no sobada". Ya sé que corro el riesgo de pasar por ignorante e inculto, pero, las cosas como son: tengo para mí que el tal Carnicer Torres no era más que una mezcla indigesta de picuencia con metatranca avant la lettre.

Anécdotas y testimonios similares a los anteriores hallará el lector en Miradas cubanas sobre García Lorca. Asimismo quien prefiera acercamientos más analíticos sobre su obra no ha de irse de balde. Pero posiblemente tanto unos como otros coincidan conmigo en que esa selección bien pudo extenderse a otros trabajos a los cuales hay alusiones en el libro, que no se puede decir, por cierto, que sea voluminoso. El compilador ofrece, como suele ser un lugar común cuando se habla de la estancia cubana de García Lorca, una imagen en la cual se privilegian sus actividades y andanzas habaneras. En cambio, él mismo se refiere a sus visitas a Santiago, Sagua la Grande, Caibarién, Pinar del Río, Matanzas, Remedios. De algunas de ellas se ocupó la prensa local. Recuerdo que Samuel Feijóo dedicó, en su revista Signos, un amplio dossier al viaje a Cienfuegos. Seguramente esas páginas son de inferior calidad a las reunidas en Miradas cubanas sobre García Lorca, pero aportan datos nuevos que escritores como Ballagas, Marinello, Guillén y Roig de Leuchsenring no recogen.

Es curioso además que en el libro se alude a textos que, por las breves referencias que de ellos se da, despiertan nuestro interés. Por ejemplo, Iturria Savón anota que el periodista asturiano asentado en Cuba Rafael Suárez Solís tuvo un significativo vínculo con García Lorca, y añade que es autor de varios artículos sobre él. ¿Carecían acaso de méritos como para no recoger ninguno? Comenta también que en 1961 Antonio Quevedo editó el folleto El poeta en La Habana, "texto imprescindible para la comprensión de los días cubanos del escritor andaluz". Si lo eso, ¿por qué no haber seleccionado un fragmento representativo?

El compilador de Miradas cubanas sobre García Lorca menciona asimismo al musicólogo Adolfo Salazar, que "publicó en 1938 tres crónicas deliciosas que fueron decisivas para el conocimiento del periplo insular de Lorca". Ninguna, sin embargo, figura en el libro. Y para no extender esta lista de ausentes, copio, por último, el inicio de la presentación de Chacón y Calvo de la conferencia ofrecida por Lorca en la Institución Hispano-Cubana de Caibarién: "No voy a presentarles a ustedes a Federico García Lorca. Ya lo ha hecho en La Habana, fina y elegantemente, Francisco Ichazo, y su presentación, publicada en la prensa diaria, ha llegado a todas partes". ¿A Iturria Savón tampoco le pareció pertinente incorporar el texto de Ichazo? Es posible que algunas de esas ausencias obedezcan a problemas con los derechos (incluso pueden ser otras las causas), mas en tales casos unas palabras aclaratorias sirven para exculpar al compilador.

Y dado que semanas atrás me ocupé de ese tema, considero inevitable señalar la presencia en Miradas cubanas sobre García Lorca la presencia de algunas erratas que afean la edición. En su texto, Iturria Savón se refiere en dos ocasiones al Teatro Alambra, cuando se trata del Teatro Alhambra. El nombre de Lydia Cabrera aparece en tres ocasiones, una de ellas en el índice onomástico, como Lidia. Algunos acentos volaron alegremente por los aires, y varias comas se metamorfosearon en puntos y seguido. Tampoco logró salir ileso de esos errores el autor de Bodas de sangre, cuyo segundo apellido fue convertido, en la página 37, en Larca. Mas quien ha tenido peor suerte es, sin embargo, el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. Su primer apellido está escrito siempre con ese, y en la página 64 figura como Caldosa, como si estuviese haciendo propaganda a aquel suculento caldo que, décadas atrás, hizo famosos en la Isla a los tuneros Kiki y Marina.


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