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Teatro, Teatro cubano, Homosexualidad, Gay

Los escenarios de las sexualidades disidentes

Una voluminosa y exhaustiva antología traza una imagen panorámica de las distintas maneras en que la temática homosexual ha sido abordada en la dramaturgia cubana

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Esta semana quiero dar noticia sobre un libro cuya salida no debe pasar inadvertida. Y lo de dar noticia es en este caso literal, pues en el poco tiempo transcurrido desde que lo recibí es imposible leerlo a fondo como amerita. No solo porque tiene un formato inusual (18 por 25 cms.), sino porque además es muy voluminoso: 799 páginas de apretada letra. Hablo de la antología Cuba Queer (Editorial Hypermedia, 2017), compilado con la exhaustividad y el rigor que lo distinguen por el investigador Ernesto Fundora.

Existían ya títulos recopilatorios dedicados a la poesía y la narrativa cubana de temática homosexual. Faltaba una que descubriera las distintas maneras en que la misma ha sido abordado en nuestra dramaturgia. Fundora ha llenado esa carencia con una selección que reúne 27 obras pertenecientes a los siguientes autores: Carlos Felipe (Esta noche en el bosque), Flora Díaz Parrado (El velorio de Pura), Randy Barceló (Canciones de la vellonera), Manuel Martín Jr. (Sanguivin en Union City), Raúl Alfonso (El grito), José Corrales (Nocturno de cañas bravas), Gerardo Fulleda León (Remiendos), José Milián (Las mariposas saltan al vacío), Carmelita Tropicana (Milk for Amnesia/ Leche para amnesia), Abilio Estévez (La noche), Pedro R. Monge Rafuls (Otra historia), Enrique R. Mirabal (La vida es un carnaval), Alberto Pedro (Pas de deux sobre el muro), Iliana Prieto y Cristina Rebull (El último bolero), Nelson Dorr (Santera), Esther Suárez Durán (De hortensias y de violetas), José R. Brene (Escándalo en La Trapa), Raúl de Cárdenas (El pasatiempo nacional), Nilo Cruz (La belleza del padre), Abel González Melo (Chamaco), Norge Espinosa Mendoza (Trío), Salvador Lemis (Madame Yourcenar y Miss Grace), Alberto Sarraín (Soledades), Rogelio Orizondo Gómez (Vacas), Christian Medina (Franjas de luz), Eugenio Hernández Espinosa (Gladiola la Emperatriz) y Carlos Celdrán (Diez millones).

¿Por qué el título de Cuba Queer? ¿Por qué no Cuba homoerótica, Cuba homosexual o Cuba gay? A estas interrogantes da respuesta Fundora en “Escenarios para un deseo diferente”, el texto que sirve de introducción al libro. Allí argumenta que queer “ha devenido una suerte de término sombrilla que agrupa la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género disidentes de la norma heterosexual dominante, y porque además de ser en inglés el insulto homófobo por antonomasia que deviene consigna reivindicadora, lo queer se ha expandido también a «todo aquello que se sale de lo normal y pone en cuestión lo establecido»”. Y aunque reconoce que en contextos lingüísticos no anglófonos el empleo de ese vocablo se ha visto como una forma de colonialismo cultural, en Cuba Queer es entendido y aplicado desde la perspectiva de “la articulación del género y de las identidades sexuales no normativas y sus implicaciones escriturales, sociales, políticas y culturales”.

Asimismo, apunta que su antología quiere rendir homenaje a Cuba Poética (1858), la selección que editaron Joaquín Lorenzo Luaces y José Fornaris. Estos proponían la visión de un proyecto nacional desde los versos de los más destacados poetas de ese momento. “No se aventuraban, expresa Fundora, a aprehender la totalidad de Cuba —no habrían podido, por imposible e inabarcable—, sino solo querían construir un archivo de textos de esa Cuba que ya se vislumbraba entre rimas y versos. De modo similar, Cuba Queer propone un itinerario que dibuja las maneras en las que un país ha sido visto desde los escenarios del deseo diferente”.

La inmensa mayoría de las obras fueron escritas a partir de la década de los 80 del siglo pasado. Antes, la temática queer solo había aparecido de manera intermitente y casi siempre cifrada en alusiones veladas, en metáforas y en estrategias de lo que no se dice, como comenta Fundora. Resalta el caso bastante insólito de Clamor en el penal (1937), en la que Virgilio Piñera incluyó un personaje abiertamente homosexual. Un par de años después, Carlos Felipe terminó Esta noche en el bosque, que al igual que El velorio de Pura (1941), de Flora Díaz Parrado, se recoge en Cuba Queer. El compilador ha leído esos textos con una mirada aguda y esclarecedora, que descubre en ambos cómo lo queer comienza a revelarse de manera sutil, pero definida. Asimismo, en la introducción rastrea otras manifestaciones en el repertorio que se veía en Cuba en los años 40 y 50. Y también las descubre en obras de autores cubanos de esa etapa como Fermín Borges (Doble juego).

Habrá que aguardar hasta los años 80 para que la temática queer emerja de nuevo en la dramaturgia criolla. En las décadas anteriores, era imposible, pues el régimen cubano institucionalizó la homofobia y entre otras muchas infamias, se acreditó la creación de las Unidades Militares de Ayudas a la Producción. Los primeros textos que abordan esa temática se dan a conocer en el exilio: Sanguivin en Union City y Canciones de lavellonera, ambos estrenados en 1983. Eso responde, como anota Fundora, a que para entonces “la comunidad cubana en los Estados Unidos está ya lo suficientemente establecida como para poder empezar la reflexión sobre su propia identidad”. En la Isla, Raúl Alfonso, un joven egresado del Instituto Superior de Arte, debutó como dramaturgo con El grito (1989), título que abrió el camino a otros que después llegaron a los escenarios, varios de los cuales entre aparecen reunidos en el libro objeto de estas líneas.

Por los 27 textos que integran la antología desfila una nutrida y heterogénea galería de personajes: travestis, padres intolerantes y autoritarios, enfermos de sida, jóvenes que se dedican a la prostitución con extranjeros, escritores, policías, lesbianas, peloteros, marielitos, santeras y una representación de las cuatro categorías en que Reinaldo Arenas dividió a los homosexuales (la loca de argolla, la loca común, la loca tapada, la loca regia). La Habana es el escenario más asiduo, aunque también hay obras que se ambientan en Miami y Union City, ciudades donde se concentran las principales comunidades cubanas en Estados Unidos. Predomina el tratamiento dramático de los temas, pero no faltan autores que en sus enfoques optan por la vertiente del humor, la parodia y el choteo. A esos breves apuntes, es oportuno añadir algo que comenta el compilador: “Para muchas de las obras aquí antologadas la propia biografía de los artistas es el punto de partida desde el cual se articula el relato, en provechosos ejercicios de autoficción”.

Haber logrado reunir este abultado número de obras en un volumen, solo ha sido posible gracias a una exhaustiva labor investigativa que merece nuestro aplauso. Cuba Queer es, en suma, una valiosa aportación y un libro que desde ahora es de consulta obligada por aquellos que estudien el tema o simplemente se interesen por conocer cómo los dramaturgos cubanos han dado cauce a las identidades sexuales disidentes.

El libro adquiere además otro alcance más allá del teatral y literario, pues como expresa Fundora, “su publicación es también un homenaje a todos los que sufrieron las consecuencias de ser quienes eran sin ocultarse bajo las máscaras de turno, a todos los que tuvieron que elegir el camino del exilio o del exilio interior para no traicionarse a sí mismos, y a todos los que de una forma u otra lucharon por que la igualdad de derechos y oportunidades y el cese de toda discriminación por orientación sexual o identidad de género dejen de ser lemas y se conviertan en realidades”.