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Cine, Arte 7

Los herederos de las ruinas

El primero y el último plano de este filme son idénticos, porque aquí no cambia nada. Es la miseria como metáfora

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Parece que finalmente emerge una generación de remplazo en el cine cubano. Una joven generación con un enfoque crítico diferente y con un lenguaje cinematográfico heredado de fuentes más modernas e innovadoras, alejada de lenguaje del cine convencional y sobre todo de los preceptos del cine imperfecto que pregonaba Julio García Espinosa. Son cineastas cubanos nuevos que deben poco a los cineastas cubanos viejos. Pueden verse en muchos de sus cortometrajes, la mayoría son sus proyectos de graduación de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Finalmente Melaza parece ser su largometraje de irrupción.

Después de realizar varios cortometrajes, Carlos Lechuga (o Carlos Díaz Lechuga como también ha firmado sus cintas), debuta en el largometraje de ficción con minimalismo, pero por todo lo alto con esta película, abundante de una serena crudeza y una sutil pero metódica crueldad.

Mónica (Yuliet Cruz) y Aldo (Armando Miguel Gómez) son una pareja que viven en Melaza, un pueblo nombrado por el homónimo central al que rodea, no muy lejos de La Habana. Con el central cerrado desde hace tiempo y sin que se sepa cuándo volverá a abrirse, Melaza es un pueblo fantasma, en ruinas, más bien un batey embrujado cuyos habitantes deambulan sin dirección, matando el tiempo en una rutina que no tiene para cuando acabar.

Aldo es profesor en la escuela primaria local, que cuenta con seis alumnos además de su hijastra. Enseña a nadar en una piscina vacía, da clases de otras asignaturas y además es el encargado de la instrucción militar de preparación combativa. No parece tener nadie que lo supervise. Mónica es la única trabajadora del clausurado central, a donde asiste puntual y disciplinadamente cada mañana, vestida de oficinista urbana, para revisar las maquinarias destrozadas y reportar su capacidad técnica por teléfono, a una instancia superior. Su otra misión es recoger los bultos del periódico Trabajadores, que cada semana un avión deja caer cerca de los cañaverales y que nadie lee.

Habitan paupérrimamente en una mínima casa con la madre de Yuliet y su hija. Tienen que escapar con un colchón al ingenio cada vez que quieren tener relaciones sexuales, sin embargo, todos tienen que desparecerse por horas para alquilar la casa a otras parejas para que lo hagan, con tal de sacar algún dinero extra. Hacen diferentes tipos de negocios ilegales menores para sobrevivir y su única salida semanal parece ser ir a un lugar cercano, arrastrando la silla de ruedas de la madre de Mónica, para un breve picnic cerca de un estanque.

La policía los acosa, reciben multas y todos sus intentos de hacer algún dinero resultan en vano. Por el pueblo a cada rato pasa una guagua con un altoparlante maltrecho llamando a la población a seguir mostrando su apoyo a la Revolución. La emisora radial del pueblo lanza consignas y noticias falsamente alentadoras para mantener al pueblo motivado.

Todo esto es narrado en tono menor, con monotonía sarcástica. El dramatismo está contenido al máximo. Los planos, por lo general, son tomados con una cámara estática, a cierta distancia, y los personajes entran y salen de la acción aunque continúen en ella. Es el punto de observación del espectador ajeno y desinteresado. Lechuga ha declarado que sus mayores influencias son el tailandés Apichatpong Weerasethakul y el turco Neil Bulge Ceylan, y tiene razón, pues quizá por ser su primera película se le ven un poco las costuras. También pudo citar a Tsai Ming-Lian, a quien pienso le debe aún más, aunque es cierto que la forma en que filma el paisaje de los campos, el movimiento de los personajes y la entrada de la policía a las situaciones de los personajes, recuerdan a los dos primeros. Pero Lechuga se las arregla para que no parezca falso.

Los diálogos son breves, pero fluyen bien. Yuliet Cruz responde perfectamente a las exigencias del personaje y este es un papel distinto a los que anteriormente se la ha visto hacer muy bien en cine. Tiene la oportunidad de mostrar otra faceta de su talento. Armando Miguel Gómez parece un poco amarrado en su papel, pero no hace nada que lo dañe. El resto del elenco cumple aptamente sus funciones.

Aunque al cabo de un tiempo se prevé que los personajes no van a poder salir nunca de su jaula, uno de no deja de identificarse e involucrarse en la entrenada desesperanza de los mismos. Todos están golpeados repetidamente por el látigo de la ruina cotidiana. Aceptan pasivamente continuar en su pobreza , no consideran ni alternativas y ya ni sueñan con otra vida. Padecen de un regocijo masoquista. El primero y el último plano del filme son idénticos, porque aquí no cambia nada. Es la miseria como metáfora. Lechuga no ofrece ni un asomo de soluciones, pero dentro de todo mantiene una inteligente ironía narrativa que permite diversos niveles de lectura.

No sé si el hecho de que en esta producción hay dinero de Francia, así como del fondo Hubert de Bals que ofrece el festival de cine de Rotterdam para promover nuevos cineastas en países subdesarrollados, haya hecho que el ojo del censor mire un poco hacia otro lado, pero lo cierto es que en Melaza el alarido agónico de toda una generación suena bien claro

Melaza (Cuba-Francia-Panamá, 2012). Guión y dirección: Carlos Lechuga. Con: Yuliet Cruz, Armando Miguel Gómez y Luis Antonio Gotti. La película será presentada en el próximo Festival de Internacional de Cine de Miami que se celebrará del 1 al 10 de marzo. El DVD puede obtenerse a través de Kimbara Cinemateca Cubana.


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